Dramaturgia: Diego Manso. Con Ingrid Pelicori, Horacio Acosta, Ivan Moschner, Paloma Contreras, Fabiana Falcón y Juan Santiago. Vestuario y diseño de escenografía: Jorge Ferrari. Diseño de luces: Gonzalo Córdova. Diseño sonoro: Bárbara Togander. Realización de escenografia: Jorge Mondello. Realización de vestuario: Patricia Terán. Fotografía: Kenny Lemes. Diseño gráfico: Agustín Ceretti. Meritorio: Julieta Kompel. Asistencia de escenografía: Andrea Mercado y Luciana Uzal. Asistencia de vestuario: Andrea Mercado. Asistente de producción: Daniela Muñiz. Asistencia de dirección: Pehuén Gutierrez. Producción ejecutiva: Gabriel Cabrera. Jefe técnico: Gabriel Haenni. Dirección: Rubén Szuchmacher.
Teatro Payró. San Martin 766. Viernes, 21 hs, sábado, 22 hs y domingo, 20.30 hs
Dicen que el todo es la suma de las partes. Seguramente es cierta esta apreciación. ¿Pero que ocurre cuando cada una de esas partes es de alta calidad? Este interrogante surge tras ver “Todas las cosas del mundo” que es la excusa para el excelente retorno de Ruben Szuchmacher a la dirección con un gran texto de Diego Manso.
Desde el mismo comienzo de la puesta, la dupla Manso-Szuchmacher se diferencia a lo que estaría en boga y se ha visto en varios festivales. Aquí no hay videos, micrófonos ni pantallas. Es una vuelta a los orígenes con el más sano deseo de desarrollar una forma de hacer teatro que se basa en la troika texto-dirección-actuación. Parece que esto es algo del otro mundo pero….¿será que nos fuimos tan lejos que nos olvidamos donde se encontraba el meollo de todo?
Aquí se narra una historia riquisima que abrirá el juego con la denominada Niña Foca recordando al Niño Jirafa recientemente fallecido en circunstancias poco claras. Ella es la única sobreviviente de una gira que tiene muy poco de mágica y misteriosa donde era una de las atracciones de un circo ambulante. Pero, paradoja al fín, sea la más freak de todo ese corso a contramano, la que tenga más clara la situación general. Con un Sancho dueño del negocio y su esposa Iberia, viviendo en una matrix paralela de sueños y delirios de grandeza, ni siquiera la «santa» presencia del padre Garzone brinda algún tipo de garantías, al ser un lobo disfrazado de cordero.
Los deseos y realidades será un punto fundamental en la que, parafraseando a una vieja ronda, “cada cual atiende a su juego. Y el que no, una prenda tendrá”. Porque mientras Iberia quiere volver a cantar y busca reverdecer laureles marchitos de tiempos pasados, que incluyeron el haber cantado con Luis Aguilé, la necesidad con cara de hereje de Sancho buscará la salvación en yunta con un cura que busca en la Niña Foca, su “Personal Jesus” –Depeche Mode dixit- para canonizar y pasar a la posteridad. Igualmente, como nada puede salir bien, ¿algo más inoportuno que el amor –en diferentes vertientes- para oscurecer el panorama? Porque el amor puede ser hacia otra persona, hacia uno mismo o un bien material. Amor, apego y sus líneas directas con el egoísmo y la codicia, se desmarcan rápidamente de la pureza del sentimiento.
Pero vayamos por partes. Primeramente, es menester destacar el cuidadoso uso del lenguaje que puede ir desde lo más chabacano al amor más puro y sincero, sin escalas pero con sublime sapiencia. Como si fuera una partitura musical, cada palabra y cada silencio está en su justo lugar, con intérpretes acordes.
La ironía del texto se enmarca en esa dicotomía entre los freaks y los “normales”, los bien pensantes, siendo los primeros unos “monstruos” desconocidos. Mirados de costado, como una chusma invasora, se considera que no merecen más que una dádiva por no ser “gente como uno”. Pero el cruce de los lenguajes entre los personajes también establecerá que no siempre se corresponde el cuidado del mismo con la pertenencia a cierta clase.
Al respecto, uno se queda reflexionando sobre estas diferencias bien marcadas y establecidas que preguntan donde su ubicaría uno y donde está realmente. En variadas ocasiones -más de las que uno piensa-, no se condicen con los deseos propios.
El espacio donde se desarrollan los acontecimientos fue creado por Jorge Ferrari que captó con creatividad y eficacia los requerimientos de la obra. La profundidad del Payró en su plenitud, con recortes que van surgiendo tanto de los costados como desde el fondo de la sala para construir un espacio tan atrapante como preciso. La iluminación y la escenografía aportan desde la sutileza y la precisión quirúrgica de los momentos que lo requieren, para la creación de sentido.
A nivel actuaciones, si bien el elenco es de calidad, sobresalen Ingrid Pelicori e Ivan Moschner. Con la calidad que es su marca de fábrica, Pelicori crea a Iberia, una mujer que busca ese tipo de amor al cual le exige todo pero no brinda nada a cambio. En cambio, Moschner es el padre Garzone, un retrato que condensa todo aquello que se puede pensar de los servidores del Señor en la tierra, más cercanos a todo tipo de pecados que de la redención divina. Moschner vuelve a crear un personaje intrigante, que trasciende cualquier juicio de valor para dar vida a un cura inolvidable en todo el sentido de la palabra. Parrafo aparte para Paloma Contreras para crear a una Niña Foca tan sensible como perspicaz con respecto a las oscuras nubes que se ciernen sobre la pradera.
“Todas las cosas del mundo” brilla con luz propia con una propuesta atrapante y genial, que la ubica entre las mejores puestas del 2016.