Desde el momento en que la obra comienza, pinta un collage de competencia, lealtades y traiciones, más allá de una cuestión de género, aunque dependerá de los elencos y sus particularidades. Aquí, un grupo de chico está a punto de disputar la final de un campeonato mundial. Que el deporte sea fútbol, vóley o hockey, es lo de menos ya que la obra es rica en variados aspectos. “
Vestuario para hombres” da un pantallazo a varias de los mitos y leyendas (asi como verdades no escritas) muy relacionadas con hechos del deporte argentino de los últimos veinte años. De esta manera, es inclusiva con los espectadores ya que conocen algunas referencias de la puesta. En este marco, los egoísmos, la codicia, el sexo y el poder se entrelazan para construir un vestuario masculino donde nadie queda fuera de una crítica feroz al mito de la “competencia deportiva” y del “lo importante es competir”. Allí es donde cualquiera que haya encarado una actividad grupal (un equipo de fútbol o de trabajo) identifica plenamente a los personajes. La crueldad de las relaciones y el deseo por lograr el objetivo “cueste lo que cueste” da cuenta de un discurso muy en boga, extensible a una sociedad exitista, criada y educada bajo estos cánones. Una frase muy acuñada, gracias al inescrupuloso CSB es “el segundo es el primero de los fracasados” y que es extensible a toda una sociedad viciada de un discurso resultadista. Este vestuario contiene lockers diversos donde se guardan mucho más que los sueños y frustraciones de los deportistas, con las características que pueden tener cada una de las personas portadoras de esos “bienes”. Las actuaciones son muy buenas, dotando a los distintos personajes de características propias bien definidas e identificables.
Javier Daulte pone su pluma a uno de los males endémicos argentinos que, cada cuatro años, se exacerba más que de costumbre y que va más allá de un deporte.