Antes que nada, digamos que “Luces de libertad” es una experiencia completa a la que hay que someterse para enriquecerse a nivel personal y que sirve para comprender un poco como es la vida de los no videntes.
Desde el primer momento en que uno ingresa a la sala, debe abrir su mente a un cambio absoluto: el percibir sin ver. No se evaluará si la escenografía es así o si la iluminación es asá. Para nada. Hay que sentarse, en un todo de ausencia de luz (que no es lo mismo que oscuridad) y dejarse llevar por la imaginación y los sentidos. Estos construirán la historia de Davadanga, una esclava negra y la relación –prohibida- que establece con el “amito” Tomás, en vísperas de la Revolución de Mayo. El ritmo de la puesta es dinámico, manteniendo en vilo a los espectadores. La efervescencia libertadora de la puesta tiene lazos con la actualidad, previo al bicentenario, con alusiones fácilmente reconocibles. Así, se podrán escuchar las voces de Juan Domingo Perón, Ernesto Che Guevara o Rodolfo Walsh, en un momento emotivo y de reflexión en tanto la realidad vivida y lo que representan estos para la vida de nuestro país.
El oído, el olfato y el tacto son puestos a prueba por esta puesta en la que la máxima de Antoine de Saint Exupery se hace palpable: lo esencial es invisible a los ojos.