Marco Canale: Reivindicación, visibilidad y teatro en la villa 31

Tras presenciar la conmovedora «La Velocidad de la Luz» en la capilla del Padre Mugica, en la 31, era menester charlar con Marco Canale, sobre la puesta que dirige. Interiorizarnos sobre su concepción y los variados aspectos que toca, días antes de su despedida. Esto no quita que Canale anticipe su planes futuros y su visión del teatro actual en una charla dinámica y enriquecedora. 

Entrevista realizada junto a Azucena Ester Joffe (Luna Teatral)

 -Marco, ¿cómo fue volver con esta obra?
– Bien, la verdad que bien. Fue un gran esfuerzo porque es muy grande la obra. Además, sabíamos que no podíamos hacer lo mismo del año pasado (N de R: se había presentado en el marco del FIBA 2017). Cuando uno busca repetir, falla por lo que había que dar una vuelta de tuerca. Igualmente, nos habíamos juntado todos los jueves en la capilla, a la mañana, a dar un taller. Después hubo algunas cosas que pasaron, como dos compañeros que fallecieron en el verano, lo cual se cuenta en la obra. Falleció “El chavo” que hacía de gaucho y ahora lo hace Flora, que se pone un bigote y lo dota de su propia magia. A partir de ciertas cosas que perdimos, le encontramos una vuelta nueva, más allá de la pérdida del Chavo y de Anita.
-Las señoras que actúan, ¿querían volver?
– La verdad fue por ellas. Si hubiese sido por mi, no sé…porque era mucho esfuerzo. Ahora que ya se hizo, te digo que está muy bueno. También era la certeza que la obra nos pertenece a todos. Ellas están en un momento de su vida que es “ahora”. Estaban con ganas y le metimos para adelante. Fueron ellas las que empujaron esta vuelta.
-¿Van a hacer algunas funciones más o termina este sábado?
– Mirá, este sábado es el último. En Diciembre vamos a presentar el nuevo proyecto que estamos empezando a crear, con el apoyo de la embajada de Francia y tal vez, en alguna de las presentaciones, hagamos alguna función de “La velocidad de la Luz” ya que vamos a estar todos juntos. De este bloque es la última pero puede ser que metamos alguna más en diciembre.
-Contanos sobre este nuevo proyecto
– Es con las mismas señoras y se llama “Los nacimientos”. Asi como “La velocidad de la luz” narra el regreso a los lugares de origen, antes de morir, esta obra va a abordar los viajes de ida, hacia la 31 y la construcción del barrio. Se va a hacer a través de un relato mítico, con objetos y títeres (no sabemos bien que se va a hacer), que se inician desde varias partes del mundo. Ellas se van a representar de niñas y cabalgarán en diferentes animales. Aves, chanchos, serpientes, peces…Es el viaje de estas niñas con estos animales a partir de una especie de llamado, al cual acuden con una piedra a un lugar, sin saber bien porqué. Escapan de diferentes situaciones. Es una aventura. Los cazadores son una alegoría a los militares. Después está el relato de las señoras que fueron aquellas niñas…con los desacuerdos entre lo que se cuenta y esas mujeres. “No te levantó un cóndor sino que te había raptado tu tía y te tuviste que escapar de tu casa”. Esa disonancia entre lo que cuenta la niña y la adulta. Lo que queremos trabajar es con ellas, dándole vida a las niñas que fueron.
– ¿Cómo surgen las historias?
– Escribo bastante pero hay textos que se construyen colectivamente. Lo vamos consensuando. Esta idea de los animales surgió de una de ellas. Lo lindo del proyecto es que, no solamente te cuenta lo que realmente se vivió sino también el territorio de lo onírico y los sueños. Lo deseado.
-En “La velocidad de lo mismo” ocurrió lo mismo…
– Si. También hay cosas de ellas que son ficciones a partir de ellas. María, en la obra, hace lo que no pudo hacer en la realidad.
-¿Cuánto hay de catarsis en estas señoras a través de la obra? Si es que se puede hablar de catarsis…
– Si…y también hablaría de lo lúdico. Hay algo creativo y sanador aunque no me gusta hablar de teatro como terapia. También hay algo de viaje…Es un proceso transformador pero no me gusta esa terminología rimbombante y “oenegeras” de “arte por la transformación”, ¿no?. El sanamos…transformamos…Pero hay algo muy vital y poderoso. Para mi fue muy importante el proyecto a nivel personal. Venía de una época difícil, de haber estado mucho tiempo viviendo fuera del país y estar acá, en la 31, con ellas, me enraizó de nuevo.
-Es muy bueno lo que se hace con la obra…Más que nada porque –lo digo a título personal- el teatro porteño no se mete mucho con lo que ocurre en los márgenes y las periferias.
– No soy tan conocedor…En mi caso, lo viví por una necesidad personal. Venía trabajando en esos países donde estuve viviendo.  El padre Mugica tenía una frase que la citamos en la obra, “la villa es el subconciente de los porteños”. Es una gran frase. Creo que en Argentina, en consonancia con lo que decís del teatro y también más allá del teatro, vivimos un apartheid mucho más grande del que nos damos cuenta. Cuando uno va a otras ciudades del mundo es muy raro que estén estos lugares donde gran parte de la población nunca entró o ni sabe lo que es. Se tiene una visión muy sesgada. Es muy fuerte la frontera que hay. Mucho más de lo que pensamos. No sé si somos una sociedad explícitamente racista pero vivimos con mucha naturalidad esa ajenitud. Ojo, también pasa lo mismo con las culturas de los pueblos originarios, con gente que vive sin agua en el norte del país. Es más, te fijas en los programas educativos y no se habla nada de las villas. Es muy loco eso.
-El trayecto que se realiza en el micro, desde la Plaza San Martín a la capilla y su vuelta, muestra dos mundos completamente diferentes…
– Si. La obra pega muy fuerte pero no porque estamos señalando con el dedo. La obra, simplemente, permite un encuentro profundo donde vos te encontras con una realidad que desconoces. Te das cuenta que es otra cosa y que todos nosotros somos lo mismo. Eso es shockeante. La gente sale muy conmovida por eso. Una vez, le preguntaron a María (en el marco del FIBA 2017 en funciones en las que llegaban a mostrar donde ellas vivían) si no le daba vergüenza mostrar su casa. Ella respondió que no tenía porqué tener vergüenza mostrar su casa. “Podré tener menos plata que vos, más problemas que vos pero vos y yo somos seres humanos. Somos iguales, somos de carne y hueso”. La persona que preguntó lo hizo desde un lugar de si la estaban utilizando, pero en el fondo hay algo de lo básico que no hay que perderlo de vista. Si entrás en la 31 a la mañana, está lleno de pibes con guardapolvos que van a la escuela y la gente no lo sabe. Piensan solamente que es un territorio narco. Hay muchos problemas graves, obviamente, pero no saben que los que más sufren la inseguridad son los propios habitantes de la villa. Los pibes y las familias. Hay muchas cosas en las que nos comemos un buzón terrible que no es tal como lo muestran. Hay una visión muy sesgada, de mucho desconocimiento, marcada por los medios. En las villas hay una cultura que podemos ver en la obra con la  guaraní, quechua, aymara, que es maravilloso y lo tenemos en una caja llamada “villa”.
-En el caso de la obra, se visiblizan esas culturas. En la historia de María, que la que lleva adelante el relato, es como una “gira trágica y misteriosa”.
– Si. Hay un elemento clave que es la fe. Más allá de las creencias religiosas, ellas son mujeres de fe. Eso atraviesa todo. Hay una fuerza de la fé en la obra que, para mi, es muy fuerte. Va más allá de ser creyente. Es el “tener fe”. Algo de lo trascendente, que va con el misterio de la raíz y del más allá, que forma parte del trabajo, no solo dramatúrgico.
-¿Cómo recordas el primer día que fuiste a presentar el proyecto en la villa?
– No me acuerdo tanto…El grupo ya estaba formado. Ellas ya se reunían los jueves, en la capilla donde los curas villeros dan como un desayuno a un grupo de mujeres y hombres mayores. Se fortaleció mucho el proceso a través del teatro. Se sumaron nuevas personas. Se laburó mucho a nivel teatral para llegar al nivel que están ahora.
-Se genera algo, que no es fácil, que es muy movilizante. Termina la obra y el público tiene la necesidad de abrazarlas y decir “Gracias”
– Es muy loco eso y pasa en todas las funciones. Es muy espontáneo. Ellas saludan y no hay una noción de “cuarta pared”. Termina la obra y todos se emocionan. Pero hay algo del abrazo final del público que se dio siempre. Se genera una energía muy movilizante. Está muy buena la palabra “gracias”. Ellas también lo agradecen a su manera. Hay un agradecimiento en el sentido más sabio de la palabra, con culturas que lo tienen en el centro. En ese sentido, siento que todos agradecemos. Hay algo que gira y circula. Me emocionó mucho la función del último sábado.

-¿Pasó entre el público que va y dice “que equivocado estaba” con respecto a esta gente?

-No nos pasó así, directamente. Vino gente que nunca había entrado a la villa. Creo que la obra más que dejarte culpa –por decirlo de alguna manera- o la conciencia de un “me di cuenta”, es un lenguaje que entra más por el corazón que por la razón. La gente sale más movida por ahí. Si logramos algo, en alguna gente, es por ahí. La idea es abrir el juego. Creo que es la manera para empezar a encontrarnos más. La próxima obra también podrá ser vista por todas las edades. El vacío que hay con respecto a la interculturalidad es muy grande. Es clave, para mi, empezar a compartir esas realidades e historias y generar cruces.

– ¿Cómo definirías a la obra?

– Es un teatro que se alimenta de diferentes fuentes. Hay quienes lo llaman «teatro posdramático»; en España lo llaman “teatro de artes vivas”. No me gustan mucho las etiquetas. Lo que hago es teatro y ahí entra un poco de todo. No lo digo por esquivar el bulto, eh! (risas). Hay algo del proceso que es bastante comunitario en un sentido pero tampoco se parece tanto a lo que sale del teatro comunitario. Hay un elemento popular y también contemporáneo, que dialogan. Está todo más mezclado de lo que parece.
-El año pasado, se hacía una procesión y quizás tenía elementos performáticos…
– Si. Totalmente. Es como que hay algo de encuentro y experiencia.
-Cuando empezaste este proceso, hace dos años, ¿se te había cruzado lograr esta visibilidad?
– Siempre trato de hacer proyectos a partir de motivaciones personales. Volví a Argentina tras vivir trece años en España y Guatemala. Cuando volví, no entendía nada y me sentía extranjero. Ahí me vino una visión de entender a mi ciudad y mi país a través de los viejos. Ese fue el inicio del proyecto, que no nació en la 31 sino en un trabajo con adultos mayores. Asi fue que empecé dos talleres, uno afuera y otro adentro de la 31. Los hice separados, después nos encontramos y quedaron las tres compañeras (Paula, Beatríz y Ana María) que son de otros barrios. Tuve un impulso que sabía que podía detonar en una obra. A los ocho meses o al año, lo invitamos a Federico Irazábal -director del FIBA- a que venga a un ensayo. Ahí fue que arrancamos. Fueron muy importantes Irazábal y los curas villeros.
-Irazábal había dicho que le interesaba realizar para el FIBA, obras políticas pero no tanto partidarias, sino más ligada con lo social. Ahí es donde entran ustedes.
– Hubo buen dialogo con Federico y pienso algo parecido. Creo que el teatro tiene que abrir más preguntas y hacernos ver zonas que están más en la sombra. Eso no quita que haya cuestiones más urgentes desde la política partidaria para abordar, ejercer, militar o accionar. Pero creo es interesante que el teatro pueda encontrar otras zonas, que están más en lo subterráneo. Es lo que a mi me interesa.
-¿Proyectos futuros?
– Estoy haciendo “La velocidad de luz” en Alemania, en Hannover, con el Theaterformen, que produjo “Campo minado” de Lola Arias. Es con alemanes, sirios, y lo estreno en julio del 2019. Después, en el 2020, será en Japón, en Tokio. Voy a estar trabajando con adultos mayores alemanes, japoneses, sirios, de la comunidad judía y rusa. Después estoy con las obras acá, con las señoras. Estoy aprendiendo alemán. Todavía no japonés. Tengo una traductora conmigo pero necesito saber que están diciendo los actores.
Sería, en el caso de Alemania, sería el trabajo con refugiados sirios pero también tomamos el tema histórico alemán, como es el Holocausto en relación con lo que está pasando ahora con la inmigración y el racismo. Hay mucho alemán en la pieza y una mujer turca. La comunidad turca es muy fuerte. Hice dos viajes para allá. Hago un tercero en enero y después me quedo a vivir allá en marzo, para estrenar en junio.
-¿Y en Japón?
– Hice un viaje en la primera mitad del año y después me tiro a vivir allá en agosto a abril del 2020. El núcleo del proyecto inicial es estudiar y entender  a los países y las ciudades a partir de las personas mayores diversas. En Japón, queremos hacerlo en un templo –algo muy polémico-, que trabaja con los caídos en las guerras del Japón.

«La Velocidad de la Luz». Última función: 10 de noviembre, 10 hs. Punto de partida: Monumento a los Caídos en Malvinas, Plaza San Martin (Retiro). Entrada gratuita. Reservas lavelocidaddelaluz2018@gmail.com Cupo Limitado.

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