Entre la vida y la muerte.
Con Ariel Farace, Susana Pampín, Lisandro Outeda, Analía Couceyro y Rocío Domínguez. Asistencia general: Pedro Porfiri. Vestuario: Mónica Toschi. Producción ejecutiva: Carlos Sidoni. Duración: 110′. Dirección: Analía Couceyro, a partir de cuentos de Mariana Enríquez.
Miércoles 2, jueves 3 y viernes 4 de marzo. Cementerio de la Chacarita: Av. Guzmán 680 – Chacarita. A las 15 hs.
La reserva de entradas se habilita dos días antes de la función, a las 14 hs.
Suele decirse que los cementerios tienen un aura en particular. Más aún si se establece un vínculo tan rico como original con la literatura, la actuación y la intervención de un espacio que es, nada más y nada menos que el Cementerio de Chacarita.
El recorrido que se lleva a cabo, implica una fuerte dosis de curiosidad e inquietud desde su mismo inicio. Allí se abre el juego en que los actores y actrices ponen cuerpo y alma a la pluma inquietante de Mariana Enríquez en cinco cuentos que combinan lo siniestro con la vida cotidiana y hechos reconocibles a los ojos de todos y todas.
La percepción del tiempo empieza a jugar su partido en la mente y la imaginación de cada uno de los espectadores. La dinámica orgánica de las actividades propias del espacio se cuela en el paseo. Es donde los límites de la ficción penetran la realidad y viceversa, con los trabajadores de la necrópolis formando parte involuntaria de un cameo teatral o aquellos que visitan y/o despiden a sus seres queridos.
Hay cinco historias que deben ser contadas, eslabones de una cadena que se van uniendo de modo acompasado. Una narrativa que se conduce con un timing preciso, sin prisas pero sin pausa. Cada silencio, cada expresión puesta en su justo lugar, es potenciada por una atmósfera embriagadora, con todo lo que significa esta palabra. Oír la historia de un chico sucio atravesado por la marginalidad de su vida al tiempo que caen las gotas de agua de un caño, como si fuera el metrónomo que corta el relato. Sentarse en una especie de hall, con palomas cuyo aleteo es la banda de sonido para escuchar los detalles de la vida de Angelita o la descripción pormenorizada de las desventuras de Marcela, esa adolescente que se vestía mal, medicación de por medio para paliar sus miedos. Se agudiza el sentido del olfato debido a la arquitectura del lugar y a la flora y fauna autóctonas. Más aún cuando el sol y una brisa oportuna hacen su aparición en medio de la casa de Adela.
El trabajo realizado a nivel vestuario y la precisa elección en donde se llevaron a cabo las historias, denota la sabiduría estética y artística del proyecto. Todo está en su justo lugar, inclusive algún imponderable es absorbido para formar, inmediatamente, parte del itinerario. Esta resignificación constante se lleva a cabo en plena caminata de posta a posta. La mirada curiosa, no exenta de morbo, mira y busca en los nichos vaya uno a saber qué cosa. Postales, estampitas, fotos de clubes de fútbol o músicos favoritos los adornan al tiempo que conforman una poderosa marca identitaria.
El trayecto, magistralmente llevado a cabo por un elenco aceitado, de probadísima calidad y la excelente pluma de Mariana Enríquez, permite realizar una pausa al vértigo propuesto de una sociedad capitalista que castiga de diversas formas a quienes osan no respetar sus designios.
«Nada de carne sobre nosotras» es una muy grata experiencia -con todo lo que implica esta palabra- que supone un viaje a otro plano donde la temporalidad se ralentiza, obligando a sus pasajeros a reflexionar, a ahondar en los miedos y el paso del tiempo.