Ciudad de pobres corazones
Es en este patetismo donde Asensio despliega una puesta colorida -muy buen vestuario a cargo de Vessna Bebek- y lumínica pero que es sombría al escarbar en los mencionados personajes. Cada uno con su historia y su espada de Damocles encima. Muchos sin culpa o remordimiento pero todos atravesados por el aura de Lisboa y su banda de sonido, el fado, interpretado en vivo, con prestancia, por Ariel Pérez de María.
De esta manera, el desfile comienza, con un ritmo acelerado pero acorde a lo requerido. Siempre con la excelente Dolores Ocampo, como la guía de este collage de decadencia a la portuguesa. Los personajes desfilarán sus penas y miserias en la pasarela del escenario como modelos a repetir (o no, según el gusto de cada espectador) en el largo camino a la degradación propiciado por el mercado de consumo. La pareja compuesta por los exactos Marina Lovece y Victor Labra, una mujer que ama sin ser correspondida de la misma manera y un bebedor autodestructivo, son el punto fuerte de una puesta intrigante, que gustará o no, pero que no pasará desapercibida de ninguna manera. La dramaturgia recrea con poesía situaciones que distan de serlo, pero no desde la indulgencia sino como un retrato pintado con otros colores. El espacio y la iluminación son fundamentales para la creación de sentido de una puesta luminosa y atractiva, de esas que van cayendo de a poco y a medida que va pasando el tiempo.
Los perdedores tienen su obra en “Lisboa”, en clave de fado y con la creatividad de Mariela Asensio a flor de piel.