Deby Watchel toma justamente a esta situación para quitarle la solemnidad y mostrar la otra cara institucional y romper con algunos esquemas bastante impuestos (lamentablemente) a muchas mujeres. Sofía toca la flauta en una sinagoga y es testigo de todos los casamientos que allí se producen. Cada novia con su patología (digo, sus características) con las cuales Sofia podrá identificarse…o no.
Lo interesante de la dramaturgia es que pone al amor en un lugar diferente al del matrimonio, corriendo el centro de la escena a la felicidad de la persona. Además, el cambio de estadios en Sofia hace que se pase del sueño a la realidad en segundos, sin que afecte al relato ni a la coherencia de la puesta. Ella contará sus vaivenes amorosos y dejará una crítica solapada a “la novia” como “momento respetable” de la vida más allá de si es felíz con dicho rol. Desde su lugar de observadora, es testigo de la pantomima de la boda y la felicidad envuelta para regalo de las normas sociales. Ahí está la dualidad dicotómica de Sofi porque por un lado desea estar “ahí” pero tampoco ser “el pato de la boda”. El vestuario, a través de su sencillez, y las múltiples aristas de su personaje conforman a una Sofía reconocible y humana, lejos de la heroína sufrida y desdichada. Aquí, el humor delirante y la sutil ironía conviven sin inconvenientes para una puesta políticamente “incorrecta” pero válida y certera en su contenido.
Deby Watchel creó y desarrolló con “La Novia” una puesta excelente para cerrar (o comenzar) una semana mezclando humor con reflexión.