Tras una corta y exitosa temporada en el Teatro San Martín, vuelve “Clandestina”, el excelente unipersonal protagonizado por Belén Blanco, con texto y dirección de Natalia Villamil. Esta vez, será el Espacio Callejón el encargado de recibir a una de las puestas más importantes del 2024. Con una lluvia torrencial de fondo y recién terminado un ensayo, Villamil se abre a un diálogo profundo para analizar su creación mientras reflexiona sobre la situación del teatro, los unipersonales y el colectivo denominado “público”.
Fotos: Cecilia Inés Villarreal

– Natalia, ¿cómo es esta vuelta de “Clandestina”?
– Nos habíamos quedado con las ganas porque fueron pocas funciones en el San Martín. Era lo pactado, dentro de un ciclo. Como contraparte habíamos laburado mucho con Belén y el resto del equipo, por fuera de lo que fue la propuesta del TGSM, bastante tiempo antes. Fue un éxito y anduvo muy bien tanto con las críticas como con la gente. Después, buscamos un lugar que nos aloje ya que es una obra cruda para cualquier circuito y queríamos mostrar el material, pero cuidándolo tanto a él como a las personas que hacemos la obra. El Callejón es un espacio adecuado para esto.
– Marta es un personaje de tu novela “Malnacidos”. ¿Por qué Marta…?
– ¿Por qué se llama Marta o por qué elegí a Marta para la adaptación?
– Ambas.
– Es la protagonista de la novela, aunque todos los personajes que la rodean tienen su desarrollo y su arco. Es una familia rural que vive en el medio del campo en la que todos tienen su conflicto y su drama interno. Marta es la tesis de la novela, que la arranqué con el capítulo del aborto que intenta hacerse. O sea, todo arranca con ella. Cuando tuve la posibilidad de hacer un monólogo con alguno de los personajes, le elegí a Marta porque me parece central poder contar lo que atraviesa en su derrotero. Era muy potente poder contar la clandestinidad de un aborto.
Por otra parte, se llama «Marta» porque le puse a todos los personajes de la novela, los nombres de mis tías y de mi tío. Uno se llama Antonio y es el hermano de Marta. Después, mi tía Marta y mi tía Mari que nacieron en el campo. Se me ocurrió que los personajes se llamen de esa manera y después, cuando ya encaras algo serio, decís, “no le voy a cambiar el nombre”. De hecho, mi tía Marta leyó la novela y dijo que la tuvo que leer dos veces porque no encontraba que “ninguno de los personajes era como su familia”. O sea, tuvo que distanciarse. Ni mi madre, ni ella eran así. Ahora, me parece un nombre que le va muy bien al personaje.
– ¿Cómo llega Belén Blanco al proyecto?
– La producción del teatro me dejó elegir actriz libremente. En un momento la propuesta iba a ser para una sala más grande de la que terminó siendo. El monólogo, que es tan intimista, necesitaba una actriz muy potente y arrolladora y que, a la vez, tenga un acompañamiento del público. Era difícil el perfil, el “physique du rol” del personaje con la sordidez que tiene el material. Entonces Belén es ideal. Realmente, es muy fuerte ver lo que pudo darle a Marta ya que previamente la había visto en la novela de una determinada manera. Sin embargo, tras ese encuentro de la dirección con la actuación y cómo encarna ella el personaje, no podía ser otra. Mucha gente que había leído la novela, me devolvió esa mirada. A Belén también le pasó algo con el texto. Cuando la leyó, sintió que era algo que va más allá de la temática. La escritura la convocaba. Si bien vivió gran parte de su vida acá, también nació en un pueblo. Nosotras dialogamos por fuera y tenemos como un código. Hablamos algunas cosas “porque son del pueblo”. Una jerga que se entiende perfectamente y forma parte de algo que envuelve a la composición.
– ¿Cómo fue a reencontrarse con el material, tras el fin de la temporada del San Martín?
– Si bien terminamos en octubre, volvimos a ensayarla a fines de mes, principios de noviembre porque hicimos una función el 30 de noviembre en la municipalidad de Lanús. Fue un mes y pico sin hacerla. Ensayamos sabiendo que tal vez restrenaríamos en marzo aquí. Hicimos la función en Lanús y ahora en febrero hicimos una pequeña gira por Villa Ballester y Palomar. Belén es tan precisa que es sencillo volverse a encontrar. De hecho, hoy ensayamos y le dije que “la obra está bien”. A veces puede pasar que se pierda o desmadre un poco cuando hay funciones y se envicie de cosas. Pero Belén es muy precisa y “buena alumna”. Hace lo que tenemos que hacer. Ahora charlamos en que podía tener más libertad. Pero es sencillo retomar con el trabajo que realiza.
– Contame del laburo de Guadalupe Otheguy porque la música es fundamental. La había visto como DJ en “Los bienes visibles” y aquí, está tocando guitarra.
– Cuando empezamos a trabajar con Belén el texto, antes de empezar a ensayar, se me ocurrió esta posibilidad de la música en vivo. Al hacer un monólogo tan narrativo, tan crudo -más por como es el espectador de hoy en día-, necesita como un plus y un descanso para que no se disperse. Sabía que iba a funcionar y Belén lo agradeció. Empezamos a charlar y Guadalupe me envió estas canciones que son de ella. Me dijo “te las mandé porque sabía que iban con el texto”. Son temas que dialogaban perfectamente y ellas construyeron, junto con Manon Minetti, la asistente de dirección y actual productora de la obra, una composición del guion sonoro. La verdad es que fue un trabajo de muy poco tiempo de ensayo en el San Martín. Fue mágico porque se armó esa composición que no era solamente “escena-canción-escena-canción”, sino que brindaba un acompañamiento sonoro, que es lo que sucede. Empezaron a relacionarse en los ensayos y en función de las miradas, Guadalupe empieza a tener este rol de la hermana que la cuida. Hay funciones en las que se veía más como esa hermana que estaba ahí, que acompaña a Marta.

– ¿Qué decía la gente cuando terminaba la función?
– Salía muy conmovida. En las mujeres hay una identificación. Por más que no hayan transitado esa situación, se enfrentaron con el deseo de no ser madre. Es un poco lo que recorre la obra, más allá de lo que Marta haya hecho. Ese deseo que tiene ella y el de su propia madre de no haber sabido qué hacer con estas hijas. Quizás la maternidad se le fue de las manos. Igualmente, el público hace como una evaluación primero. Sale impactado y después hace un recorte de lo que le pareció la obra como obra de arte.
– ¿Y los hombres?
– Mi percepción es que hay que diferenciar al que es más grande, más contemporáneo, de 40 o 50 y pico de los más chicos, los 30 y 20 y pico. Lo reciben de otra manera. En verdad, si bien hoy todos los derechos adquiridos y las leyes están siendo vulnerados, hay una generación que ya creció con la lucha de las mujeres por el aborto legal. También hay otra, que no.
Los hombres que van al San Martín son un público muy genuino. No es que va a verte porque es tu amigo. Salen impresionados porque la obra es cruda en tanto lo que tiene que pasar el cuerpo de la mujer. No solo cuando se entera del embarazo, sino de por qué quedó embarazada, cuando se entera, el ocultamiento, la decisión que adopta y finalmente lo que hace. Entonces, hay algo del cuerpo como objeto que es fuerte y que el hombre no lo vive y nunca va a vivir. Me refiero al hombre CIS, en términos binarios. Hay una retirada de pensamiento de la obra, como una evasión ya que le resulta intolerante. Supongo que si a la mujer la cerca, al hombre lo distancia porque no sabe de qué está hablando.
Por otra parte, hay un momento en que el hombre tiene una función, un rol muy cruel que, a la vez, no está del todo dicho. Ese lugar complica un poco ya que está al borde de la violencia. Digamos, acá hay una especie de no consentimiento por vergüenza, por miedo, por no entender. Además, hay una insensibilidad de un hombre que no sabe o no quiere leer eso. La diferencia entre nuestra generación de la nueva es que ésta empezó a hablar de eso, de la de la paridad en los momentos de los encuentros y como sucedía. Por el lugar de la mujer queda como plantadas y planteadas, sin lugar a pregunta. Por eso, es tan importante hoy la referencia a la mujer, si quiere o no quiere, si desea estar ahí o no. Hay tanto vericueto porque la lógica que se usa es la del hombre. Esto lo dice Freud, que elabora toda su teoría con la lógica en torno al falo. ¿Quién lo tiene? El hombre.
¡Mujeres arriba!
– Tenes un recorrido con los unipersonales femeninos ya que hiciste “Rota”, “Rayito de sol”, “Reina” o “Como vaca que mira un tren”, con actrices muy poderosas. ¿Hay una vuelta al unipersonal femenino fuerte, con una temática determinada?
– Si… A ver, “Rayito de sol” y “Sola no eres nadie” fueron antes de la pandemia. Después o durante la pandemia, hubo un resurgimiento porque no se podían juntar muchas personas. Ahora digámoslo, no hay plata para producir. Los actores y actrices están trabajando de otra cosa, por lo que juntar muchos actores y actrices es muy complejo. Se va la vida en eso. Se estropea el deseo porque llega un momento en que no tenes ganas y no sabes por qué. Es por todas las trabas que hay en el medio, como todo. Entonces, el deseo es indestructible en su estructura, pero cuando es vapuleado, hay algo que sucede ahí, en el medio. Se desvía. También tuvo que ver con los modos de producción. Empezó a haber toda esa cuestión de uno o dos personajes.
– Recuerdo que, entre el 2012 y 2014 unipersonales femeninos con “La mujer puerca”, “La fiera”, “Trópico del Plata”, “Te verde” o “Para mi, sos hermosa”; antes “Alma” con Lorena Szekely. Ahora, parecen resurgir.
– Sí. Hay una vuelta de estos textos fuertes femeninos. Estamos necesitando que se hablen de algunos temas respecto a la mujer porque si no parece que es algo de un determinado gobierno o está ligado a una moda. Al día de hoy, sigue habiendo un femicidio por día. Hay algo que pienso que, a veces es una resistencia con todo lo que está pasando. Lo pienso también por ese lado, al hacer funciones en las provincias. Está bueno el poder llegar con una obra de teatro, no desde ese rol de comunicadora o de adoctrinamiento como se le dice. Planteo las obras con una sensibilidad por donde el espectador o la espectadora pueden pensar en esas temáticas desde otro lugar.

– Tu dramaturgia tuvo varios directores y directoras. ¿Cómo te ves hoy en tu doble rol de dramaturga y directora?
– La escritura, para mi, es una actividad solitaria. En relación con la dirección, me empezó a pasar que nunca sentía que algo que yo escribía, moría en el cajón o se la daba alguien para que la dirija y yo no participara. Hay muchas dramaturgas así. Nunca me pasó eso ya que vengo de otro palo. Hice una construcción a fuerza de hacer. Entendí que, para poder dirigir, había que hacer. Podes estudiar dirección, pero donde más se aprende es haciendo. Ves todas las necesidades así como todos los vicios. Trabajaba pero no asumía ese rol por dos cosas: una, porque sentía que me faltaba formación en el hacer y otra, porque tenía mis hijos chiquitos. Entendí –y no estaba errada ya que después lo comprobé- que la dirección, al menos en el teatro independiente, está muy de la mano de la producción. En ese momento, no podía y, además, trabajaba como psicóloga todavía. Sentía que no podía llevar adelante un equipo.
– Después de un momento, se fue dando…
– Si. Me fui dando cuenta que podía tener una estética, una mirada y me fui empoderando. No es necesario que esté sola. Puedo construir un equipo en el que pueda confiar en su mirada y construya conmigo. Por ejemplo, a Manon, que la conozco hace un año…Analizo mucho, doy vueltas, pero cuando intuyo, me sale bien. A veces, dudo de la intuición y terminé perdiendo por no darle bola. Un analista me dijo “eso que vos llamás ‘intuición’, es saber hacer. Seguimos la próxima”.
Los caprichos del “soberano”
– ¿Qué sentís cuando suena el celular en el medio de la función?
– Actué algunas veces pero no tengo recorrido como actriz. Me pone muy mal por los actores y las actrices. Hay algunos que se lo toman más tranqui, hay otros que lo incorporan y otros se angustian mucho. Igualmente, peor es cuando lo sacan. Nos pasó eso en el San Martín, con un chico en la primera fila.

– Hace unos días, pasó lo mismo «Frida. Viva la vida!», el unipersonal de Laura Azcurra en el Picadero. Le dijeron que lo apague, le pegué una patadita y recién aflojó cuando la iluminaron con un puntero laser. Una impunidad absoluta.
– Siempre hubo una impunidad, aunque de distintos tipos. Quizás uno porque está metido en esto y defiende lo que sufre, ¿no? Me parece violento todo esto pero el respeto que nosotros le tenemos, el espectador no lo comprende de esa manera. Muchas veces se maneja con el teatro como con el cine. Vas a ver una película de niños -me pasó cuando llevaba a mis hijos- y te preguntas “¿Qué es esto?” ya que parece un recital. Como es de niños, se permite cualquier cosa. Estás comiendo pochoclo haciendo ruido, cuchicheas, sacás el celu para ver la hora. El espectador aplica la misma lógica en el teatro. No hay una costumbre o un entendimiento de que el actor está ahí, en vivo con su concentración, con su cuerpo, con su corazón, con lo que sea. El cine ya pasó. La película se filmó, se hizo, se aprobó y recién vos la estás viendo. En el teatro, el actor está ahí, dando todo, en tiempo presente. No sé si el espectador que no pertenece al teatro entiende eso. Después, tenes gente corrida en todos lados. En el Cervantes, una señora se durmió encima mío, apoyando la cabeza. Terminó la obra y aplaudió como si la hubiese visto toda.
– Hay jurados que hacen eso. No quiero dar nombres….
– Está bien, por supuesto. Por eso, llevan un asistente que, después le cuenta de que trata. Igualmente, lo del celular me resulta menos violento que el espectador que opina o inclusive, bufa. En el San Martín pasaba con nuestra obra, en la Cunil Cabanillas ya que nos tocó momentos de calor. En la sala no había aire porque a Belén le hacía mal a la garganta y a Guadalupe se le desafinaba la guitarra con la temperatura. El abanico a pleno, nivel Dios, como se dice ahora, y la queja o el malestar con el cuerpo, como si no tuviesen nadie enfrente o al lado.
– También hay un público que cuenta con la capacidad de atención de un capítulo de una serie de Netflix.
– Por eso, en ese sentido es un acto de resistencia. Es dejar tu sillón para dirigirte al teatro para soportar estar sin conexión. Hay una gran ansiedad. Inclusive a me cuesta a veces, pero y va a ser bastante difícil con el paso del tiempo por la ansiedad. La mecha está más corta.
Un contexto difícil
– Al día de hoy, en esta coyuntura, ¿ir al teatro es un acto de resistencia?
– Si. Más con las redes, plataformas, apps y Tik Tok. Y cuesta cada vez más. La dispersión, la rapidez, la liquidez, la ansiedad. A mí me pasa y trabajo de eso. A veces digo “tengo que ir hasta allá, llegar, ver la obra, volver, me lleva como 4 horas”. Antes no lo analizaba, ahora si.
– ¿Cómo ves el teatro porteño?
– Hay mucho teatro…
– ¿Demasiado?
– No se si demasiado. Decirlo atentaría contra mis principios ya que estoy estrenando una obra y ensayando otra, mientras algunas hacen giras. Me parece que, después de la pandemia, era complicado volver. Peligraba todo lo que tuviera que ver con las reuniones. Se perdió mucho con todo eso. Ahora, está buenísimo el teatro porteño ya que hay para todos los gustos. Si te pones a buscar, tenés de todo. Inclusive es muy reconocido en el mundo. Viajé a Brasil, hace unos años con “Reina”, con Maiamar Abrodos. Allí, tienen mucha admiración por nuestro teatro. Para mí, es genial que haya mucho. A veces no alcanza el tiempo para ir a ver a los amigos, lo que querés explorar, pero también sirve para inspirarse.
– Estamos en una coyuntura difícil. ¿Te sorprende que haya gente del teatro, del arte que haya apoyado «el modelo» vigente?
– Si, mucho. Es inentendible. No sé si fue en mis redes pero hice una limpieza de contactos por lo que no me acuerdo si tenía gente que había apoyado. Por suerte la gente que me rodea, no lo hace y vamos por los mismos caminos. No se trata de ser peronista, kirchnerista o de un partido, sino de tener una línea de pensamiento y de sentimientos con los que te manejas en el mundo y con las personas. Realmente tiene que ver con eso.
– No hay duda.
– Además de dramaturga, soy psicóloga. Estudié mucho la conducta humana, el inconsciente. El psicoanálisis es una disciplina que tiene mucho aporte de la filosofía, de la sociología, de todas las ciencias humanas y sociales. Al estudiar psicoanálisis, aprendes mucho de esas otras ramas. Eso me hizo entender y comprender muchas cosas que, por ahí, no las aprendí estudiando historia, por decirte algo. Entonces, ¿qué me pasa cuando te dicen que podes convivir con una persona y tener buena relación cuando tienen diametralmente opuesta su ideología con la tuya? Rara vez coincidís en la ventana por la cual miras el mundo. En “Rayito” había una ventana, “Clandestina” también. Siempre me refiero a alguna ventana en mis obras…
– “Rota” también tenía la suya…
– Si. Siempre hablo de la ventana en mis obras. Es lo que Lacan llama “el fantasma”, ¿no? Es como vos te paras frente al otro. El fantasma que manifestas, la interpretación. Esta manifestación siempre es subjetiva. Lo que me pasa con eso es que, estas personas que votan, eligen, creen y/o defienden esto, no miran por la misma ventana que observo yo el mundo.

Mirada interna
– Barbara Streisand se definía como «la actriz que canta». ¿Vos te definís como la psicóloga que escribe?
-Muy bueno. Ahora no, pero en una época sí. Hay algo interesante en tu pregunta porque la otra vez me consultaban -a propósito de una entrevista que me hicieron- sobre esta orientación, esta perspectiva de trabajar lo vincular, sobre las mujeres también. Cuando no hay específicamente una perspectiva de género, siempre aparece lo vincular. En mi escritura surge como un saber que me dio el psicoanálisis que trato de velar y ponerlo como imágenes. La relación madre-hija y la relación con el deseo, etc. No soy de presentarme como psicóloga, pero cuando voy a los aeropuertos y me piden profesión o algo, pongo “psicóloga”.
– ¿Si?
– Si. Todavía en la escuela de mis hijos, ante la pregunta de profesión, “psicóloga”.
– ¿Por qué?
– No sé. No ejerzo, pero es algo que me acompaña. Me arma de alguna manera. Lo hago inconscientemente como para no poner…no sé, “dramaturga”, “directora de teatro”. Siempre te dan un espacio chiquitito y entra más “psicóloga” que otra cosa. Hay algo de eso. Como que, ahí me aparece esa funcionalidad que tiene, para mí, el título. Me recibí a los 23 años y era chica. Trabajé mucho tiempo a diferencia de otra gente que dejó inmediatamente o se recibieron y nunca ejercieron. En mi caso, ejercí como 20 años, más o menos.
– Las dos últimas. Ya dijiste que, si te dan un formulario, pones que sos psicóloga. Si no hubieras sido psicóloga/dramaturga, ¿qué hubiera sido de tu vida?
– Sacando esto, es fácil decirlo con el diario del lunes y te diría que no me imagino de otra manera. Pero creo que hubiera estudiado sociología o filosofía. Me gustaban mucho esas carreras.
– Si por la puerta del Espacio Callejón entrase la María Natalia Villamil, de 17 años, que se iba de Lobos, tu ciudad, ¿qué le dirías?
– Le diría que hasta los 30, viva todo con menos culpa, más libremente y menos ataduras. Que disfrute un poco más, no porque no haya disfrutado, sino que el disfrute sea sin culpa.
“Clandestina”. Espacio Callejón. Humahuaca 3759. Viernes 20 h.