La pandemia que trajo el confinamiento para evitar el contagio de coronavirus, hizo que Netflix sea un refugio para aquellos que necesitaban algún tipo de «diversión» asi como pasar el tiempo. De esta manera empezaron a salir a la palestra diversas series de variada calidad. Desde estas líneas, hemos escrito sobre algunos que vimos y analizamos pero…faltaba una en particular. Era «Shtisel». El estreno de la tercera temporada nos brindó la excusa precisa para reflexionar y obviamente, recomendarla.
Si bien el título es del apellido de la familia alrededor de la cual gira la historia, no pasa para nada desapercibido el hecho que sean judíos ortodoxos. Hete aquí, el primer prejuicio al cual muchos/as deben gambetear. Los motivos son diversos e irían desde el obvio antisemitismo hasta la desconfianza de quienes nos ubicamos dentro de una identidad absolutamente laica -y judía- pero omitiendo todo carácter religioso-. Una vez superado este handicap, se aprecia una historia por demás rica e intrigante que va más allá del condicionamiento al que lleva seguir las leyes de la Torá.
Akiva Shtisel es un joven que no termina de responder a los mandatos que debe seguir para ser un “buen judío” según la visión de ésta parte de la ortodoxia judía. Su padre Shulem es un reconocido rabino que maneja con mano de hierro la familia, de la que también forman parte sus hijos Zvi Arye y Gitti, ambos casados y con hijos, supuestamente felices. Gitti está casada con un errático Lippe y tiene en sus hijos Yosale y Ruchami (la gran Shira Haas, protagonista de la elogiada “Poco Ortodoxa”, serie de la tuvimos el grato placer de escribir) desafíos a cierto statu quo de la sociedad en la que viven pero sin poner en tela de juicio los cimientos de las creencias.
La familia y sus vínculos son puestos bajo la lupa a través del “deber ser” en contraposición con el “sentir personal” que no siempre se encuentra en armonía con las disposiciones del Todopoderoso que rigen la vida cotidiana. Es ahí donde residen muchas de las dudas de Akiva en la toma de decisiones, algo extensible a cualquier joven en estos tiempos que quiera llevar a cabo sus propios deseos con la suficiente integridad y carácter aunque esto le lleve chocar contra los designios impuestos. Esto va más allá de cualquier religión y ocurre en el 80% de las familias. Por más respeto a una creencia religiosa que tenga, no deja de ser un hombre que no ha llegado a los treinta años y quiere algo tan simple como ser feliz en el siglo XXI, a partir de sus propias ideas y gustos, en un contexto de tecnología y redes sociales.
Serán los vaivenes de Akiva, tanto en su búsqueda de esposa como de romper el cordón umbilical con papá Shulem, los que logran la empatía inmediata en una platea en la que se destaca la reflexión constante acerca de la máxima ricotera de “vivir sólo cuesta vida”. La relación que tiene con las mujeres (N de R: siempre bancaremos a Elisheva) y con sus propias búsquedas es la misma que tiene gran parte de quienes quieren contentar a todo el mundo menos a ellos mismos. Por eso, ese agobio insoportable se canaliza/exorciza por medio de un pasatiempo/oficio/arte que, inclusive, es mal visto por aquéllos a los que pide por respeto y legitimación a su propia vida.
No obstante, no hay una ruptura con la religión y sus creencias sino que se pide un poco más de “aire” para poder vivir de manera más plena. Quizás suene un poco banal plantearlo con estas palabras pero ahí radica las diferencias entre quienes ponen toda su vida y su fe en “aquél que todo lo ve y está en todas partes” y aquellos que sólo creeremos en su existencia si jugase una partida de ajedrez con nosotros, tal como visibilizó Bergman.
A partir de la historia de la familia Shtisel y la comunidad en la que reside, visibiliza los vaivenes del vivir bajo una determinada cosmovisión. Abordarla desde el lugar de comodidad/superioridad en el que uno se ubica por el acceso a la tecnología y los saberes mundanos del año 2021, es desperdiciar una chance enorme de comprender otro tipo de sociedad así como abrir la mente hacia otros rumbos. Es fácil poner la lupa para preguntar “¿por qué no hacen esto?” en vez de la reflexión que implica el “si puedo hacer (gran cantidad de cosas… –no como ellos-), ¿por qué no lo hago?”. Ahí es donde se hacen fuertes y palpables los condicionamientos en los que más de uno/a vive aunque sea una libertad “disfrazada”, en tanto crianza. Entonces, ¿será que no estamos tan lejos de aquello de lo que nos queremos separar?
La serie crea una especie de burbuja –más allá de la impuesta por el covid- en la que sedesarrollan los hechos. Una Jerusalén cuya arquitectura se remonta a muchos años es la que ambienta estos conflictos que tienen un guiño al melodrama clásico pero omitiendo toda alusión a la actualidad política. Por ejemplo, uno de los mayores conflictos es con una familia -igual de religiosa pero de origen marroquí- por un matrimonio. No hay problemas con los palestinos pero se refieren al Estado de Israel como los “sionistas” (hay que recordar que los religiosos desconocen la existencia de un Estado creado por el hombre y no por la llegada del Mesías –algo por demás polémico pero será para debatir en otro momento-). O sea, hay un recorte bien pronunciado respecto a lo que se quiere mostrar y de qué manera.
Desde ese punto, es una tragedia muy humana, por demás atrapante que capta la atención de la platea. Quizás, del sector más laico y progresista -al cual uno pertenece- de una «cole» que, en su mayoría, apoya todo aquello que diga y haga Israel. Paralelamente, enarbola una banalidad insoportable basada en el consumismo, un judaísmo culinario y acomodaticio junto con su alineamiento a la derecha, menemismo y macrismo de por medio, como rasgos identitarios.
El trabajo actoral es de calidad. La tirante relación entre Akiva y Shulem la llevan adelante los excelentes Michael Aloni y Dov Glickman. Ambos dotan de humanidad y carisma a sus respectivos personajes, con variados matices. Otro de los puntos altos es la Giti creada por Neta Riskin. Mujer que se sobrepuso a un matrimonio irregular, es la voz líder de una familia que vive a su ritmo y una fe inquebrantable a la Ley Sagrada.
Un caso por demás interesante es el de la mencionada Shira Haas. Su Ruchami se basa en la sutileza en la que transita sus estados sin que esto le quite un ápice de temperamento. Desde la relación con su padre a la forma en que establece el vínculo con su novio Hanina, pasando por la forma de abordar la maternidad, esta niña-mujer de menuda figura y corazón de leona, se convirtió en un personaje fundamental. Debemos recordar que hubo cinco años entre la segunda y tercera temporada de la serie. En el medio, estuvo “Poco Ortodoxa” que la puso en el ojo del público tanto a nivel popularidad como de la crítica.
No podemos dejar de destacar el trabajo de vestuario y maquillaje en tanto la caracterización que logran con cada uno de los actores y actrices. Esto es apreciable en casos como los de Glickman, Ayelet Zurer (Elisheva) o Reef Neeman (Shira Levi) por poner algunos ejemplos. Estas dos últimas, también desarrollan sentidas actuaciones que enriquecen a sus personajes.
Disfrutable de principio a fín en sus tres temporadas, “Shtisel” rompe con cualquier tipo de prejuicios con una serie que explotó con la cuarentena y se convirtió en un clásico de Netflix.
Ficha técnica
De Ori Elon y Yehonatan Indursky. Dirección: Alon Zingman. Con Michael Aloni, Dov Glickman, Neta Riskin, Shira Haas, Sasson Gabai, Hadas Yaron, Zohar Shtrauss, Yoav Rotman, Miki Kamm Sarel Piterman, Zohar Shtrauss, Orly Silbersatz Banai, Ayelet Zurer, Hana River, Moshe Folkenflik, Hanna Laslo, Maor Schwitzer, Nitza Shaul, Reef Neeman y Maya Maron. Fotografía: Roey Roth. Productora: Dori Media Distribution, Yes. Género. Serie de TV. Drama |Familia. Primer episodio: 29 de junio de 2013. Cantidad de temporadas: 3. Cantidad de episodios: 33 Duración: 45 minutos. Idioma: Hebreo. Netflix.