Vivir solo cuesta vida
Dramaturgia y dirección: Tato Cayón. Con Anibal Brito, Paula La Sala, Alejandra Martínez, Alejandro Robles y Luciano Rojas. Trailer: Teatra. Vestuario: Celina Barbieri y Guadalupe Sobral. Fotografía: Laura Gattinoni. Diseño gráfico: Federico Lagreze. Asistencia de dirección: Fabian Caero.
Centro Cultural El Deseo. Saavedra 569. Sábado, 22 hs
La tómbola de la vida hace que uno no pida ni sepa el ámbito en el que va a nacer. Pero hay que salir a pelearla día a día, de la manera en que se pueda. Al respecto, Miguel Abuelo decía “yo no pedí nacer así. Son cosas mías”.
Algo de esto hay en la historia de Rulo y el Rengo, dos amigos que viven en el baño abandonado de una estación de tren. Pero será esta relación el puntapié inicial para una puesta que abordará diversas temáticas.
La vida llevada a cabo en un marco de visceralidad constante. El habitar barrios bajos donde el que no corre, vuela porque son esas las condiciones para sobrevivir –y no para vivir-. Todos seres desangelados en los que tratan de pasarla lo mejor posible, pero siempre con la ilusión constante de poder salir de la mala. Igualmente, será esa vida la que pasa delante de ellos como trenes en los que el axioma punk de “vive rápido, muere joven” termina convirtiéndose en una salida que no destila heroísmo ni romanticismo.
Rulo tendrá a Natalia, como novia pero con algunas dudas al respecto, mientras que el arribo de “El Chato”, hermano de El Rengo, tras una temporada en la cárcel, pondrá en jaque los cimientos de la casa. Allí los “códigos” entre los pares –amigos, familia, pareja- serán, prácticamente, la única ley inquebrantable hasta que…se quiebra. Inclusive, es aquello que puede unirlos con la Chancha, la mujer que les alquila la pieza, que mezcla una dureza a toda prueba con toques de comprensión, no exento de amor.
La dramaturgia de Tato Cayon es precisa. Cuando parece que va a caer en el estereotipo del pibe chorro, pega una gambeta corta para poner su pluma a disposición de una situación de marginalidad extrema en la que siempre prima la esencia del individuo. Sus miedos y sus fortalezas, sus deseos y anhelos. Su ser y su sentir. Marginalidad en estado puro. Trabajar para salir de “la mala” –Rulo vende pañuelos en los trenes- al tiempo que el imaginario de la movilidad social también es incorporado -El Rengo busca un trabajo que lo saque de los vagones-. Hay un deseo de no caer en “la salida rápida” pero es la que siempre está a la vuelta de la esquina esperándote para meterte la puñalada trapera. No todos están dispuestos a evadirla y mucho menos a hacerse cargo de la decisión tomada.
La puesta se ubica perfectamente el espacio y tiempo de un momento y una situación que podría ocurrir perfectamente en algunos sectores de la ciudad de Buenos Aires. Pero también es menester prestar atención al lenguaje, al léxico. No se queda únicamente en el frío reflejo de una realidad sino que pudo captar la esencia de lugares donde la precariedad y las carencias son moneda corriente. Se aleja –gratamente- de varias puestas que tratan erróneamente de plasmar una realidad a la que solo acceden a través de la mediatización propia de la televisión o por libros.
El diseño sonoro y la iluminación son fundamentales en la creación de sentido que propone la puesta. Las actuaciones son de nivel, plasmando con exactitud una serie de acontecimientos que captará la atención de los presentes.
La intensidad en el desarrollo de los hechos es rápida pero no avasallante. Todo tiene que ver con todo y más aún, cuando el “afuera” es de una hostilidad tan grande como incomprensible. El refugio para estos seres podrá ser tan inimaginable como sorpresivo.
Amor, pasión y marginalidad atraviesan “Donde terminan los rieles” al tiempo que te deja pensando (y sintiendo) más de la cuenta. Sobre todo, cuando te hayas retirado del teatro.
Intensa y atrapante, no escatima en bucear en aquellos mundos despreciados y temidos por quienes tienen un mejor pasar y peor capacidad de comprensión para con los excluidos de -y por- la sociedad.