A partir de la toma por ciento veinticinco días de la mansión del embajador de Japón en 1996 por parte del Movimiento Revolucionario Tupac Amarú, Mariano Tenconi Blanco crea un mundo paralelo en el que el joven Ollantay, un proyecto de guerrillero, secuestra a la joven Izumo, hija del embajador. Con guiños a la estética de los comic japoneses y la estética de las películas de Oriente, la puesta da cuenta de la relación de ambos jóvenes y la relación de ambos mundos. Un campesino que busca el reconocimiento de su hermano mayor, ya enfrascado en la lucha armada y una niña bien, que quiere ser actriz y una sensibilidad particular y oscilante. La manera en que se conocen y se enamoran es poética y lúdica, por lo que el dinamismo de la puesta es ágil y atrapante. Al respecto, la dramaturgia es sólida y exacta pero contendrá momentos logrados en los que cada uno podrá hacer su recorte personal de una situación determinada. Así podrá ser el ensayo de la obra que está preparando Izumo, el viaje en auto o el baile de una cumbia.
La utilización de diversos lenguajes y culturas, da cuenta de una exhaustiva investigación en la descripción no solo de los hechos sino en el dibujo de los personajes. La iluminación es fundamental para que la puesta llegue a buen puerto, creando diversos climas y situaciones. No obstante, quien se lleva las palmas es ese cajón todo terreno, creado por Elisa Sanchez que hará las veces de auto e inclusive, de escenario de los acontecimientos. La utilización mínima de objetos y la prolífica pluma de Tenconi Blanco son fundamentales para crear un mundo donde conviven el amor y las diferencias sociales, el drama y la comedia, el querer y no poder, pero con la dosis exacta de realidad y lirismo. Las actuaciones de Yanina Gruden y Luciano Ricio son excelentes. Cada uno le saca el máximo a cada personaje, llevándolo a lugares pergeñados por una imaginación desbordante y bucólica. El vestuario los ubica exactamente en los lugares pero dotándolos de una identidad propia e indivisible.