Kintsugi (o el arte de la resiliencia)

 Almas rotas en vias de ¿recuperación?

Dramaturgia y dirección: Hernan Grinstein. Con Ailin Salas, Alberto Rojas Apel, Martina Carou, Matías Castagnola, Andres Gorostiaga, Mara Guthmann y Eugenio Sauvage. Iluminación: Lucia Feijoó. Audiovisuales: Mauricio Escobar Durán, Diego Saggiorato. Música: Morbo y Mambo. Fotografía: Dafna Szleifer. Diseño gráfico: Page_trip. Asistencia de dirección: María Fernanda Brizuela. Productor asociado: Laura Kojusner. Producción: Lezica.


El Método Kairós Teatro. El Salvador 4530. Viernes, 20.45 hs


En Japón, el Kintsugi es una técnica que se utiliza para arreglar la cerámica cuando esta se quiebra y/o rompe. A nivel filosófico, podría decirse que plantea que las roturas y sus respectivas cicatrices forman parte de una persona y deben mostrarse en lugar de ocultarse. Esto daría cuenta de las transformaciones en la vida de la persona.


Esta sería la filosofía que atraviesa a “Kintsugi”, la puesta pergeñada por Hernán Grinstein pero con un anclaje absolutamente actual donde los fantasmas y demonios que tiene cada individuo son absolutamente personales. Si llega a una situación absolutamente patológica -en este caso, relacionada con el consumo abusivo de drogas de variada índole-, se busca paliarla a través de la consulta con un especialista. En este caso, un psiquiatra debe lidiar con un grupo por demás conflictivo en tanto los planteos que le realiza a su forma de encarar la terapia.


Para tal fín, se mete al espectador en el tour de forcé que implica ese intercambio entre el facultativo y sus pacientes para ver la forma de resolver lo que acontece. Un espacio en forma de círculo (cuadrado en realidad, por las dimensiones de la sala) en donde todos y todas veremos como la situación nos atravesará, sin forma de ocultarnos al respecto. Una luz tenue será la encargada de iluminar el salón pero tendrá una importante influencia en la construcción de los diferentes mundos en los que viven sus pacientes. Esos estados oníricos y lisérgicos donde la realidad y la creación particular de la misma se disputan ese preciado trofeo que es la persona que lo vive. De tanto en tanto, una mujer relata lo que implica el Kintsugi y la resilencia del título, en relación directa con lo acontecido sobre tablas.


El texto es directo en su planteo. Pone de manifiesto lo que le ocurre a cada uno de los pacientes, con el dolor a cuesta asi como ese laberinto sin salida que es el deseo en pos de la cura y el saber que es uno mismo el primer enemigo a derrotar.

El ritmo de la puesta es dinámico, con momentos de exacerbada tensión en la que los actores están a la altura de las circunstancias. Igualmente, por esa misma tensión, llega un punto en el que surge el interrogante “¿Cómo termina esto?”. Allí es donde, con unos minutos menos, el final lograría una mayor contundencia.


Hernán Grinstein lleva adelante una puesta cruda, poniendo el acento en esos fantasmas que atraviesan (atravesamos) los seres y que, en ocasiones, son imposibles de manejar.

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