Glory Wall (FIBA 2022)

Un muro de corrosiva creatividad.
 
Creación: Leonardo Manzan y Rocco Placidi. Dirección: Leonardo Manzan. Intérpretes: Alessandro Bay Rossi, Giulia Mancini, Leonardo Manzan, Rocco Placidi y Penelope Sangiorgi. Escenografía: Giuseppe Stellato. Diseño de iluminación: Paride Donatelli. Diseño de sonido: Filippo Lilli. Tour manager: Elisa Pavolini. Management internacional: Aldo Miguel Grompone. Producción: La Fabbrica dell’Attore, Teatro Vascello y Elledieffe. Duración: 90′.

Viernes 4 de marzo. Dumont 4040. Santos Dumont 4040. A las 14 y 21 hs. 
 

Sentarse a ver una obra de teatro “convencional” y presenciar todo lo contrario. ¿O no tanto?
Veamos. “Glory wall” utiliza el formato del “teatro” para deconstruirlo. Armar para desarmar y así intentar una tercera definición sobre lo que se está viendo. Engañar al espectador a partir de su inocencia frente al hecho artístico que –suele ser- es brindado para su pasivo consumo. ¿Acaso tiene que encajar todo en nuestro molde preestablecido per sé de qué es teatro y qué no? Desde Italia, Leonardo Manzan y Rocco Placidi plantean algo diferente que llevará de paseo a los presentes por diferentes estados como la reflexión, el hastío, el enojo y la alegría.
 
Un paredón blanca se presenta impávida ante la mirada de quienes llegan a “ver” el mencionado espectáculo. Las palabras se escriben en el margen superior del muro con una estética de una vieja máquina de escribir. Es la revancha de la Olivetti frente a tanta “fuente” del Word para abordar un tema que compete a cualquier sociedad occidental con ciertos saberes y pertenencias: la censura.
Será desde esa misma valla donde empiece el cuestionamiento al soberanoal que se lo somete como en el judo, usando su propia fuerza para doblegarlo. Ironía y sarcasmo para tomar el tema central y llevarlo a distintos confines de interpretación para después, volver sobre sus pasos para comenzar de nuevo. Libros que vuelan, brindis imposibles y clásicos del teatro que se ríen de su -impuesta- solemnidad, forman parte de un combo atrapante.
 
Manzan no se priva de nada para llevar a cabo este tour de forcé performático de resignficación constante. La utilización de grandes transgresores de la Humanidad para romper el hielo de lo ceremonioso que atraviesa la mención de nombres que se los cita más de lo que se los conoce. Tal es el caso de Giordano Bruno, el Marqués de Sade o Pier Paolo Pasolini. Revolucionarios en distintas áreas que terminan siendo deglutidos o ninguneados por el sistema. La sacralización para lograr el efecto contrario. O lo que es peor, los pasteuriza para un consumo ATP, curado por cierto chetosnobismo de ególatras aspiraciones.


Como no podía ser de otra manera, el público también es parte del problema y recibe lo suyo. Se lo saca de su lugar de confort y pasividad exasperante para protegerse de una pared que lo inquiere y lo hace actuar tras esquivar algún cascotazo. Ponerle su propia voz a un referente. Es esa atención que lo atraviesa, con un estado de alerta constante por lo que puede recibir desde el otro lado. Un reportaje al creador que utiliza su poronga para expresarse es toda una toma de posición, más allá de interpretaciones psicológicas que no vienen al caso y tampoco importan. Crítico y preciso, la chota pone el dedo en la llaga pero no desde el pedestal de quien lo tiene claro sino que se incluye como parte del “problema”.
Pero no todo es negatividad. Queda la obra de hombres y mujeres que han sacrificado su ser en pos del arte, luchando contra las distintas trampas de la sociedad moderna de capitalismo salvaje. La misma que exige consumir todo lo que produce pero castiga los excesos. Esa paradoja que describió John Lennon cuando cantaba que “Te odian si eres inteligente y desprecian a un tonto. Hasta que estás hecho un loco de mierda que no puede seguir sus reglas”.
 
La oscuridad se hace presente pero hay agujeros que permiten el ingreso de la luz, como si fuese un halo de esperanza para (re)construir un futuro que llegó, hace rato y está por demás baqueteado, cortesía de la sociedad consumista en la que vivimos. Termina el espectáculo y la ovación es tan instantánea como efervescente. Todo un éxito. Lo mismo diríamos si nadie lo hace o si la gente se empieza a retirar del recinto. El teatro debe provocar, generar una reacción y abrir algún tipo de reflexión. Si esto se obtiene más allá del aplauso o el rechazo, ya cumplió su cometido. Algo que “Glory wall” logró ampliamente aún sabiendo que dividirá aguas. De ahí que, desde este lugar, se relate lo vivido con alegría, lamentando la ausencia de aquellos que no estuvieron presente en esta….experiencia. Quizás, la mejor de la presente edición del FIBA 2022.

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