Autoría: Marius von Mayenburg. Traducción: Pola Iriarte. Con Brenda Gandini, Joaquín Berthold, Santiago Magariños, Shumi Gauto y Julián Calviño. Asistente de dirección: Verónica Nicolai. Producción ejecutiva: Maria Velez. Asistente de producción: Maria Luz Nicolai. Escenografía: Agustín Garbellotto. Vestuario: Ana Chispy Leiva, Julieta Harca. Iluminación: Gonzalo Cordova. Fotografía: Queli Berthold. Asistente de escenario: Matías Teres, Leandro Saa. Dirección: Luciano Cáceres.
Centro Cultural San Martín. Sarmiento 1551. Viernes y sábados, 20 hs.

Cada uno de los personajes se presenta uno por uno abriendo el juego a un texto avasallante. De esta manera, comenzará a desarrollarse una puesta violenta y corrosiva con una ácida crítica al modelo familiar del siglo XXI. Un hijo cuidado por niñeras mientras sus padres se desarrollan (¿) como individuos aunque sin resignar la idea de familia. Justamente aquí, es menester prestar atención con respecto a lo que se ve y se dice. Es sugestiva la forma en que se trabajan las palabras junto con las situaciones. El término “familia” es un buen ejemplo de esto. Hay crítica pero no se pone en duda dicho concepto dando cuenta de una fuerte dicotomia en tanto lo que son ellos puertas afuera y puertas adentro.
Una gran pantalla muestra la foto de un pez nadando en su pecera. ¿Será esa una metáfora de la vida adulta? No en vano es lo que mira el niño constantemente al tiempo que se la pasa filmando todo lo que ocurre de manera compulsiva.
Ubicados como la típica clase media-alta que vive de su propio talento, la exageración de las acciones es fundamental para que la puesta tenga una identidad propia y personalísima.
La constitución de la pareja es particular en sus vínculos. Su agresividad en la comunicación hace que todo sea más difícil. El factor físico se impone por su racionalidad esbozada como estandarte por el continente europeo. La discriminación y la mirada del otro también forman parte del combo. La aparición de la nueva niñera es elocuente. El nivel de petulancia de la pareja es sutilmente abominable al igual que la forma en que discuten sus diferencias.
Otra arista a analizar es la presencia de Vincent y su profesión ligada a la cultura, que da pie a mostrar la banalización del arte como objeto de consumo. Una especie de Marta Minujin pasada de excitación en lo que “todo es arrrrte”. Pero será como esos artistas malditos que te gritan verdades para después volver a caer en la excitación sin fín.
El replanteo con respecto a la conciencia de la clase media se extiende a cuestiones ligadas con la moral, la responsabilidad a un nivel macro como a la relación con el sexo que tienen. Se tapa la cabeza con la frazada de la realidad pero sin darse que los pies quedan fuera de la misma. Esa sábana corta que termina siendo la característica principal de una clase media de que tiene miedo de encarar el futuro pero tampoco se ancla en el pasado.
Con un ritmo de videoclip, la puesta es precisamente dirigida por Luciano Cáceres que percibió la pluma de Marius Mayenbuurg -traducción sensible y exacta a cargo de Pola Iriarte- para mantenerla anclada en el Viejo Continente pero con guiños hacia nuestra idiosincrasia que permiten la comprensión de lo acontecido. El vértigo que propone la puesta necesita de un elenco que este a la altura de las circunstancias. Con buenas actuaciones del elenco, sorprende una Brenda Gandini visceral y la inquietante Shumi Gauto que será esa Jessica tan taciturna como plenamente consciente de sus propios deseos.
«Pieza plástica” molesta y abruma con un texto que detona más de una convención típica de clase media para llevar al espectador de la oreja a una vertiginosa y corrosiva oda a la vida moderna, convirtiéndose en un «tour de force» vivo y actual de puro teatro.