Algo de esto hay en “Entonces bailemos” pero en este caso, los hechos se rellenan en tanto que el amor los atraviesa en un marco de la frialdad de un mundo donde una ruptura puede realizarse por un mensaje de texto. Se hablará de un amor puro, de esos que se viven –y se sufren- hechos palabra. Encarnados en situaciones que dan cuenta de lo que puede ser el amor como combustible necesario para llevar a cabo las más diversas acciones. ¿Extremas? Seguro. ¿Incorrectas? Cuando el amor atraviesa la acción, la corrección pasa a ser un eufemismo fácilmente utilizable por los tibios que quieren salir de esa autopista de alta velocidad llamada “pasión”, por la colectora de lo “correcto”.
Es a partir de estas emociones que Martín Flores Cárdenas construye una serie de monólogos atrapantes en tanto permite que la imaginación -¿y el inconsciente?- viaje por esa autopista mencionada en el párrafo anterior pero sin ningún tipo de prurito con respecto a lo que se escucha al tiempo que se establece empatía.
Una vieja canción dice “Yo puedo tocar el fuego/puedo hasta quemarme entero/no me pidas que te deje de amar”. Este lema sería perfecto para esta nueva creación de Flores Cárdenas que supera ampliamente los cuarenta minutos de sus obras anteriores (¿acaso el teatro responde a un patrón de tiempo para ser considerado como tal?) y le permite hablar del amor en dosis iguales de sensibilidad, ironía e incluso, odio.
Cada uno de los cuatro personajes, crea a su “otro” a partir de una excelente dramaturgia que permite dar cuenta de la existencia de aquél pero sin su presencia. A lo sumo, se lo adosará a alguno de los otros participantes pero sin dotarlo de voz, que permita establecer un diálogo. Aquí, solo se permite el relato catártico pero sin caer en los clichés de una desolación extrema y bizarra, propia de un teleteatro venezolano. En el caso de “Entonces bailemos”, esa desolación será enmarcada por un dejo de sordidez y por ese sarcasmo que apela a una media sonrisa cruel y mordaz. Los personajes, hablan, viven y sufren pero no ocultan nada.
El espacio donde se desarrollan los acontecimientos, es etéreo. Solo una gran cantidad de colchones que servirán de “lugar de estar” mientras ellos hablan, ocupa el centro de la escena. Y no es paradójico que sean colchones –o una sucesión de los mismos- que se ubiquen con precisión milimétrica en el medio del escenario. ¿A dónde va uno cuando sufre por amor? ¿Dónde descansan los huesos y el espíritu maltrecho después de una ruptura? A un colchón –o sofá, futón, sillón- del cual se saldrá para realizar las actividades más básicas del ser humano.
Laura Lopez Moyano y Marcelo Mininno serán quienes tendrán a su cargo los momentos de mayor visceralidad, donde lo físico es parte fundamental para llegar a ese clima de tensión extrema que plantea el texto. Por su parte, Javier Pedersoli y Florencia Bergallo apelan a la implosión de sus sentimientos, detonándolos en su propia humanidad, con similares dosis de angustia y venganza. La música de Julián Rodriguez Rona es fundamental en la creación de una identidad propia para la obra, junto con esos pasos de baile pergeñados por Manuel Attwell, que acerca a la puesta a ciertos aires “tarantinescos”.
“Entonces bailemos” plantea con excelencia, catarsis de amor envasado en un espacio tal, que salpica a todos los presentes, porque cada uno de ellos, de alguna manera, se encuentra “atado a un sentimiento”.