Osqui Guzmán: “El Bululú se construye desde un lugar honesto”

Talentoso como pocos, Osqui Guzmán retoma la senda de José María Vilches y vuelve a los escenarios con “El Bululú. Antología endiablada”, un unipersonal magnífico en el que homenajea tanto al reconocido actor español como a sus propios padres y sus orígenes.


-Osqui, ¿como estas viviendo este reestreno de “El Bululú”?

– Sería, en términos de temporada, la décima de años consecutivos de laburo. Lo estrenamos en el 2010, en el Teatro Cervantes. Es el sexto año que lo venimos haciendo. Es la décima en tanto que fuimos haciendo temporadas de diverso tiempo. De dos meses, frenamos, trabajo, idas y vueltas, temporadas de verano. Fueron pequeños bloques donde el Bululu se fue afianzando en la expectativa del espectador y el público.


-¿Cambio mucho el Bululú con respecto al estreno?

– Los textos son similares pero el que cambió fui yo. Eso lo noto. Hay textos que me pegan de manera diferente. Por algo son los poetas que son. Sobre todo, Lorca. Me obliga a parar en determinados lugares que antes no me detenía. Me hace transcribir constantemente la realidad que vivimos. Eso es lo universal del texto, tanto para su lectura como para su estudio. Pero hay algo en lo personal…Son textos que te van a tocar en algún lugar siempre. Eso lo siento muy fuerte en el Bululú.


– Es muy interesante la relación que construís con el público….

– Eso lo aprendí con el tiempo. El primero que me dio ese aprendizaje fue la murga. Siempre digo que, después de haber salido de la murga y los carnavales, la relación espectador-artista me cambió completamente. Empecé a conversar con el espectador desde su dialéctica y no desde la de un artista entrenado, que aprendió en un taller a hacer teatro. Era hablar con el espectador con su propia simbología, sus metáforas y alegrías. A comprender cuál es la respiración de su tormento y su esperanza. Esto, en el carnaval, se palpa enseguida. Comprendí en el carnaval como el espectador quiere ser espectador; el público quiere ser público. Con el tiempo, con los diferentes trabajos, fui afianzando esa relación. Todo esto, en relación a José María Vilches, a quien nombro. Una vez, haciendo una función en Misiones, para 350/400 personas, en un foro enorme, hice el Bululú. Lo nombré a Vilches y la gente aplaudió su mención. Aplaudieron a una persona que llegó allá, en los años 70 a hacer El Bululú. No era famoso ni mediatico. A él se lo conocía como “Bululú” y hacía esto, de ir por los pueblos y contar -con todo lo romántico que tiene la palabra y su valija- estos textos del Siglo de Oro español.. El público construyó, con su nombre, una manera de ver al artista. El tiempo pasa y empiezo a comprender al público, volviéndose  esa relación con el espectador, más honesta. En si, estas construyendo a una historia con el espectador, que te va a ver a una, después a otra y vuelve a la obra que hiciste. Compara lo que hiciste y elige. El espectador es alguien que va tejiendo su historia en su propia memoria. Es algo también que está en el Bululú, el coser la memoria.

-A esta altura, imagino que tenes gente que la fue a ver más de dos o tres veces…

– Si. El otro día vino una señora se levantó y le dijo a un amigo mio, “Todavía me sigo emocionando”. Era la cuarta vez que la veía y mi amigo le dijo que era la sexta. Los dos estaban emocionados por igual. El Bululú se construye desde un lugar honesto. Toda honestidad lleva a la identidad. Es un paso indiscutible y por eso es tan valiosa. Teje una relación inquebrantable a partir de los detalles. Una mirada, una palabra bien dicha o un silencio. Cuando algo es honesto, se vuelve íntimo. El público se va con el Bululú en la cabeza, a volar por ahí.


-¿”El Bululú” es de ese tipo de obras que uno podría llegar a hacer durante mucho tiempo, a través de los años?

– La verdad, no lo sé. El año pasado pensaba “no sé cuánto tiempo más podré hacer el Bululú” y este año arranqué con doble función. No sé si lo podré hacer. A veces pienso que si y otras que no. Hay mucho de lo físico puesto en juego. Recuerdo una vez que fui al Festival de Otoño de Madrid y estaba “Arlequino”, de Goldoni. Lo vi y era un trabajo precioso. Hacía de todo! Iba, venía, saltaba, caminaba con las manos. Saludó el actor y cuando se quitó la máscara, era un viejito. Todo el mundo se puso a llorar, aplaudiendo el pie. ¡Mirá lo que logra el arte con el cuerpo! Por eso me preguntaba si podré llevar al Bululú hasta límites que no sospecho. No lo sé. Lo que si sé es que el Bululú te dice cosas que se van resignificando con el tiempo.


-Hay dos personajes que se meten en la obra, que son tus padres…

– Si…fue complicado. La verdad, no los veía a ellos. La obra fue escrita por Leticia González de Lellis y yo. Ella tuvo mucho que ver en eso, por la distancia. No son sus padres ni su mundo -como lo es lo andino- pero lo quiere y admira. Pudo hacerme ver y trabajar con los elementos que yo traía. De mi madre, fue claro y llano. Era la costurera de mi casa. Entonces, en todo lo que escribía de la costura, ella estaba presente. Lo que digo de mi mamá es cierto. Cuando ella decía “me retan porque coso despacio pero les digo, ‘Coso despacio pero bien’. Cuando me revisan un trabajo, le digo ‘Mire esas terminaciones y compárelas con todas las de la mesa. Están todas torcidas, la mía está bien. Tardo un poquito más pero lo hago bien”. Me acuerdo de eso o de cosas de mi vieja que no quedaron en la obra. “Andá siempre con la verdad; aunque pierdas, ganas”. Cosas asi, como máximas que quería transmitir. Me las decía en momentos de problemas que tenía que resolver.

Después, mi padre marcó mi vida y creó bisagras en mi profesión. Es cierto que dejó de hablarme –una decisión bastante terrible- cuando empecé a estudiar teatro. Pero también, de alguna manera, me obligó a meterme de lleno. A decir “Si fue tan grande el problema, tengo que hacerme responsable”. De hecho, dejé Kung-Fú. No sé si me gustaba tanto el teatro pero me metí de lleno. Ese mismo año, empecé a actuar haciendo teatro callejero en la Boca. La gente me saludaba, me felicitaba y no entendía nada. Fui construyendo de cero esa relación con el espectador y con lo popular. Si bien estudié Arte Dramático y las técnicas de Lecoq, mucho de teoría y pragmatismo catedrático como Historia de la cultura, Historia del teatro argentino y latinoamericano, el trabajar tan temprano con sainete y salir con la murga, hizo que pudiera mezclar más cosas. A Vilches lo conocí de entrada, a los dieciocho años. Siento que él fue mi maestro, sin quererlo y fui su alumno sin saberlo.


-El maestro que nunca tuviste, ¿no?

– Si. De hecho, cuando hicimos “El niño argentino”, a Mauricio le sorprendía que un chico de mi generación no le costase aprender el verso. Le conté que yo conocía el teatro en verso por Vilches. De hecho, una vez fui a una audición para una obra que dirigía Santiago Doria sobre textos españoles, en el Museo Larreta. Textos de diferentes obras. Fueron muchos del Conservatorio y preguntaban “¿Cómo digo esto?”. Les decía como hacerlo, “saltá acá porque hay una entonación”, “ojo que acá hay un diptongo”. No quedé pero ayudé a que otros si quedaran. ¡Pasó la típica!…jajajaja. En cuarto año del Conservatorio, tenía teatro en verso. Había abordado esto. Entre lo de Vilches y esto, tenía un conocimiento. Igual, hay una cuestión personal que, en algún punto me toca. Hubo una elección ya que desde los catorce años que escribo en verso. Fue todo después de haber escuchado una payada, con una fascinación por la rima. Siempre tenía un poema a mano…por alguna novia o demás. Hay algo de eso que está, algo personal en esto. Disfruto mucho y eso se transmite.


-Una vez, charlando con Tom Lupo, me hablaba del prurito que hay con la poesía

– Es cierto pero para mí, la poesía es como una nave a la cual hay que montarse. Es un caballo que hay que montar a pelo. Cuento con el Bululú que iba por la calle y para mi, era imposible ir desde Palermo –French y Araoz- hasta La Boca, sino era recitando algo. Si no recitaba, no llegaba más. Entonces, de repente, decía un poema de Machado, “Fue ayer; éramos casi adolescentes; era con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios, cuando montar quisimos en pelo una quimera/mientras la mar dormía ahíta de naufragios/Dejamos en el puerto la sórdida galera/y en una nave de oro nos plugo navegar/hacia los altos mares, sin aguardar ribera/lanzando velas y anclas y gobernalle al mar/Ya entonces, por el fondo de nuestro sueño —herencia/de un siglo que vencido sin gloria se alejaba—/un alba entrar quería; con nuestra turbulencia/la luz de las divinas ideas batallaba./Mas cada cual el rumbo siguió de su locura;/agilitó su brazo, acreditó su brío;/dejó como un espejo bruñida su armadura/y dijo: “El hoy es malo, pero el mañana… es mío”.

Asi iba…sin plata,  caminando, desde Palermo hasta la Boca. Lo repetía una y otra vez, como un mantra. Para mi, eso es la poesía. Como decía Hernández, “un arma cargada de futuro”.


– ¿Vas a editar tus poesías?

– No lo sé. Me encantaría pero no soy escritor. No me considero escritor. Si bien escribo, no adquirí el oficio. El impulso de escribir lo tengo de temprana edad pero no lo que sería el escribir. Sin el oficio adquirido, no me animaría a editar porque creo en la rigurosidad del trabajo. La palabra es tan importante cuando está en un poema, que se merece una relectura completa. Ese ejercicio, para mi, a veces es más simple y otras, más complejo. Hace mucho me habían tentado. Había escrito cuentos…pero es algo que todavía leo y me gusta. Es feo pero a mi me gusta. Jajajajajajaja


-Si por esta puerta del bar de Timbre 4, entrase el Osqui Guzmán que recitaba el poema en forma de mantra…¿qué le dirías?

– Son difíciles las palabras que le diría…Le pediría explicaciones. Si él sabía que esto iba a pasar. Si tenía conocimiento de antemano de como se iban a suceder las cosas en mi trabajo como actor. Trabajo mucho pero me fui encontrando con creadores para trabajar. Hice obras donde el trabajo fue crear. Eso es una gran fortuna. Cuando pienso en ese Osqui que estaba en el Conservatorio, angustiado porque no entendía nada de este mundo, le pediría explicaciones. El porqué se sentía angustiado. ¿Sabes por donde pasó todo esto? Esa angustia que sentía al principio cuando empezaba a hacer teatro. Si la angustia era producto de algo personal. No creo en las predicciones pero si en los avisos. Cuando en el 2006, hicimos “Derechos torcidos”, le dije a Hugo Midon que la íbamos a hacer en diez años. En el 2016, Hugo ya falleció pero está “Derechos torcidos” en Paka Paka. Entonces, cumplí con mi palabra. Lo avisé. Más allá del tiempo y la forma, creo en esas cosas.


-Si Osqui no era actor, ¿qué hubiera sido?

– Obrero. Sé como es el oficio. Vi a mis padres criarme honestamente, con todos sus dramas, laburando. Sería obrero porque tengo cabeza de obrero. A veces no entiendo muchas cosas pero cuando lo hago, es por acá, y vamos. El obrero se construye cierta fascinación por lo que hace y no entendes que lo haga tan feliz un trabajo tan pesado. Me gusta eso. Trato siempre de llevarlo adelante. De hecho, el Bululú hago doble función un poco por eso. Me gusta esa felicidad que da el trabajar y trabajar, sin pensar cuando termina.


El Bululú. Antología endiablada. Timbre 4. México 3554. Viernes 20.30 y 22 hs

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