Aquí, un grupo de chicas argentinas está a punto de disputar la final de un campeonato mundial. Que el deporte sea fútbol, vóley o hockey, es lo de menos ya que la obra es rica en variados aspectos. La dramaturgia creada por Javier Daulte es exacta en todo lo que la palabra significa. Diálogos interesantes, climas logrados a través de situaciones diversas que se manejan en un péndulo oscilante entre la comedia más grotesca y el drama más terrible y personajes con más de una arista a descubrir. Estos entran y salen, usan y abusan –en el buen sentido- de una escenografía amplia, diseñada especialmente para que el vestuario sea “real” (con duchas incluídas) pero principalmente, para que el espectador no pueda abarcar todo el escenario en su campo visual. O sea, debe estar atento a cada situación, yendo y viniendo con la vista para no perder detalle de lo que ocurre.
En este marco, los egoísmos y el poder se entrelazan para construir una puesta de calidad en la que nadie queda fuera de una crítica feróz al mito de la “competencia deportiva” y del “lo importante es competir”. La crueldad de las relaciones y el deseo por lograr el objetivo “cueste lo que cueste” da cuenta de un discurso muy en boga y que, justamente, haya logrado todo lo contrario. Una gran virtud es la naturalidad de un muy buen elenco en el que se aprecia la sapiencia para llevar a cabo los personajes en medio de una vorágine dramáturgica.
«Vestuario de mujeres» te pone todo aquello que podría (o no) pasar en un lugar donde se practican deportes, extensible a una sociedad enferma de egoísmo. Todo, “in your face”.