La Reina de la Belleza (Teatro)

El otro lado de un «deber ser». 


Autoría: Martin Mc Donagh. Con Marta Lubos, Cecilia Chiarandini, Sebastian Dartayete y Pablo Mariuzzi. Voz en Off: Pablo Flores Maini. Vestuario: Isabel Zuccheri. Escenografía: Eduardo Spindola. Diseño de luces: Claudio Del Bianco. Diseño De Sonido: Sergio Klanfer. Efectos especiales: TRENTUNO FX. Fotografía: Lucas Suryano. Diseño gráfico: Leandro Correa. Asistencia de iluminación: Estefanía Piotrkowski. Asistencia de vestuario: Josefina Veliz. Asistencia de dirección: Florencia Laval. Producción ejecutiva: Cynthia Nejamkis y Alberto Teper. Dirección: Oscar Barney Finn.

El Tinglado Teatro. Mario Bravo 948. Viernes y Sábado, 20 hs.

Las relaciones entre madres e hijas suele ser todo un tema a desarrollar. Más aún, cuando el paso de los años permite el cambio de paradigmas en los lazos familiares, que atraviesan a la sociedad.

Al respecto, esta nueva versión de “La Reina de la Belleza” que lleva adelante con excelencia Oscar Barney Finn, mantiene la tensión y el contexto del original de Martin Mc Donagh pero con un ojo en la coyuntura actual.

Allá lejos y en la década del 90 -1996 para ser exactos-, Mc Donagh plasmó en su ópera prima, como la violencia, la culpa y la manipulación rigen la vida de Madge y su hija Maureen en el trato cotidiano. Esa madre que quiere que su hija este a su entera disposición y la cuide hasta la partida hacia otros mundos, no escatima ningún tipo de artimañas para lograr su objetivo. Inclusive, desempolvar los más oscuros secretos como arma de persuasión y venganza sin importarle los daños colaterales que ocasiona su utilización.
Por su parte, Maureen ha llegado a los cuarenta años y continúa, como dice un viejo refrán, “con el pescado sin vender”. Ahí es cuando se manifiesta esa dicotomía culposa de –intentar- vivir su propia vida o asistir a su madre que no se caracteriza por ser una persona con la que se desee establecer algún tipo de relación por su carácter. Entonces, ¿Cuándo empezaría a vivir o, al menos, disfrutar su vida?. No sea cuestión que el cambio, en vez de ser de 180°, termine siendo de 360°.

El escenario es un living con cocina incorporada en el que se desarrollan los hechos. La radio es el vínculo de Madge con el mundo exterior, además de su hija. También será la arena de la lucha de las dos mujeres. Solo la irrupción de Pato, un joven que tuvo alguna relación con Maureen años atrás, despertará nuevamente esos deseos que puso “en pausa” por el tan mentado “deber ser” que le corresponde como hija y el replanteo del mismo.
Si bien el comienzo es extremadamente didáctico en la presentación de los personajes, es atrapante en el desarrollo de las acciones. Más aún con la aparición de ese hombre que le podría brindar otra vida a Maureen.

La utilización del lenguaje soez da cuenta de todo aquello que no se dice –y menos mostrarse- de las relaciones con los padres. Como buen representante del teatro “in-yer-face”, Mc Donagh pone sobre tablas la violencia que se quiere ocultar debajo de la alfombra. Lo procaz y lo escatológico –bien dosificado por la dirección que Barney Finn que no pasteuriza el contenido-  sacude la modorra del divertimento y apunta a la indiferencia y a “las buenas costumbres” que son moneda corriente en estos vínculos filiales. Además, mira al contexto en el que vive. Una clase baja en la que el espanto termina siendo factor fundamental en la unión de las personas. Ambientada en Irlanda, no deja de lado la rivalidad con los ingleses, en la dominación que ejercen estos. En ese sentido, la conformación de los dos hermanos, Pato y Ray Dooley es ilustrativa. Pato es quien desea viajar a Estados Unidos para cambiar su destino mientras que Ray es un joven inconformista y marginal que espera el momento para escapar hacia otras latitudes. Su atuendo podría ser punk pero carece del espíritu de lucha y la ideología del movimiento que atravesó Inglaterra en 1977.

Con actuaciones de calidad, Marta Lubos y Cecilia Chiarandini son esas dos mujeres que se debaten entre vivir y sobrevivir en un ajedrez de visceralidad y dolor. Lubos es una Madge manipuladora, para la que el fín justifica los medios. En cambio, Chiarandini sufre y transita de ese estado de “olla a presión” a punto de estallar, con exactitud. Sebastian Dartayete y Pablo Mariuzzi dotan a los personajes masculinos de la precisión que requieren.
Todo bajo la precisa dirección de Oscar Barney Finn.

“La Reina de la Belleza” es de esas puestas que llevan al espectador de paseo por lo más recóndito de su pensar y su sentir. El deseo oculto, la bronca contenida y la famosa pregunta “¿Qué haría si me pasara esto?” se conjugan en un “tour de forcé” sentido y visceral que terminará detonando tras la caída del telón.

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