El periodista, lo crea, lo constituye hasta como un personaje ausente en cuerpo (pero no de espíritu) en la puesta. El tiempo va y viene sin que se produzca ninguna dispersión en el medio y contará con cierta complicidad del espectador para establecer los lazos correspondientes con la actualidad, con términos y creencias muy arraigadas en el inconsciente colectivo, que se van transmitiendo (y repitiendo) de generación en generación. La disposición del espacio es amplia y adecuada.
La iluminación junto con la escenografía permite que Gabriel Fernández se desenvuelva con versatilidad, manteniendo en vilo la atención del público, sin que decaiga su intensidad dramática.
“La imagen de un fusil llorando” atrapa a través de un unipersonal sentido que vuelve sobre la muerte de Severino y sus consecuencias.