La mujer cama (Teatro)

Reposo de almas rotas 

Dramaturgia y dirección: Diego Casado Rubio. Con Leticia Torres, María Rosa Frega, José Márquez, Manuel Katz y Lorena Viterbo. Vestuario: Vessna Bebek. Iluminación: David Seldes. Fotografía: Juan Borraspardo. Músico en vivo: Manuel Katz. Producción ejecutiva: Felicitas Oliden. Asistente de dirección y producción general: Juan Borraspardo. Producida por El Principito Producciones.

El Estepario Teatro. Medrano 484. Viernes, 21 hs.


Las familias son mundos tan personales como remanidos para el teatro vernáculo. Es menester buscar una vuelta de tuerca con respecto a estas temáticas. En este caso, Diego Casado Rubio no solo resignifica las relaciones familiares sino su propia obra, al reinventarse como dramaturgo y director.

En «La mujer cama», la visceralidad está a flor de piel. Ella, la hija, habla. Pregunta y relata los hechos; a veces, inquiere. Se enfrenta al hecho que su madre toma la decisión de no salir más de su cama. ¿Pero será rebelión o depresión? ¿O ambas?

A partir de ese momento, aparecen las sensaciones y los interrogantes que atraviesan una puesta emotiva e intensa. El texto pergeñado por Diego Casado Rubio realiza un excelente tratamiento de los fantasmas internos de una familia argentina tan reconocible como paradigmática. Muros de silencio donde la basura no se limpia sino que se esconde debajo de la alfombra. Esa herencia familiar que naturaliza y silencia los más variados fantasmas. Aquello que se transmite de padres a hijos, sin repetir y sin soplar. Una normalidad que no es tal pero puertas afuera, por el contrario, se transforma en un digno ejemplo a seguir. Serán esas múltiples historias las que relatarán una mutación constante.
El texto pone el dedo en la llaga en cuestiones varias. Se aleja de lo obvio para dar una vuelta de timón en el momento menos esperado para volver a resignificar todo. Se muestra, de una manera muy contundente, pero sin necesidad de editorializar o dar cuenta de un costado pedagógico. La religión también mete la cola en el dibujo de los personajes.

Diego Casado Rubio se aleja de propuestas anteriores con respecto al uso de filmaciones y pantallas, lo cual brinda una contundencia mayor al texto. El trabajo con objetos, a los que dota de fuerte contenido simbólico es otro punto a destacar. Será esa cama que funciona como cárcel, ring o campo de batalla, la que sirve para la construcción de sentido de la puesta. O ese televisor que pone a Lola Flores en momentos estratégicos junto con un silencio tan elocuente como el ruido que provoca. 

Las actuaciones son fundamentales para conducir a buen puerto la pluma de Casado Rubio. Se abre el juego de la interacción milimétrica de cada uno de los actores al tiempo que se trabaja con sentimientos y emociones que saltan desde el escenario a la platea, tomando por asalto a los espectadores. La vertiginosa Leticia Torres lleva la puesta adelante con un ímpetu no exento de emoción al crear una hija abordable desde diversos aspectos. Su voz clara y los matices que tiene su personaje son fundamentales para guiar un paseo a un infierno familiar absorbente . La precisa María Rosa Frega mantiene el frenesí de Torres pero desde intervenciones más esporádicas, conformando una dupla fuerte que navega en la relación madre-hija, con tanta furia como amor. Por su parte, José Marquez es el rostro y cuerpo exactos de una situación que pone en jaque los cimientos de la familia. Lorena Viterbo se desdobla como una hija que contempla y es testigo de los hechos. Manuel Katz aporta, desde la sutil interpretación de su violín, atmósferas y climas acordes.

“La mujer cama” es una puesta con mucho detalle y una resignificación constante. Si quiere verla más de una vez, no se preocupe. Es lo que pasa cuando una obra no solo es de excelente calidad sino que deja la puerta abierta a preguntas y reflexiones de esas que no siempre se quieren abordar.

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