Una oferta que no se puede rechazar
El pasado viernes, no pude con la tentación de ver por enésima vez “El Padrino”, la obra maestra de Francis Ford Coppola, pero esta vez en el cine. Me dirigí en compañía de tres amigos al Hoyts Abasto para ver la película en cuestión aunque con ciertas reservas. Mi fobia al espectador medio ya la he expresado en su momento y tampoco he visto algún motivo por el cual deba cambiar mi opinión al respecto.
Cuando se apagaron las luces y apareció “El gato con botas” y pidió que apaguen los celulares, vi con fastidio como la chica que estaba a mi lado, estaba mandando un mensaje de texto. Admito que no pude con mi genio y le dije a mis amigos, con un tono de voz un tanto elevado “llega a sonar un celular cerca de mí y se lo meto en el orto”. La chica, obviamente, se hizo la desentendida y le comentó algo a su novio, el cual me interesaba bastante poco si medía 2.20 mts en una eventual contienda ante la probabilidad que le suene el celu a su noviecita, al cual pondría en la estratosfera con una buena patada.
Me dí vuelta para ver si el cine estaba lleno y el mismo estaba completo en un 85% de su capacidad. Me sentí felíz. La batalla no está perdida ante los “Crepúsculos” y bostas varias de los estudios donde la facturación derrota con amplitud al buen gusto.
No pienso contar de que se trata la película, porque es muy conocido el argumento y caer en alabanzas sería como elogiar un disco de los Beatles: una obviedad que buscaría mostrar algo que solo sirve vivirlo por uno mismo.
El ver escenas de la película en pantalla gigante no tiene desperdicio ni se paga con nada. El comienzo mismo, con Vito Corleone recibiendo a la gente en el casamiento de su hija, mientras juega con un gato en sus brazos. Leí por ahí que el gato no estaba en los planes del director pero el minino se apareció de improvisto en la filmación y el genial Marlon Brando no tuvo mejor idea que tenerlo en sus brazos al tiempo que decía su parlamento. Otra escena para volver a disfrutar en una pantalla de grandes dimensiones es el rostro de Don Corleone, en la funeraria, con el cuerpo de su hijo Sonny muerto. No tiene desperdicio. Más para aquellos que buscan el detalle de la gestualidad de la cara de Brando. Para finalizar, la secuencia del bautismo del hijo de Connie, ahijado de Michael Corleone, en la iglesia. Brillante es ser avaro con el calificativo.
Quien estas líneas escribe no tuvo la chance de ver el estreno de “El Padrino” en cine por una cuestión de edad. Siempre vi la película por cable pero en esta ocasión, se puede apreciar la diferencia de lo que es ver una película en la pantalla de televisión y en el cine. El ver con más detalle la transformación de Michael Corleone de soldado héroe de guerra norteamericano a jefe máximo de la familia. La manera en que cambia su ubicación en el espacio, de atender el teléfono cuando es el atentado contra la vida de su padre Vito a ocupar el sillón de mando. Los ojos, su postura y su forma de hablar son elocuentes pero bueno, si el que le pone el cuerpo y el alma es Al Pacino, todo esto termina siendo redundante.
El escuchar esas frases célebres, que uno fue oyendo, resignificando y por qué no decirlo, poniendo, en algunas ocasiones, en práctica –sin matar a nadie, obviamente-, tienen otro caríz en esta ocasión. Escuchar “Le voy a hacer una oferta que no va a poder rechazar”, «Nunca digas lo que piensas delante de alguien que no conoces», “No es personal, son solo negocios”, «Hablas de venganza. ¿La venganza va a devolverte a tu hijo? ¿Va a devolverme a mi hijo?», “No lo niegues, es un insulto a mi inteligencia” y “Mantén cerca a tus amigos pero más cerca a tus enemigos!”, son algunas de las tantas sentencias dichas en la película, aplicables a distintos órdenes de la vida.
La película está llegando a su fín. Pienso “¿aplaudirá la gente cuando termine?”. Apenas se cierra la puerta del salón de reuniones de Michael Corleone y aparecen los títulos, aplaudo como si fuera la primera vez que la veía. No soy el único. El cine entero aplaude. Me levanto y me pongo a ver que público había allí. Con gran sorpresa y alegría, veo que hay tanto grupos de adolescentes, solitarios cinéfilos y amigos en yunta como parejas de veinte, treinta y sesenta años.
Ver “El Padrino” en el cine es una experiencia que no tiene precio y que, si va más de una vez a verla, no sería para nada raro. Seguramente, nos encontraremos haciendo la cola para entrar al cine
Buenísima la nota sobre una de las más grandes películas de todos los tiempos.
Una escena que para mí es de las mejores es aquella que se da en la puerta del hospital, con Vito internado después de recibir todo el plomo de la ciudad. Es tarde. Michael llega al hospital. La custodia brilla por su ausencia y la zona se encuentra liberada para rematar a su padre. Entonces, se para en la puerta y finge estar armado acompañado de un pobre laburante, Enzo el pastelero, que fue a visitar a su Padrino también a última hora de la noche. Llega el auto con los matones y Michael se coloca la mano dentro del saco y le pide a Enzo que haga lo mismo. Ninguno de los dos está armado. El auto se va. Enzo trata de prenderse un cigarrillo pero le tiemblan las manos, es una coctelera de nervios. Michael toma el encendedor y prende el cigarrillo sin problemas. Luego se mira las manos. No tiemblan. Está listo. Es el nuevo Padrino.