Todos quieren lágrimas (Teatro)

Pinceladas de visceralidad laboral

De Valeria Carregal, Pablo Ciampagna, Maximiliano de la Puente, Lorena Díaz Quiroga, Sebastian Saslavsky. Con Valeria Carregal, Pablo Ciampagna y Sebastian Saslavsky. Iluminación: Lorena Díaz Quiroga. Dirección: Maximiliano de la Puente

Sala Escalada. R.E.de San Martin 332. Domingos, 20 hs

Sólo se conocen pequeños datos. Que Julia y Raúl trabajan en una fábrica de papel para “El Señor” y que ésta puede llegar a ser cerrada dentro de poco tiempo. No mucho más. 

El diálogo es permanente entre espectador y puesta, ya que ésta lo interpelará para que llene ese espacio vacío de incompleta interpretación. En una atmósfera kafkiana, de encierro cuasi permanente y una iluminación tenue, creadora de la ominosidad de la laberíntica rutina laboral, los actores desarrollarán una tarea de visceral composición de sus personajes. Gritarán, se golpearán y harán todo lo que tengan que hacer para que el sentido salga de sus límites, para plantarse frente a todos, con la crudeza que reprimen los “recursos humanos”. Raúl golpeará su cuerpo y se quebrará en llanto; Julia permanecerá contenida, como un volcán y el Señor, siempre obedecerá órdenes, pero con el orgullo de tener su cargo jerárquico. 

No obstante, siempre habrá algo que perturbe la monotonía de la situación, como la ausencia de Pizarro, un ex compañero que simplemente “no está”. Y la tristeza explotará al igual que la furia por no respetarse vínculos tan “románticos” como la lealtad o la amistad, aunque sólo por un ratito, para descargar la bronca y volver a lo que “realmente” importa: seguir trabajando. Los cuerpos se exprimirán en su vínculo con su trabajo, al cual le deben prácticamente su existencia y su identidad. Jefe y empleados en una relación vinculante, donde el propio “ser” se diluye tanto en un guardapolvo o también en un head set en los modernos call centers. Porque siempre hay que seguir trabajando, porque “el trabajo dignifica”, “el trabajo libera”. Párrafo aparte para un final de obra a toda orquesta y desbordante imaginación, en la cual la máquina se perfecciona hasta el infinito. 

“Todos quieren lágrimas” no es para todo público, exige un esfuerzo extra a la materia gris. Un riesgo –por fín!- que vale la pena abordar y aprehender en su totalidad, sabiendo que los resultados serán imprevisibles. ¿Y qué mejor que eso, no?

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