El otro lado del Irlandés
Dramaturgia y dirección: Aldana Cal. Con Mariano Speratti, Rubén Sabadini e Irene Goldszer. Diseño de vestuario y de escenografía: Marta Albertinazzi. Diseño de luces: José Pigu Goméz y Carolina Rolandi. Diseño sonoro: Martín Recchia. Video: Luis Bernardez. Asistencia de dirección: Ana Tollo y Valeria Tollo. Producción: Gabriel Zayat.
Teatro ElKafka. Lambaré 866. Jueves, 21 hs.
¿Alguien se imaginó, alguna vez, como sería Rodolfo Walsh, viviendo en la clandestinidad y apartado de la ciudad más no alejado de la militancia y la política? Muy pocos seguramente pero Aldana Cal tuvo la capacidad de concebir esa porción de tiempo en la que deja de lado el frío dato histórico para adentrarse en la humanidad del personaje en cuestión. Aquí, Walsh es bajado del pedestal del héroe y se lo ubica como un hombre que combate a las hormigas que le comen las plantas del jardín. Ojo, esto no implica que sea un Walsh pasteurizado sino que es otra visión de la figura del periodista y escritor sin que ésta anule a otras.
La dramaturgia crea ese otro lado de Walsh, más íntimo y personal, con toques poéticos en los que el conocimiento de la obra de “El irlandés” ayuda pero no excluye a aquellos que, eventualmente, la desconozcan. Al crear este espacio poético, la figura de Walsh recorre un camino diferente al de la veneración. Pone a un tipo que tuvo el talento y las agallas necesarias para ser la voz de un momento, pero que podía ser como cualquier persona. Amaba, se enojaba, escuchaba buena música y escribía, mientras su esposa Lia lo acompañaba y recibía la visita de su editor, Silverio en su morada.
El texto es dinámico, con momentos de humor, que va más allá de la seriedad del personaje pero siempre creando atmósferas, en las que se sugiere más de lo que se puede decir, permitiendo el enriquecimiento del texto con la lectura que se realice del mismo.
La puesta es austera y va creando diversos climas con pocos elementos. La utilización de la pantalla de cine es muy interesante ya que dibuja ese jardín –externo- en el que Walsh realiza sus actividades, pero sin distraer la acción. Por el contrario la enriquece de manera tal que uno siente que la casa de Tigre está allí, aunque el verde de la filmación solo se vea al comienzo de cada acto. Además, divide la obra en capítulos mediante proyecciones, con sus respectivos títulos.
Con respecto a las actuaciones, Mariano Speratti cuenta con un parecido asombroso a Walsh, pero no se queda en eso sino que va construyendo un personaje con distintos y muy interesantes matices. Irene Goldszer es una Lia, esposa de Walsh, que cuenta con ese mix de dulzura y fortaleza que, unida a su inteligencia, la pone en el lugar que se merece. Rubén Sabadini es un Silverio enigmático, que oculta y sugiere, el editor con el que Walsh habla, discute y reniega por cuestiones de dinero por una deuda que tiene con él.
Emotiva, cálida pero para nada lacrimógena o heróica en su propósito respecto a la figura del protagonista de la puesta, permite la reflexión sobre ciertos hechos de nuestro pasado reciente y que, en su momento, por cuestiones de conveniencia, se dejaba de lado figuras de mucho peso para nuestra historia.