Epílogo


Era un escritor talentoso. Tenía un buen trabajo pero nunca lograba lo que se proponía respecto de su obra. Escribía pero siempre para otros. No podía conseguir lo que él consideraba su “obra máxima”.

“No tengo suerte”, se consolaba vanamente y se sumergía en su trabajo. Por este motivo, sentía una cierta frustración. Su lema era “hay que dar el primer paso y después, ver que pasa”. Así lo había hecho a lo largo de su vida, ya sea con el sexo, el amor, las drogas comunes y de las otras. No siempre obtenía los resultados queridos pero lo había intentado.

Ahora, en esa noche, creía que había llegado el momento exacto para cristalizar aquello que tanto había soñado. Sin embargo, nada sucedía. Ninguna idea mínimamente interesante surgía de su imaginación. Comenzó a desesperarse ante la posibilidad de perder su gran oportunidad. De repente, un rayo de demoníaca lucidez envolvió su cuerpo y su alma. Se sentó frente a su máquina de escribir y empezó a teclear. Reía y gritaba al compás de las teclas de su vieja Olivetti. En ese instante, comenzó a leer su historia en voz alta. Gritaba porque creía que todos tenían que escucharlo.

De repente pensó “a esta historia le falta un buen final”. El riesgo, la necesidad de probar lo prohibido y su ceguera mental ante su propia codicia lo hicieron.

Su cuerpo cayó en un vuelo sin gracia desde el octavo piso en el que vivía. Siempre quiso saber porqué nadie volvía de la muerte. Ahora lo iba a poder comprobar.

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