Su nombre original era Betty Mabry pero adoptó el apellido de su marido. Un tal Miles Davis…por lo que fue conocida y lo que es mejor aún, venerada por todo aquél que ame el funk y el soul, poniéndola en el primer puesto de músicos de culto.
Aquí, presentamos el que fue su tercer y último disco en estudio, llamado “Nasty Gal”. Digamos de paso que Betty conoció Miles cuando era modelo y contaba con 23 añitos al tiempo que le sirvió de musa para el disco “Files of Kilimanjaro” (1968) con el cual Miles adopta a la electricidad como propia. Betty le cuenta a Miles de la existencia de un tal Jimi Hendrix (con quien habría tenido un romance) y un tal Sly Stone. Miles no volvió a ser el mismo. Asi, la ahora llamada Betty Davis sacó tres discos en poco más de dos años para después retirarse a cuarteles de invierno…eternos. Eso si, los discos y sus actuaciones eran puro fuego.
Justamente, con “Nasty Gal”, es cuando se incorpora a Island Records, un sello más «prestigioso» respecto del cual venía grabando. Saca un disco autorreferencial hasta los huesos, con la voz de Betty en un primerísimo plano. Con la sombra de los nombrados Hendrix y Stone, el disco varía en su perfección desde baladas sexualmente carnívoras a funks para bailar hasta quemar los zapatos.
Con el primer tema, que da título al dísco, Betty quema las naves de su propuesta pero no se agota en esta. Por el contrario, es el comienzo de un recorrido salvaje y virulento con pizcas de dulzura. La voz de Betty se mete entre el bajo y la guitarra para desgarrarse en su pasión. Este derrotero de funk en su más puro estado de refinado salvajismo se prolonga en “Talkin Trash” y “Dedicated to the press”. Justamente en este último tema, es donde se aprecia la pluma de Betty. «Leíste de mi? Dicen que soy vulgar. Por qué me culpas de lo que soy?/Si no me entendes, por qué me reprimis?/Si no me entendes, por qué me llamas de esta manera?/ Es una lástima que no puedas apreciar como soy/ pero no me importa«. También es para notar como los Red Hot Chili Peppers y Lenny Kravitz tomaron la influencia de esta gran artista, tanto en la música como en la forma de cantar.
Con “You and I”, se bajan los decibeles pero no la temperatura. Aquí, el aporte de Miles Davis se aprecia en un tema de esos que harían derretir un iceberg al igual que la cadencia de vocal de “Gettin kicked off, havin fun” que mezcla el vicio y la sexualidad. “Feelings” dice que es momento de volver a mover el cuerpo con “Hey” gritado cinco veces, como si fuera una cancha de futbol mientras que “Shut off the light” pide el apagado inmediato de las luces para seguir disfrutando. Todo esto es el paso previo para “F.U.N.K” el tema que, si el género hubiese necesitado una síntesis de poco menos de cinco minutos, sería este en el que nombra a distintos grandes del género.
Con “This is it” vuelve a la explosiva mezcla de visceralidad sexual + graznido vocal junto con una banda que suena como la exactitud de un reloj, sin perder el timing ni el sentimiento. El groove que tiene todo el disco y esa voz que muta de gruñido a visceralidad pasando por la dulzura hacen de “Nasty gal” una gema poca veces vista. Como despedida, “The Lone Ranger” suena como la gata salvaje, en su lugar y momento, de descanso, con ojos entornados, susurrando los versos atroces de sexo y placer.
Dura y filosa como una daga, la forma de cantar de Betty dio cuenta que estuvo adelantada a su tiempo tanto en lo que eran las composiciones (todas las canciones eran de ella –algo no muy visto en la época-) como en su comportamiento dentro y fuera del escenario. El contenido sexual de su propuesta y sus romances fueron una bomba de lava ardiente para la pacata sociedad norteamericanas, que no toleraba la conducta de una bella y temperamental joven negra. Inclusive sus shows eran interrumpidos y boicoteados por movimientos religiosos y la misma comunidad negra, a veces, se negaba a pasar su música.
¿Madonna era/es transgresora? ¡Por favor! Cuenta la leyenda que Miles no deseaba que tuviera éxito por miedo a que lo dejara. “Nasty Gal” es para escucharlo de principio a fin y deleitarse con la versatilidad emotiva de cada canción (y después ir corriendo a buscar sus dos discos anteriores).
La llama de Betty iluminó tres años y fue suficiente para dejar su nombre marcado a fuego.