Corría el mes de agosto del 2013 y estábamos enfrascados en la recolección de testimonios para el que sería nuestro libro #50AñosRock. De más está decir que Willy Crook tenía que formar parte de los entrevistados.
Llegamos con Matias Recis –coautor del libro junto a Miguel Dente y quien esto escribe- a su casa, en la zona de Once, al horario pautado, pasado el mediodía. Tocamos el timbre y no atendía nadie. Sorprendidos, nos quedamos pensando que se había ido y estaría por volver. Esperamos un (muy) buen rato en la puerta, viendo que hacíamos. Como impaciente que soy, volví a tocar el timbre. Escuchamos el paso de unas botas y se abrió la puerta de calle. Era Willy y nos dijo “pasen”.
Hacía un frío terrible lo cual no impidió que empecemos una charla larguísima, cuya desgrabación original ocupó más de quince hojas A4 a interlineado simple.
Willy tenía muchas ganas de hablar así como nosotros de escuchar y preguntar. Aquí, lo recordamos, a través de su palabra, con algunas reflexiones que realizó sobre varios temas, tras su paso a la inmortalidad el pasado 27 de junio.
“Si mal no recuerdo, un día encontré a Tito Fargo en la casa de Diego Arnedo y me comentó que un grupo estaba buscando saxofonista…Si lo hubiese sabido que era para Los Redondos, no me hubiese presentado jamás! (risas) Recién estaba empezando a aprender….A los Redondos los extraño mucho porque son mis hermanos mayores. Empecé con ellos aunque, a esta altura, no parezcan ser tiempos pasados sino “vidas pasadas”. Por su parte, Skay es uno de mis guitarristas favoritos, además de amigo. Los Redondos era una banda de rock que, más que un cantante, contaba con un escritor que cantaba. Siempre me interesó El Indio como letrista porque la gente la atribuía cosas que él no decía. Y es que el arte no tiene por qué “decir” necesariamente. Las bombas de “Fuegos de octubre” se correspondían con el “octubre bolchevique” porque a Patricio Rey le encantaba el quilombo y la revolución. Era una anarquía monárquica –pero no por eso se apagaban los puchos en el piso-. Igualmente, alguna vez se dijo “Toda revolución mantiene la pureza hasta que se alcanza el objetivo”. Y eso, los Redondos lo sabían. Por otro lado, El Indio tenía una locura incisiva muy particular: la hipocondría y esa paranoia bien fundada porque…que te confundan con Patricio Rey, un ser que ni siquiera existe…?
Hablando específicamente de ‘Oktubre’, me acuerdo de que fue el disco con el que más lloré…pero de bronca. Estaba en el colectivo escuchando un walkman que me había regalado Miguelito Abuelo. Había arreglos que no me gustaban. Según el criterio del ingeniero de sonido Osvel Costa, todo debía llevar reverb y, para mi, tiene el inconveniente de que es un ‘enmascarador de sutilezas’. Además, todos los temas tenían saxo, algo por lo que me rayé mal y terminó siendo uno de los motivos por los que me abrí de la banda. Años después, cuando estaba en España, me iba enterando de todos los lugares que los Redondos llenaban. A mi regreso, vi que eran un fenómeno social convertido en ‘enfermedad’. Una vez, el Indio me dijo ‘sobre el escenario podría cambiar todas las letras poque igualmente, ni se darían cuenta. Cantan las canciones a grito pelado’. Pero los fanatismos vienen acompañados de antagonismos. Ese ‘enemigo inventado’. El arte debería ser la posibilidad de abrir esas fronteras, no de cerrarlas”.
“Hay mucho mito respecto de que el Indio y Skay se la pasaban craneando cosas…Esa escena era muy divertida, de una época fantástica. Estábamos jugando a eso. Tanto para ellos como para mi era una experiencia. Por eso pasó lo que pasó. Años después, Skay no se morfaba ninguna galletita. Tenía la oreja ya afilada y se había abierto al mundo. Escuchaba lo que pasaba. Musicalmente, se limitaba a quedarse ahí. Supongo que era una política espiritual de tocar lo que saliese de adentro. Después empezó a escuchar otras cosas como Pantera. Cambió de violas muchas veces hasta volver a la SG. Se dio unas cuantas vueltas para dedicarse al instrumento; yo, ahora, estoy viendo algunas cosas que, por esas vorágines, salía a los shows con las mismas cuerdas de siempre, que se salían al tercer tema”.
“El Indio tiene un mundo aparte. Una locura particular que es incisiva. La hipocondría y todo eso pero nada que…ningún charco que asuste a este sapo. Para llamarle la atención, tuve la ocasión de salir en la página delantera del periódico Clarin en la sección de Espectáculos para decir “El Indio es más aburrido que un telo sin espejos”. Con esta provocación, me dije, me va a llamar por teléfono el culeado. ¡¡Y no me llamó!! Me imagino que, alrededor de la mesita del teléfono, hay un surco, con toda la diarrea mental y verbal que tiene, que es formidable. Estabamos en la casa, tomando un vino y se ponía a contar algo. Podías ir al baño o lo que sea y el tipo seguía contando la historia. No es que volvía al punto. Ni se daba por aludido que te habías levantado ni nada. En cambio, Skay tiene una fabulosa técnica de desaparición. Lo más gracioso es que hay pocas fotos y encima tiene un aspecto bastante singular, al que suma esas técnicas que te digo. El Indio pone un pie en la vereda y pasa como la Pantera Rosa cuando quiere cruzar la calle”.
“El público de los Redondos, en la época de la Esquina del Sol, eran callejeros con más de un super culto. Bioquimicos y algún Premio Nobel colados en el medio porque captaban la esencia. Callejeros de Palermo, intelectuales algunos y no había demasiado peligro. Al menos, con Patricio Rey. Salíamos, ‘chau chau’ y después, en tres días, volvíamos a hablar. Era época de discar teléfono y de tener tiempo para ir a la casa de otro. En esa época la gente se cuidaba mucho más. Ningún pelotudo hubiese prendido una bengala ni tampoco se hubiese subido al escenario a pisarnos los cables o algo por el estilo. Lo bajábamos de un sopapo. Había cosas que no sucedían”.
Se corta la cinta y a Willy le llama la atención mi grabador, un viejo Panasonic para cassettes TDK grandes. Lo damos vuelta y retornamos a la charla con otro tema.
“A Luca lo conocí en un verano en Gesell, en una trifulca en un bar que se llamaba Los Momentos, 115 y Costanera. Me estaban por partir una botella en la cabeza, en medio de un “piña va, piña viene, los muchachos se entretienen”, cuando aparece un pelado y le dice algo en italiano. Nos quedamos los dos, el amasijable y el amasijante mirando. Pasó eso y me salvó. Tenía esas cosas de lucidez de poder decir una frase entera en medio de una pelea. Las mentiras que mandaba como “el estrabismo venereo” y decía que “Susana Gimenez tiene como Mónica Vitti que tuvo el orgasmo más fuerte que quedó bizca”. Mandaba fruta en camiones y los dos tipos que estaban, escuchando todo. Nos quedamos charlando, con su magnetismo irresistible. Chupaba a la par que él y yo tenía 18 años. Me acuerdo que iba a cruzar una calle y me desperté tirado con un montón de gente alrededor. Era un personaje pintoresco Luca….”
“Llegué a tocar con Sumo porque Luca le rompía las pelotas a Roberto. ‘Petinatto se está por ir’, decía. Además, lo jodía a Poly y Skay. A Luca le encantaba romperle las pelotas. Se divertía con eso. Juntaba a varias novias y después volaban los platos de fideos por todos lados. Un quilombero….(risas). Resulta que después Peti, uno de los cobardes más valientes que conozco. Te mira y grita “Me cago en las patas! Pero lo decido yo!”. Me contó que iba Luca y le decía que le quería quitar el trabajo! Era como los paisanos…. “fijesé, que le quieren sacar su puesto…”.(risas). Sumo era fantástico y me hubiese gustado tocar con ellos”.
“Fue muy caprichoso el destino. Justo entré en los Redondos cuando se transformó en una banda de rock. Estaba en España y me contaban que ‘ya tocaron en Obras’, el techo. Después llegué acá y vi que se convirtió en un fenómeno social, para decirlo en un término pomposo. Tipos que se peleaban por gente que era amiga mia… Era terrible. No le tenías miedo a la policía sino también a los fans. Hacemos Huracán en el 94 y salgo por la puerta de adelante, con mi saxito y un copetín que gentilmente me obsequiaron. Me gritaron “Aguante Willy” y no tenía idea de lo que significaba el término. Me imaginaba que me caí un piano, como en los dibujitos y tenía que “aguantar”. Había tocado en Córdoba y vine en avión justo para cuando ellos iban a tocar en River.
Hace bastante frío por lo que Willy dice “voy a buscar unas ramas para el fuego de la estufa”. Agarra su guitarra y nos la acerca. Era la misma -creo- con que lo habíamos visto tocar con Los Quietos, esa banda fantasma de la que formó parte junto a Daniel Melingo, Fernando Samalea, Patán Vidal, María Eva Albistur y Luis Ortega (https://www.elcaleidoscopiodelucy.com.ar/2011/08/los-quietos-una-banda-imperdible.html) “Si quieren, toquen algo” y se va. Me quedo duro de la sorpresa. Matias mira y tira “No puedo. Soy zurdo”.
Llegamos con Matias Recis –coautor del libro junto a Miguel Dente y quien esto escribe- a su casa, en la zona de Once, al horario pautado, pasado el mediodía. Tocamos el timbre y no atendía nadie. Sorprendidos, nos quedamos pensando que se había ido y estaría por volver. Esperamos un (muy) buen rato en la puerta, viendo que hacíamos. Como impaciente que soy, volví a tocar el timbre. Escuchamos el paso de unas botas y se abrió la puerta de calle. Era Willy y nos dijo “pasen”.
Hacía un frío terrible lo cual no impidió que empecemos una charla larguísima, cuya desgrabación original ocupó más de quince hojas A4 a interlineado simple.
Willy tenía muchas ganas de hablar así como nosotros de escuchar y preguntar. Aquí, lo recordamos, a través de su palabra, con algunas reflexiones que realizó sobre varios temas, tras su paso a la inmortalidad el pasado 27 de junio.
Hablando específicamente de ‘Oktubre’, me acuerdo de que fue el disco con el que más lloré…pero de bronca. Estaba en el colectivo escuchando un walkman que me había regalado Miguelito Abuelo. Había arreglos que no me gustaban. Según el criterio del ingeniero de sonido Osvel Costa, todo debía llevar reverb y, para mi, tiene el inconveniente de que es un ‘enmascarador de sutilezas’. Además, todos los temas tenían saxo, algo por lo que me rayé mal y terminó siendo uno de los motivos por los que me abrí de la banda. Años después, cuando estaba en España, me iba enterando de todos los lugares que los Redondos llenaban. A mi regreso, vi que eran un fenómeno social convertido en ‘enfermedad’. Una vez, el Indio me dijo ‘sobre el escenario podría cambiar todas las letras poque igualmente, ni se darían cuenta. Cantan las canciones a grito pelado’. Pero los fanatismos vienen acompañados de antagonismos. Ese ‘enemigo inventado’. El arte debería ser la posibilidad de abrir esas fronteras, no de cerrarlas”.
Hicimos la última gira en vida de Miguel. Estuvo fenomenal. Me acuerdo de Miguelito diciendo ‘han pasado la puerta de este autobús en el cual son libres de hacer lo que yo diga’. Nos la pasábamos tan bien…..Estaba muy chicato, mal. Creía que era la edad. Estaba con mucha energía y todo eso pero creo que saltó todo cuando lo operaron (N de R: se había operado de la vesícula). Tocaste un órgano y se paró, después otro…. En esa época, el sexo era sin preservativo. Cogías con todos los que cogieron con todos los que cogieron y con todos los que cogieron. En algún momento termina la frase. Acá nunca se le dio bola y se transformó a los pacientes en clientes. No hay que coger sin preservativos. Había que darselos a las chicas porque los hombres somos muy pelotudos y calentones….Hay muchos que lo saben y no lo dicen mientras otros nunca se enteraron.
Experimentábamos con todo lo que había por ahí. Tomé cocaína y nunca tragué el humo, era el entorno! (risas). Éramos muy ruidosos. Nos divertíamos demasiado. Era un grupo para ponerlo en Londres. Phil Manzanera, el guitarrista de Roxy Music y Bowie, estaba muy enganchado con nosotros. Matt Bianco quedó alucinado y Vanessa Paradis dejó un gran recuerdo….Había mucha libertad y un caradurismo total. El hit “Asesino” tenía una cosa asi de flamenco”.
Cada quien tiene su importancia. Cada campeón en su categoría. Por ejemplo, admiro a la Mona Jimenez. Es igual a Brown…un negro feo pero se sube al escenario y es un dios”.
No creo que los fans conozcan realmente la obra de un artista. Se ven reflejados en algo que encontraron en él. El artista es como nosotros; a la mañana, encuentra una media número 2 en su cama. Más encumbrados son y su vida se vuelve un asco. Salí con Andrés Calamaro y nunca más. A los cinco segundos de estar en el boliche, había un muro de Berlín de tres chabones y a la media hora, estaba por otro lado. El fanatismo es esa necesidad de agarrarse a algo. A mi me quedó algo de espiritualidad. Buscaba una libertad y una paz para el mundo”.
¡Gracias por tu arte, Willy! ¡Buen viaje!