Secuencias de tiempo
La situación es de un asesinato y muerte y la forma en que se entrecruzan las historias con un winchester de por medio. Este asesinato tiene un testigo que es culpable de otro crimen: la traición y el desamor. En los entrecruzamientos resulta atrapante la puesta. Más aún con las actuaciones de un elenco sólido y versátil, que va cambiando de personajes constantemente pero con tal solvencia, que el anterior queda oculto delante del que aparece, como si el anterior no hubiese existido. La escenografía es extremadamente sencilla, movible con teléfonos y sillas, dotando del minimalismo necesario para que acompañe con prestancia las actuaciones excelentes que se van sucediendo, una detrás de la otra.
La poética utilizada es de alta calidad, permitiendo situaciones para destacar sobremanera, como una conversación telefónica puede estar a tanta distancia como la extensión de una mano pero con los corazones y sensaciones absolutamente lejanas, a millones de kilómetros. En estas situaciones es donde se destaca el aceitado triángulo de actores-dramaturgia-dirección, llevando una situación a cada espectador que la procesará con sus vivencias, resignificando la escena a su propia existencia. El minimalismo mencionado, junto con la contundencia de las palabras y las actuaciones conforma un coctel explosivo que detonará en ese instante o quizás, más tarde. Por eso, el silencio de la atención constante invade la sala, creado por cada par de ojos (y de cerebros y corazones) que presencie lo que ocurre sobre tablas. La iluminación marca la sutileza en medio de una vorágine absolutamente dinámica pero ordenada y rítmica. La duración exacta para que el disfrute sea completo.
“Mujer armada, hombre dormido” es una obra de esas que se ven, pasan, terminan, se resignifican e incluso no es para nada extraño el volver a verlas para que el disfrute sea aún más rico que esa tan intensa primera vez.