Señoras y señoras, les voy a presentar la modalidad más utilizada para enfrentar a los problemas: la cultura del “pero-ni”. No, no tiene nada que ver a nivel político con el movimiento fundado por Juan Domingo Perón. Es mucho más simple. Es la forma en que se encaran las situaciones álgidas de la vida que requieren una solución inmediata. Cada situación será acompañada por el “pero”, con una afirmación o negación previa. El “ni” es lo que siempre sobrevuela estos acontecimientos ya que no hay definición alguna. Ni…ni “si” ni “no” completo, con todas las de la ley. Por las dudas, dejemos alguna puertita abierta asi, cuando no nos hacemos cargo de la decisión tomada, podemos volver hacia atrás para “quedar bien”. Ojo, arrepentirse y pedir perdón ante el error es una cosa y otra muy distinta es tomar una decisión a medias cuando…todo se cae de maduro pero se carece de las espaldas anchas para bancar lo que venga.
Pongamos estos ejemplos:
-¿Puedo empernarme a todas las minas que quiero si estoy en pareja? No pero….
-¿Debo decidirme a cambiar de trabajo si la paso mal y el sueldo es horrible? Si pero…
-¿Es necesario “respetar” a mi familia cuando esta está compuesta de garcas e idiotas? No pero….
Estas sencillas ejemplificaciones no van en detrimento de los matices que puede tener una situación determinada y mucho menos caer en extremismos que no llevan a ningún lado. Por el contrario, a lo que se apela es a la poca voluntad de cambio y de encarar procesos nuevos por los motivos de siempre: una educación represiva en el marco de una sociedad hipócrita.
El primer caso es el típico del “macho argentino” que se babosea con todo lo que camina pero que, estando en pareja, debe contradecir el axioma por antonomasia de “hombre”: toda mina que camina, va a parar al asador. Pero “el macho” es tan valiente que cuando toma la decisión de virulearse a la fémina en cuestión, llora como niño ante la marcha de su pareja. Porque….el tipo tiene derecho a hacerlo pero la mina, no. O sea, la ley es pareja para unos y no tanto para otras.
El segundo caso sería aplicable a gente que tiene la posibilidad de realizar dicho cambio por virtudes y capacidades propias a nivel intelectual y profesional pero que, lamentablemente, no es extensible a la parte emocional. El miedo al “¿qué dirán?” o la incapacidad a rebelarse frente al acostumbramiento ante lo patético son dignos de un estudio psicológico. No obstante, cuando la situación se prolonga “in eternum” con la cantinela de “ya estoy harto/a de esto”, “estoy cansado/a de tanto trabajar en este laburo de mierda”, seguramente la eclosión personal del que escucha esto será del tamaño de Hiroshima.
El tercer y último caso es el más emblemático de todos y el que todo el mundo ha sufrido en mayor o menor medida. A título personal, a nivel “familia”, ante la situación de elegir quedar bien con una manga de H de P o la salud mental de mi propio ser, fue clavarle un zapatazo a cada uno de estos turros, con destino directo al ángulo superior izquierdo de uno de los arcos del Monumental. No obstante, los juicios críticos ante una acción como la relatada siempre van a estar enmarcadas en el lema “pero…es la familia”. Si, una familia compuesta por una manga de garcas.
Que habrá familias con alguna hermana con cerebro de millonaria devenida en celebridad (pobrisima intelectualmente y viviendo en una zona de clase media para abajo pero eso es lo de menos….sus delirios son enormes) y capacidad histriónica y actoral que haría quedar a la mismísima Susan Sarandon como una principiante, hay a rolete. El problema es ponerle coto a semejante manipulador. Hay quienes lo hacen y tienen la conciencia tranquila de haber procedido de acuerdo a su parecer y quienes no y…son “un buen integrante familiar”.
El cerco más fuerte de romper es cuando uno percibe que su propia experiencia y felicidad personal va en contra de la educación recibida para ser un “buen integrante de una sociedad” con la particularidad que le corresponde como ser único e irrepetible. La represión de estos sentimientos van in crescendo a medida que la frustración y la bronca cantan presente. ¿Y todo para qué? Para dejar conforme a los demás ¿Y a mi, como individuo…qué? La respuesta ya la dijo el filósofo futbolístico Diego Armando Maradona. Porque si hay algo que no se perdona al día de hoy parece ser el intentar ir contra la corriente para buscar una alternativa a la mediocridad reinante. Esa búsqueda ya implica un regocijo mayor a la frustración previa. Que vaya bien o mal, será una alternativa pero siempre hay que recordar que “nadie se acuerda de los tibios” y que “nunca le pasa nada a aquél, que no intenta nada”.
¡Bienvenidos al Caleidoscopio!