Recitales. Virus en el Luna Park. Una deuda cumplida.

La legendaria banda platense no se había presentado nunca en el Luna Park hasta ahora. Con una lista de temas de calidad indestructible y eterna y la presencia de Federico Moura desde las pantallas, colmó el recinto mítico de Corrientes y Bouchard. 

La concurrencia sabía que iba a ver el pasado 31 de marzo, en el Luna Park. No solo era volver a escuchar esos hits de los años 80 sino saludar y agradecer a Virus, una banda que ofrece varios niveles de lectura a los que se puede entrar de manera más simple o compleja. Atraviesa varias generaciones. Por este motivo, se ven padres con hijos. El traspaso de un legado musical que forma parte ya de la cultura de este país aunque haya algunos cambios. Del Virus de formación clásica (“la que salía de memoria”, como diría un viejo futbolero), quedaron tres integrantes. Julio y Marcelo Moura junto con Mario Serra. Patricio Fontana en teclados, Ariel Naón en bajo y Agustín Ferro en guitarra completan un sexteto que salió al Luna. La modernidad -mal vista por los miopes que nunca faltan- pasó a ser una página imperdible del rock argentino.

Asi las cosas, la gente fue llegando de a poco al Luna. Para el comienzo del show, ya estaba casi completo. Antes había pasado Literal con su propuesta de un pop bien realizado que fue recibido con respeto. Los tiempos cambian, así como las edades y la tolerancia a los grupos que antecedían al número principal, más allá de la calidad de aquellos.

A las 21.30 se apagan las luces. Comienza un show separado en dos mitades bien definidas, más allá de la propuesta original de los artistas. El puntapié inicial es “Densa realidad”, justamente el tema que cierra “Wadu Wadu”, su primer disco. Esta elección parece dar cuenta del aura de gira de despedida que atraviesa el ambiente. No diremos el fín sino el paso siguiente que dará la agrupación –unida o por caminos diferentes- que fue fundamental en los 80.

Suenan “Tomo lo que encuentro”, “Sin disfraz” y “Dame una señal” de manera seguida poniendo algunos hits sobre la mesa. No obstante, el público no terminaba de conectarse con el show. Desde una de las cabeceras se pedía por mayor volumen.

 “Loco coco” despierta algunas sonrisas nostálgicas, pero será con “Superficies de placer” y “Qué hago en Manila” cuando la emotividad empieza a hacerse presente en el Luna. Sobre todo, en el segundo con las linternas de los celulares reemplazando a los encendedores. El ambiente era único, trayendo atmósferas de otros tiempos para recrearlas en esta tercera década del siglo XXI.  

De a poco, se va armando el recital. “Polvos de una relación” retoma el clima de baile mientras que “Ausencia” e “Imágenes paganas” fueron el ying y el yang de esta primera parte en tanto encarnaron la introspección y la canción eterna, más aún con un tema que dejó una marca a fuego en la música argentina.

La aparición en las pantallas de un eterno Federico Moura impactó con un microsilencio de dos segundos para dar rienda suelta a la emoción. “Dicha feliz” es el tema que entona Federico desde el lugar de los únicos e irremplazables. La utilización de las imágenes de Federico es precisa y se utiliza en momentos determinados. Un homenaje justo y sentido que une a los músicos con el público.

Con “Despedida nocturna” y “Transeúnte sin identidad” se despide la primera parte. Con respecto al primero, Marcelo cuenta que fue un tema “que le hicimos a Federico para despedirlo cuando todavía estaba con nosotros y él la escuchó”. El “momento de intimidad aunque seamos miles” (Marcelo dixit) cala hondo. Se levanta la vista y la emoción es palpable. Alguna que otra lágrima se abrirá paso en los rostros, más aún con el piano y el cello creando una atmósfera única. En cambio, “Transeúnte…” lo tiene a Julio con su Telecaster roja en primerísimo primer plano, junto con sus precisos efectos sonoros, prolongando el clima de sensibilidad.  

Llega el “break” y hay cuestiones a tener en cuenta. La voz líder se la dividen Marcelo y Julio, con el primero ubicándose en los teclados. Desde hace un tiempo que cambiaron los roles que, durante buena parte después de 1988, era más que clara. Julio da cuenta de su versatilidad en las seis cuerdas mientras que el resto de la banda es de una precisión quirúrgica aunque, en ocasiones, el sonido no terminó de acompañar.  En términos futbolísticos, diríamos que en este primer tiempo, se ganó 1-0 aunque no se estuvo del todo cómodo como para poder desarrollar un juego vistoso y bonito. Después, ganó, gustó y goleó. 

Después de un breve intervalo, el primero que sube al escenario es Mario Serra que inicia la segunda parte con un poderoso solo de batería. Era como un “Levantense” a la platea. El clima cambió y no se detuvo más.

Suena “El sueño de Drácula”, de los temas más elaborados de “Agujero interior”, su rockero tercer disco, producido por Michel Peyronel, baterista de Riff. Es aquí donde el resignificado de la pluma de Federico Moura impacta hacia donde van sus versos. Tal es el caso de “Ahora entiendo que están en mi cabeza/que yo las puedo ahuyentar de una vez/que son mis miedos, y no los de afuera/los que conspiran haciéndome vivir lejos de mí

De a poco, la gente se va parando en sus butacas. Más aún cuando vuelve a aparecer Federico para entonar con sus hermanos “Amor descartable”. Ya nada es igual. “Pronta entrega” es cantada con los presentes, tal como se merece un clásico de sus quilates. Los teclados de “Desesperado Secuencia Uno” mantiene la algarabía y ese deseo, esa necesidad de cantar y bailar se terminan de plasmar.  

La presencia de Manuel Moretti y Benito Cerati brindaron un aire a los temas interpretados. Sobre todo, en el caso del líder de Estelares que compartió voces en “Me puedo programar” en la mencionada primera parte del recital. En cambio, Cerati acompañó en “El probador” extendiendo esa alegría que ocupó este tramo del show.

Con “Destino circular” empieza la última curva del show. El “Quiero salir en libertad” se vive como tal. El oído atento sabe qué tema falta. La pregunta inconsciente es como lo van a interpretar sabiendo que se cambiaba la letra en su inicio. La duda quedó evacuada con la voz de Federico y su “¡Hay que sacarse la ropa interior!”. Nuevamente, la emoción embarga a muchos que la viven en silencio, otros bailan con frenesí. Su letra es un antídoto contra el conservadurismo y el estancamiento propiciado por habitus varios.  Ese “Poner el cuerpo y el bocho en acción” que llama a no estancarse ni a atrasar años, se mezcla con una libertad sin prejuicios (“Jugar con la imaginación/Sin tener que pedir perdón”), para disfrutar plenamente (“A la vida hay que hacerle el amor/Sin drama, con locura y pasión”).

El cierre con “Wadu Wadu” es a todo ritmo, con la banda sonando suelta y en plenitud. Es ese deseo de congelar un momento único de plena libertad a través de la música.

Virus se va pero vuelve para hacer los bises. ¿Queda algo más? La respuesta es obvia. “Mirada speed” y “Una luna de miel en la mano” certifican que la modernidad goza de buena salud. Suena bien y se mantiene vigente. Todo concluye con “Carolina” y las pasiones que despertaba la princesa de Mónaco a la que se invita a bailar “un nuevo ritmo que te va a encantar”.

La despedida final es con la parte instrumental de “Manila”. El show se cierra de manera serena y contundente, como quien cierra un cofre lleno de música de alta calidad que transcenderá el tiempo (¿cómo “A day in the life”?). La búsqueda constante a través del talento, de nuevos sonidos e historias a ser contadas, sin caer en el trovadurismo.

Virus se retira del escenario en medio de una ovación. No faltó nada ni nadie. Será inolvidable para todos y todas quienes fuimos testigos del show. Los que vivieron esa época, los que le llegó más tarde y los más pequeños que empezaran a interiorizarse sobre esta banda única e irrepetible surgida en La Plata, encabezada por el eterno Federico Moura. Virus atraviesa el tiempo y lo resignifica en plena relación con su coyuntura.

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