La historia rescata, no solo a Clara sino a los pequeños mundos del doctor, de la enfermera e inclusive, su marido, el Negro. La puesta logra tocar un tema duro pero de manera humorística, sin caer en el chiste fácil. La técnica del clown es la adecuada para el desarrollo de las situaciones planteadas, muy bien acompañadas por un espacio muy bien diseñado y con la escenografía acorde. Así, se produce una comedia de entradas y salidas, dignas de un vaudeville aceitado.
El clima de ensueño e fantasía solo es cortado por la acertada ubicación de una ventana y un teléfono público. Se incluye una pantalla en la que se proyecta la situación de Clara y los personajes que no rompe con el clima obtenido sino que permite una pausa previa a un final acorde a la puesta. Lejos de la tristeza pero no de lo planteado y del buen gusto adoptado. Las actuaciones son frescas y cálidas, especialmente Luisina Di Chenna, en su rol de Clara, al que dota de expresividad y con el gran mérito de no caer en un excesivo registro interpretativo.
«La última habitación» es una puesta que pone el dedo en la llaga en una situación dura como la muerte, aunque la desarrolla con calidad pero sin perder el humor.