El pasado lunes 25 de setiembre comenzó la Bienal Arte Joven, que se desarrolló hasta el domingo 1 de octubre con sede central en el Centro Cultural Recoleta. Recordemos que la misma fue la sede de la primera Bienal de Arte Joven que tuvo la Ciudad en 1989. Hoy en día, trece sedes albergan a las nuevas producciones de jóvenes artistas entre 18 y 32 años.
En el caso que nos compete, estuvimos viendo varias obras de teatro producidas con el financiamiento y acompañamiento de la Bienal, las cuales seguirán realizando funciones hasta el mes de noviembre. Al respecto, diremos que todas las obras que hemos presenciado, contaron con una buena afluencia de público que disfrutó de lo visto. El cruce de diversas puestas abrió una serie de interrogantes que queremos compartir con ustedes, más allá de destacar algunas de las que hemos presenciado.
Primeramente, mencionaremos a “Ruido blanco”. La puesta nos traslada a la Antártida donde Santiago, un músico becario desea grabar el sonido del denominado continente blanco. En la soledad de un espacio absolutamente blanco y con una luz que ilumina por demás, su único lazo con un ser vivo es con una foca que será su compañera a lo largo de esta aventura. Como un Orfeo moderno que compone con un teclado, establece una intertextualidad con el mito para crear una puesta absolutamente deliciosa. La utilización de la pantalla es acertada en tanto permite enriquecer la puesta con datos acerca de Santiago y su pasado en la ciudad.
La forma en que se desarrollan los hechos dan cuenta de la metamorfosis de los personajes a medida que pasa el tiempo. Son seres que viven esa interrelación de diversas formas. La búsqueda de inspiración del músico se mezcla con la sorpresa constante de una foca que adquiere formas humanas para verbalizar lo que va sintiendo. Los paisajes musicales están muy bien resueltos en tanto esa búsqueda en pos que “suenen todas las notas”.
Las actuaciones son exactas, en especial esa foca tan querible que crea Rosalba Menna.
Por otra parte, “El canto invisible”, una puesta de calidad que lleva adelante uno de los -que debería ser- pilares de la Bienal, tal como es el afrontar el riesgo y tensar algún tipo de límites. En este caso, un autor clásico como Ibsen es tomado por Juan Cruz Forgnone, un joven director que mantiene la esencia del original y lo lleva a dialogar con la coyuntura actual donde el respeto a las diferencias es una de las banderas de colectivos diversos, frente un avance de un conservadurismo tan vigente como oxidado. Aquí, Olaf se enamora de Alfhilda, aunque está comprometido con Ingrid para un futuro matrimonio aunque no la ama.
El trabajo irrespetuoso en torno a figuras míticas y a la obra de Ibsen es excelente. Pero lo irrespetuoso aquí es una virtud. No cae en el miedo escénico de muchos que retoman a los clásicos para hacerlo de la misma manera que el original, abrumados por el “qué dirán frente este atropello” pero buscando la legitimidad que esto amerita. Por el contrario, Forgnone juega sus ideas con resolución y sale absolutamente airoso.
La iluminación es fundamental para concebir los distintos espacios en los que se desarrollan los acontecimientos. El diseño sonoro cuenta con un trabajo serio y es de gran importancia. El canto obrará con sutileza y el piano tendrá sus momentos de presencia con precisión y frescura, a través del dúo conformado por Florencia Barral y Ulises Martínez
Por otra parte, la puesta cuenta con un toque de oscuridad y humor que pone sobre el tapate la cuestión de las diferencias al tiempo que parodia y satiriza a quienes representan las autoridades, al mejor estilo Rabelais y su descripción del carnaval. Es la risa puesta al servicio de la reflexión y crítica (a través de la sátira) de lo acontecido, yendo más allá de la risa llena de entretenimiento y vacía de contenido. Ese clima que combina lo ominoso con esos toques de humor (lo cual no implica que sea una obra humorística), dialoga con una estética más cinematográfica quizás, en la línea de Tim Burton. En este sentido, el trabajo de Forgnone sigue ese camino. Perturba con sus ideas y con la satirización que hace los tan mentados “mandatos” y el “deber ser”.
El elenco responde a lo requerido por la dirección con algunas actuaciones para destacar. Tal es el caso de Leilen Araudo –a quien hemos visto en la excelente “Bufarra”-, que abre la puesta. La Alfhilda de Maiamar Abrodos ama y sufre con intensidad pero sin caer exageraciones. Finalmente, Manuel Reyes Montes como la madre de Olaf, desarrolla un trabajo excelente. Con algún lazo/guiño con Helena Bonham Carter, esa madre será uno de los puntos más altos de la noche.
Para finalizar, “Ninfa” trajo la danza a la Bienal con una puesta inquietante. Blanca Lerner combinó la danza con el mundo animal. Una iluminación creadora de los climas más subyugantes o salvajes con coreografías que ponen en situación a los cuerpos en medio de una selva. Lejos de cualquier tipo de linealidad, surgen diversos universos que tendrán que ver con lo femenino y el instinto propio que las atraviesa. Esa deidad que vive en la naturaleza, ahora llevada por diversos confines a través de la excelente música de Dylan Lerner.
Seguramente, con el paso de las funciones, aceitarán algunas cuestiones pero no se le puede dejar de reconocer una idea de ir hacia otras latitudes asi como mixturar diversos mundos. Es físicamente intensa y poéticamente inquietante.
Al ver las obras de la Bienal de Arte Joven, nos quedaron algunas reflexiones en el tintero. Una de las preguntas que surge de un evento de este calibre es ¿Cuáles son las inquietudes que tienen los jóvenes que los impulsen a las diversas expresiones artísticas?
Más allá de las obras que hemos destacado, uno no puede dejar de realizarse dicho interrogante con dramaturgias que, pareciera, corresponden a otros tiempos. El dibujo de los personajes cae en estereotipos que no se corresponden con una coyuntura en la que los jóvenes tienen otros accesos a la información y a la toma de decisiones. El acentuar los «mandatos» -muchos de los cuales dejan bastante que desear-, implica atrasar años. Ni hablar del manejo de la culpa y esa rabia contenida en tanto no poder desarrollarse como individuo o simplemente, ser una adolescente.
Cada quien tiene derecho a realizar la obra que desee pero sorprende que haya jóvenes dramaturgos reproductores fieles de mandatos y normas sociales y no quienes pongan en tela de juicio lo establecido de antemano.
También sucede que, en ocasiones, nos preguntamos con respecto a la franja etaria a la que apuntan las obras. El tiempo pasa y muchas cosas se le pasan a varios espectadores que ven este tipo de obras. Aquí tenemos otra cuestión que atañe a los públicos, si es que estos buscan arriesgarse a nuevas propuestas. Como periodista, suelo hacer una pregunta a los artistas que, más de una vez, abre el debate. ¿El público condiciona la creatividad y el desarrollo del artista?
No obstante, se podrá argumentar, con respecto a lo que se ve, “ya vi la utilización del micrófono» o la forma en que se utiliza la multimedia o las canciones. La famosa frase “se le ven los hilos” se impone por el error que implica el correr un riesgo creativo. Pero para los nuevos creadores les resultará un recurso más o inclusive, una novedad. ¿Está bueno esto o es que estamos descubriendo la pólvora?
A nivel técnico, tenemos puestas que podrán ser impecables pero, ¿podemos ir más allá de esta cuestión? Poniendo un ejemplo musical, que Ariana Grande realice un show –y hacemos hincapié en esta palabra- de primera línea no sorprende al igual que sus canciones pop en un estudio en el que cualquiera puede cantar bien gracias a la tecnología que hay hoy en día. ¿Y después? ¿Qué puede apreciarse a nivel artístico, más allá del entretenimiento? ¿Acaso “Nada más queda” como diría Gustavo Adrián?
Pero a no decepcionarse. No caigamos en el axioma de tan –lamentable- actualidad que dice que cualquier tipo de observación sobre lo ocurrido implica volverse un turro. Es, simplemente, reflexionar sobre lo visto. Pertenecer al “Club de la Buena Onda”, cansa y termina siendo contraproducente por la burbuja edulcorada en la que se vive.
A continuación, el detalle de las obras que hemos recomendado.
Ruido Blanco
Dramaturgia y dirección: Franco Calluso. Con Rosalba Menna y Eugenio Schcolnicov.
Actuación en video: Ignacio Bartolone, Catalina Berarducci, Flor Braier, Franco Calluso, Juan Francisco Dasso, Jorge Eiro, Guillermo Masse, Rosalba Menna, Alberto Antonio Romero, Eugenio Schcolnicov y Guillermo Zeballos. Diseño de vestuario y de escenografía: Sofía Eliosoff y Romina Santorsola. Diseño de luces: Sebastián Francia. Audiovisuales: Juan Esteban Montoya Rivera. Música original: Franco Calluso, Manuel Embalse, Rosalba Menna y Eugenio Schcolnicov. Fotografía: Gerardo Azar. Producción:
Julieta Mazzoni
Beckett Teatro. Guardia Vieja 3556. Viernes, 21 hs.
El canto invisible.
Autoría: Henrik Ibsen. Adaptación y dirección: Juan Cruz Forgnone. Traducción: Else Wasteson. Con Maiamar Abrodos, Julieta Alfonso, Leilén Araudo, Federico Gonzalez Bethencourt, Emanuel Gaston Moreno Defalco, Rubén Parisi, Manuel Reyes Montes y Agustin Scipione. Músicos: Florencia Barral y Ulises Martínez. Vestuario: Cecilia Gómez García. Escenografía: Jorgelina Herrero Pons. Diseño de luces: Jessica Tortul. Diseño De Sonido: Delinda Ravone. Música original: Ulises Martínez y Delinda Ravone. Fotografía:
Pablo Carabias. Diseño gráfico: Agustin Scipione. Asistencia de iluminación: Vilo. Asistencia de dirección: Daniela González. Producción ejecutiva: Vanina Dubois
Timbre 4. México 3554. Jueves, 20.30 hs.
Ninfa
Autoría y dirección: Bianca Lerner. Con Daniela Garcia, Pamela Melina Juri Dayan, Natali Lisman, Marisol Moreira y Fabiana Paisani. Vestuario y escenografía: Rodrigo González Garillo. Diseño de luces: Javier Drucaroff. Grabación De Sonido: Velozet Studio. Música original: Dylan Lerner. Fotografía: Adan Jones. Asistencia Coreográfica: Natali Lisman. Asistencia de dirección: Salomé Bazán Rochaix. Producción: Daniela Garcia
Elkafka Espacio Teatral. Lambaré 866. Jueves, 21 hs.