Segismunda se encuentra postrada y dialoga con Carol, a partir de palabras que no responden a un orden predeterminado ni respeta las reglas básicas de una comunicación “normal” aunque entendible perfectamente. Las miserias, la niñez, el amor (y su carencia) y la muerte se toman como temas para discutir en medio de un ambiente ominoso, con la pretensión del lenguaje como regulador de las acciones. Allí es cuando Segismunda muta en Hamm y Carol en Clov pero sin dejar de ser ellos mismos.
La identidad de la puesta fluctúa entre dos obras madre sin que esto implique una carencia de personalidad propia. La tiene y bien definida. La escenografía y el espacio están desarrollados de tal forma que, junto con la iluminación y un vestuario cuidado, dotan a la puesta de su ADN personal.
Con actuaciones exactas, “Pizarn-i-kett” logra tomar parte de dos mundos en un híbrido por demás personal.