Dramaturgia: Luis Alberto León. Versión y dirección: Chela De Ferrari. Con Leonardo Torres Vilar, Patricia Barreto, Cindy Díaz, Evelyn Allauca, Alejandra Bouroncle, Fiorella De Ferrari, Ricardo Velásquez, Luis Sandoval, Antonieta Pari. Duración: 100 minutos.
Domingo 4 de febrero, 19.30 hs. Timbre 4. Sala Boedo.
Tal es el caso de la imperdible “Savia”, representante de la República del Perú. La sala grande de Boedo se encarga de recibir a los espectadores con una escenografía grande y precisa. Paneles de tela conforman una amplia habitación de luz intermitente. En el centro, un anciano reposa en una cama. Una cabeza de cerdo cuelga junto con el suero. “Para espantar judíos, bolcheviques, indios”, dirá Don Jesús. Una abnegada enfermera lo cuida con buen humor, sin entender muy bien lo que dice. Alrededor del anciano, danzan tres mujeres sin cabeza y una especie de mayordomo hace su aparición mirando, de costado, lo que ocurre.
Don Jesús era un empresario cauchero que avanzó contra la selva y los indígenas amazónicos a caballo del tan mentado progreso. El desprecio a lo que él consideraba “la barbarie” (¿les suena este término, tan caro al gran maestro sanjuanino?) llevó a cometer atrocidades de variada índole. Serán esas mujeres las que desean recuperar sus cabezas antes que el viejo asesino muera. Se le acaban las respiraciones y deben suministrarle un brebaje para lograr su objetivo.
La dramaturgia de Luis Alberto León es elocuente y poéticamente certera. Es seria pero no solemne ni pesada. Por el contrario, sus palabras logran su máximo potencial con la dirección de Chela De Ferrari, que crea un desarrollo armónico y atrapante en lo que va sucediendo con el correr de los minutos. La carrera contra el reloj de la muerte que atraviesa la obra, es el hilo conductor que permite adentrarnos en una puesta atrapante y poderosa.
El viaje al cuerpo y alma de Don Jesús pone sobre la palestra, valores que son absolutamente visibles y atraviesan nuestras sociedades. En su delirio, va y viene a través de su vida. De niño consentido de mamá a un joven que no le tembló el pulso para “hacer lo que tenía que hacer”, siempre bajo la atenta mirada de instituciones que no merecen el mayor calificativo más que el de su propio nombre: el Ejército, la Iglesia, los empresarios. Un complejo de “conciencia limpia” espeluznante. Un psicópata al cual la culpa no lo toca nunca al tiempo que presenta en público a “la nueva mujer amazónica” como si fuera una creación al mejor estilo Mengele.
La tensión de los espectadores es palpable frente a lo acontecido en el escenario. La poética del teatro al servicio de hechos ocultos y silenciados por la historia, cortesía de los políticos y medios de comunicación encargados que no se sepan ni difundan. Tampoco queda de lado el hecho que sean mujeres las víctimas, algo que prueba por enésima vez lo que el machismo ha sido en la historia de la humanidad.
La búsqueda de memoria y justicia son otros puntos que toma la puesta para llevar adelante. Más aún cuando los tribunales no cumplen con su cometido y terminan encarcelando a las víctimas de un sistema cada vez más «exclusivo», con políticas de Hood Robin como programas de gobierno.
Para el final diremos que la puesta tiene como “inspiración” a Julio César Arana, fundador de la Casa Arana que pasó a ser la Peruvian Amazon Rubber Company, con la participación de capitales británicos. Aquello que la Justicia no logra, el teatro pone su manto con respecto a la condena de semejante genocida y en la visibilización de la masacre ocurrida.
Conmovedora, emotiva y con una historia fuerte, “Savia” se instala con poética potencia en el marco de un TABA de calidad. De visión obligatoria para poder sentir todo lo que tiene para dar y abrir el camino al debate y la visibilización de los hechos negados y ocultos por «la historia oficial».