Las barbas en remojo
Dramaturgia: Andrés Binetti. Con Malala González, María Eugenia Álvarez, Laura Igelko, Fabián Caero, Geraldine Lapiduz y David Ledezma. Vestuario: Ana Algranati y Celina Barbieri. Fotografía: María Belén Cobas. Diseño gráfico: Florencia Cuello. Trailer: Rodrigo González y Luli Di Pasqua. Asistente de dirección: Yesica Wejcman. Dirección: Michelle Wejcman.
Barbería La Época. Guayaquil 877. Viernes, 21 hs.
Ayer y hoy. Idas y vueltas en el tiempo y que las mismas impliquen la reflexión, la risa al mismo tiempo que el cerebro carbura a mil revoluciones –nunca mejor puesto el término- por segundo asi como la mueca que combina desazón pero con la conciencia tranquila de “haber hecho/intentado”. O todo esto junto, en una coctelera con precisión quirurgica de conceptos y situaciones que abordaran al espectador.
Pero, querido lector, no se asuste. El teatro permite la apertura a distintas aristas pero sin perder de vista su concepción. Tal es el caso de “Proyecto Posadas”.
Ubicada en la mítica barbería “La Época”, del barrio de Caballito, esta nueva creación de Andrés Binetti toma a dos momentos históricos: los años 70 y la actualidad. En el primer caso, la barbería será el lugar donde se desea realizar el cumpleaños de J.Posadas, líder de un movimiento minoritario en el que se postulaba una combinación de marxismo y racionalidad, que incluía a la vida extraterrestre, como una forma de vida más evolucionada. Ésta debería ser el norte el cual debía seguir el comunismo para llegar a una fase superior.
En cambio, la segunda parte abordará esa misma barbería pero en estos años, en la que será utilizada como escenografía de un documental de unos estudiantes de cine.
Es inevitable ver cómo cambia la mirada de uno frente a ambos momentos. En el primero, con el tiempo y la distancia histórica de nuestro lado y en el segundo, la resignificación de la historia y la memoria y la manera en que se la busca plasmar. Será esa mirada que mire con ternura a ese primer acto y después con un mix de sensaciones, la segunda parte en la que, ahí si, se impondría una verdadera revolución. La inocencia de las buenas ideas luchan contra una realidad feroz, que se terminó convirtiendo en el pan de cada día, resignificando a las generaciones futuras en pos de un egoísmo vacío, pendiente de la mirada del otro que juzga y legitima.
Será la resignificación constante que borrará distancias, permitiendo un análisis en que preguntas como ¿De qué hablamos cuando hablamos de una “revolución”?, ¿El paso del tiempo implica evolucionar?, ¿Dónde quedaron los ideales? ¿Hoy en día, que tipo de ideal hay al respecto –en el caso que exista-?, entre tantas otras, surgirán. Cada quien la tomará y se hará cargo de responderla o no.
Esa será una de las tantas virtudes de la pluma de Andrés Binetti que juega con soltura planteando diversas cuestiones e ideas, con el humor y la mordacidad que nos tiene acostumbrados, pero siempre con un toque de sutileza. Tal es el caso del juego que implica el lugar donde se ubica el espectador para sentirse más próximo a lo que está presenciando ya sea con lugares que no se pueden mirar o que vienen, directamente, de la calle. O el vestuario que, con buen gusto, enmarca las épocas con precisión.
El diseño de sonido permitirá escuchar “la voz de los pensamientos” es un hallazgo en la segunda parte. Allí se establecerá un diálogo invisible entre ellos asi como con el público. Porque mientras uno de ellos quiere ser “un famoso director de cine”, Victoria, la dueña de la peluquería, será la entrevistada que recordará un pasado cercano al tiempo que tiene una idea muy clara acerca de estos nuevos jóvenes, tan distintos a los de antaño. Su rostro saliendo por un monitor, al tiempo que relata lo ocurrido en los 70, es una postal exacta de la forma en que los medios –algunos, los más “populares”- se hacen carne en la superficialidad y el vaciamiento del compromiso como puntales de su propia lógica consumista. La forma en que se disuelven conceptos, ideas y valores donde la frivolidad dicta sus propias leyes. Allí será donde interroga a ciertos “creadores” respecto a qué les importa mostrar de un hecho, más allá de una sociedad proclive a estas propuestas y a un snobismo propio combinado con soberbia y egoísmo. Aunque parezca mentira, al día de hoy, hay quienes –periodistas y dramaturgos inclusive- se sorprenden y marcan una diferencia respecto del “teatro como hecho social”.
Toda esta resignificación se encuentra enmarcada con el movimiento constante de la calle Guayaquil, con las líneas de colectivo circulando por la acera y algún que otro peatón, mirando con curiosidad desde la ventana.
La utilización de la peluquería es todo un descubrimiento que enmarca a la puesta en tiempo y espacio, amén de las propias virtudes de la misma, hoy en día declarada como Sitio de Interés Público Nacional y de Interés Cultural asi como Lugar Turístico de Buenos Aires. Es más, será el propietario de la barbería, Miguel Ángel Barnes, “El Conde de Caballito” –con capa incluída-, quien atienda a los comensales en el intervalo entre acto y acto. Antes y después de la obra, es una sana obligación perderse mirando la cantidad de recuerdos que hay en las paredes de la barbería. Es muy destacable que una barbería de barrio también pueda funcionar como centro cultural. La espera a la función –y el entreacto- se convierte en un regocijante viaje a través del tiempo.
La dirección de Michelle Wejcman es exacta en enmarcar cada momento y cada palabra en su justo lugar. El elenco es muy bueno, con puntos destacables en Malala González (vuelve a deslumbrar con su voz) y Laura Igelko, una especie de Violencia Rivas, tan querible como perceptiva y….violenta.
“Proyecto Posadas” plantea interrogantes al tiempo que da un espacio para la risa y la reflexión, con ideas claras y que abren el debate a numerosas cuestiones. Hace rato que una puesta no abría tanto el abanico para analizarla, y sobre todo, disfrutarla…más de una vez.