Poesía sobre tablas
Dramaturgia y dirección: Juan Andrés Romanazzi. Con Paula Fernández Mbarak. Diseño de espacio y vestuario: Julia Camejo. Iluminación: Leandro Crocco. Fotografía: Ana Clara Romanazzi y Beto Repetto. Diseño gráfico: Bárbara Delfino. Colaboración artística: Julieta De Simone. Asistencia de dirección: Iñaki Vergara.
Espacio Polonia. Fitz Roy 1475. Sábado, 20.30 hs
Ella está sola. Habla, cuenta su historia. La tensión de una espera que se sumerge en la humanidad de esa mujer que dialoga con su madre, su padre y su propio ser. Es el soliloquio de quien está en pausa pero con los sentidos abiertos por un futuro.
El agua suena como si fuera un reloj de arena. Inclusive, el ejercicio de cerrar los ojos para “ver” la historia a través de su relato es otra dimensión del texto. La emoción frente a los sentimientos más puros y sinceros. Aquellos que no pueden –ni deben- ocultarse so pena de una implosión de altos costos personales.
Cajones inundan el piso con varias lámparas iluminando el espacio. Se construye una especie de altar para quien, como diría una vieja canción pop, “claro el porvenir/porque ya está por venir”. En tal sentido, la iluminación fue trabajada de manera artesanal en tanto y en cuanto, creadora de climas que irán de lo subyugante a la tensión que postula la calma previa a una tormenta.
La construcción del texto (Parte I de la trilogía «De las veces que imagino») se realiza a través de hechos pequeños, que esbozan y sugieren algo más. Lo oculto pero por demás latente en el cuerpo y alma de esa mujer que mira hacia el horizonte, como quien va en busca lo que está detrás de un arco iris. Todo, a través de imágenes que mezclan un surrealismo de dolor y esperanza. El carácter íntimo de la obra permite que ella, la que relata, mute pendularmente en diversas sensaciones.
La construcción del texto (Parte I de la trilogía «De las veces que imagino») se realiza a través de hechos pequeños, que esbozan y sugieren algo más. Lo oculto pero por demás latente en el cuerpo y alma de esa mujer que mira hacia el horizonte, como quien va en busca lo que está detrás de un arco iris. Todo, a través de imágenes que mezclan un surrealismo de dolor y esperanza. El carácter íntimo de la obra permite que ella, la que relata, mute pendularmente en diversas sensaciones.
Quien se ubica en el centro del escenario y lo recorre con templanza es Paula Fernández Mbarak. Su interpretación es de calidad. Desdobla su voz, no solo para dar cuenta de más de un personaje sino para dotar de tensión a la puesta. La voz clara pasa a ser un susurro para saltar inmediatamente a un eco propio de las catacumbas de un alma atormentada.
Desde una timidez rozando la sumisión pasa al deseo de tomar al toro por las astas no exento de un pago adeudado, como si fuera una venganza.
La posibilidad de vivir una experiencia poética sobre tablas es un placer ineludible para disfrutar en el teatro porteño. En la gran cantidad de propuestas, hay una que brilla con luz propia. Se llama “Las Promesas” y se encuentra en el Espacio Polonia. No queda mucho más para agregar. Salvo la recomendación para que vayan a verla.