Groenlandia (Teatro)

Vivir cuesta vida


Dramaturgia: Pauline Sales. Traducción: Milena Grass. Con Javiera Osorio Ghigliotto. Iluminación: Julio Escobar Mellado. Diseño sonoro: Julián Hornig. Fotografía: Rodrigo Hernández. Diseño de escenografía y dirección: Ángela Cabezas.

Timbre 4. México 3554. Miércoles 3 de febrero, 20 hs



Se largó la IV edición de Temporada Alta. Para empezar, fuimos a ver “Groenlandia”, un unipersonal femenino, oriundo de Chile.

La luz se apaga y se enciende pero ella siempre estuvo en escena. O al menos, eso parecía porque su aparición no sorprende. Al contrario, era esperada con el ansia de quien busca saber que va a decir.
En este caso, esta mujer quiere dejar todo –hija incluida- en pos de marcharse a Groenlandia. Pero podrá ser Groenlandia, Mozambique, Holanda o Brasil. Será esta dama –que no tiene nombre- la que comience a realizar un viaje a su propio ser en tanto y en cuanto empieza a plantear dudas respecto a los deberes que le competen por el simple hecho de pertenecer a una sociedad con reglas preestablecidas.


Ella habla, pregunta y cuestiona. Cada palabra está ubicada de manera exacta en un texto rico, que pone en contraposición la libertad frente al deber ser que exige la sociedad. Es una especie de Nora que, tal como quien protagoniza “Casa de muñecas”, busca la liberación pero con un precio más que alto –o no-.
El texto plantea situaciones oníricas y metafóricas en la que busca ir más allá de una literalidad castradora. Será ese misma situación de encierro la que manifiesta la protagonista que busca escapar de cualquier tipo de celadas que busquen ubicarla donde le corresponde. La puesta misma tiene sus cortes y quebradas en tanto no quiere atenerse a algún tipo de linealidad, siendo esta idea parte de su ADN.
En cada momento se plantean dudas y situaciones. La idea de huída y sus futuras implicaciones, su idea de ser mujer independientemente de su condición de madre. Ella pone sobre tablas lo que sería el “Lado B de la maternidad”, donde no hay cuentos de hadas si no un realismo que, en ocasiones, funciona como una boa constrictor.

Tras un comienzo extremadamente lento –que afectará a la extensión de la obra-, que despertará más de un signo de interrogación a algún espectador, la puesta se desarrollará de a poco, sin prisa pero sin pausa. Será a partir de ahí que la figura atrapante de Javiera Osorio Ghigliotto cautive al público al encarnar un texto sentido y con palabras exactas. Su presencia escénica llenará el espacio junto con una voz potente y con los matices requeridos para cada situación. Profundidad que no es ceremoniosa y sensibilidad que no empalaga. Ella viajará a distintos confines que podrán ser espacios que van más allá de los nombres sino que se ubicarán como situaciones a enfrentar o desarrollar. Sinuoso en su camino, la puesta irá desde una abstracción subyugante hasta el realismo más crudo. En un momento, dirá «hay mucha gente de extrema derecha por todos lados«. 
La escenografía contará con una serie de casas en una de las cuales ella se meterá para hablarle, desde allí, a todo aquél que quiera oírla. Estará esa casa de muñecas de cartón blanca y varias casitas pequeñas. Se apreciará también una mesa y un silla de niños asi como una tetera y una taza. El vestuario remite a los años 60 pero se mantiene absolutamente presente.
Ella será la muñeca de la casa que vocifera su verdad plena hasta cortar la cuarta pared. Si bien es un recurso valedero, nunca es bueno abusar en su utilización, amén que da cuenta de la versatilidad de Javiera Osorio Ghigliotto. No obstante, tal como lo hemos dicho antes, con unos minutos menos, la puesta ganaría en contundencia en el texto y agilizaría su desarrollo.

Con un texto sólido y una protagonista de gran presencia, “Groenlandia” es una metáfora acerca de mujeres que planteas respectos de su individualidad sin caer en lugares comunes, al tiempo que abre la forma de llevar a las tablas estas temáticas pero alejándose del panfleto y la pedagogía.

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