Vaivenes revolucionarios
Dramaturgia y dirección: Pablo Quiroga. Con Juan Pablo Galimberti, Diego López, Leonardo Odierna, Sol Rodríguez Seoane y Maria Zambelli. Vestuario: Daira Gentile. Iluminación: Pablo Quiroga. Diseño de escenografía: Paola Costamagna. Realización escenográfica: Julián Villanueva. Música: Juan Martín Carzoglio. Diseño gráfico: Sofía Mazzaglia y Manuela Piqué. Traducción y Asistencia general: Aigul Safiullina. Asistencia de dirección: Manuela Piqué. Supervisión dramatúrgica: Pablo Iglesias.
Vera Vera Teatro. Vera 108. Jueves, 21 hs.
Daniel está mirando lo que ocurre dentro de la heladera de Pato y Romina, una pareja de amigos. Y lo que está sucediendo es una revolución en lejanas tierras rusas, allá por 1917. El hecho que la heladera este ubicada en un departamento en San Clemente, es un mero detalle que no importa al momento de contar la historia. Al respecto, el texto es rico en su contenido, en particular, con lo que plantea con respecto a la militancia y sus distintos matices. Como puede potenciar las virtudes de un individuo cuando es convocado por el bien común, en beneficio de una comunidad o como, por otro lado, puede brindar un ámbito de contención y pertenencia para una persona de pocas luces, quien será el más fiel seguidor de la causa. Inclusive por encima de aquellos que lo aventajaban en capacidad o tiempo de pertenencia al movimiento.
La transformación del individuo y la forma en que se separa de sus propios compañeros trasciende la obra para establecer guiños de continuidad con la situación actual no solo del país, sino con cualquier lugar donde haya un movimiento revolucionario. La pregunta de “revolución a rajatabla” vs “revolución crítica” gira en torno a los diálogos de Daniel con un poeta ruso (un muy convincente Leonardo Odierna) que traen desde Petrogrado a San Clemente a través de la heladera o la camarada (una versátil María Zambelli) que tiene las mismas visiones que él en el presente pero que empieza a desconfiar de todo a medida que pasa el tiempo. El mesianismo de quienes creen ser la vanguardia iluminada pero que terminan arrastrando a quienes confiaron en ellos –o no se animan a desafiarlos- a un callejón sin salida o una inmolación muy cercana a lo ocurrido en Masada, pero lejos de la heroicidad del ejemplo.
La transformación del individuo y la forma en que se separa de sus propios compañeros trasciende la obra para establecer guiños de continuidad con la situación actual no solo del país, sino con cualquier lugar donde haya un movimiento revolucionario. La pregunta de “revolución a rajatabla” vs “revolución crítica” gira en torno a los diálogos de Daniel con un poeta ruso (un muy convincente Leonardo Odierna) que traen desde Petrogrado a San Clemente a través de la heladera o la camarada (una versátil María Zambelli) que tiene las mismas visiones que él en el presente pero que empieza a desconfiar de todo a medida que pasa el tiempo. El mesianismo de quienes creen ser la vanguardia iluminada pero que terminan arrastrando a quienes confiaron en ellos –o no se animan a desafiarlos- a un callejón sin salida o una inmolación muy cercana a lo ocurrido en Masada, pero lejos de la heroicidad del ejemplo.
La forma en que se trabaja el texto a través del absurdo, para llevar adelante la idea de como sería la participación ante una eventual revolución (de la que, encima, se sabe como terminó) es muy interesante. Pone sobre el tapete cuestiones que más de uno desearía no tocar o mirar de costado en tanto el interrogante sobre la utilidad de un revolucionario que piense y critique y no solo siga “ordenes” sin preguntar al respecto.
La escenografía es correcta aunque quizás, algún detalle mínimo como el abrir una puerta y ver que no tiene nada que ver con lo que ocurre sobre tablas, corte con la creación del ambiente en un tiempo y lugar determinado. El ritmo de la puesta es atrapante, con buenos giros dramatúrgicos en el texto. Las actuaciones son exactas y se aprecia que el devenir de los acontecimientos afectó a los personajes, tal el caso de Romina y Pato (los solventes Sol Rodriguez Seoane y Diego López). La obra los atravesó y los modificó, más allá que Daniel (correcto Juan Pablo Galimberti) sea el personaje que lleva la obra adelante y quien menos matices cuenta en tanto planteos con respecto a lo ocurrido.
Con un buen texto y una idea que atraviesa a una puesta intensa, “Algo que no era” llama la atención con respecto a la influencia de seguir ideales con tal convencimiento que la mimetización con los mismos, puede llegar a borrar la propia individualidad asi como su capacidad crítica.