Sordidez en estado puro
Dramaturgia y dirección: Guillermo Cacace. Con Aldo Alesandrini, Paula Fernandez Mbarak, Clarisa Korovsky, Iride Mockert y Gabriel Urbani. Vestuario: Magdalena Barbero. Escenografía: Verónica Segal. Diseño de luces: Alberto Albelda. Diseño sonoro: Gustavo Cornillon. Operación de luces: Leandro Crocco. Fotografía: Lucas Coiro. Diseño gráfico: Bárbara Delfino. Asistencia de dirección: Juan Manuel López Baio. Producción: Marisel Calvo.
Apacheta Teatro. Pasco 623. Viernes, 23 hs.
De por sí, hay mucha gente que detesta las fiestas (lo cual me incluyo). Ahora, dotar a esta misma reunión de una atmósfera lumínicamente sórdida, donde todo esta destinado a que salga mal, es un desafío a nivel teatral. Antes de continuar, es necesario recordar que Guillermo Cacace, con motivo de la inauguración de su sala Apacheta, “Las Coéforas” de Esquilo hace diez años. Hoy, con motivo de conmemorarse su primera decena de vida, Cacace repone la obra, pero con la actualización –en el buen sentido de la palabra- que implicó el paso del tiempo y como primera parte de una trilogía que incluirá poner en escena a Agamenón y Las Euménides, primera y tercera parte respectivamente del total de la obra “La Orestíada”. En este caso, será vernácula y propia.
Se mantendrán los nombres originales pero ubicando la acción en el conurbano bonaerense, momentos previos a lo que parece ser la cena de Año Nuevo –o Navidad-.
El realismo en el diseño del espacio (la terraza de una casa en vísperas de Navidad –o Año Nuevo-) es correcto en tanto utilización de la totalidad de la sala. Una ventana abierta permite ver que esa familia bajó a tirar cohetes y cañitas voladoras. No obstante, ese realismo en el diseño del espacio, no es extensible a la puesta en tanto los actores se congelan mientras uno dice su monólogo, con la iluminación acompañándolo. Con un texto que se desdobla en las acciones de los participantes, cada quien tendrá su motivo de odio y sed de venganza.
La resignificación del texto clásico, al ubicarlo en una familia pobre de clase media del Gran Buenos Aires, con todas las dosis de disfuncionalidad que pueden surgir, aparece como pertinentes a la actualidad de un contexto en el cual, a veces, la realidad supera la ficción.
El diseño de sonido es muy bueno en tanto creador de sentido. Desde esa cacofonía en forma de diálogos y discursos hasta la melodía que sale del árbol de Navidad, tienen su razón de estar y de crear. Porque ese sentido creado, atraviesa las nociones y manejos culturales que uno tiene. ¿Acaso no suena raro que la música del arbolito suene de manera constante, aún después de una agria discusión? Allí es donde se resignifica la situación en tanto relación con el espectador.
Con actuaciones físicas y viscerales de gran valor, la puesta toma por asalto a la platea a la cual inquiere indirectamente sobre los usos y costumbres y la políticamente correcta felicidad que atraviesan las festividades de fín de año. Ni hablar de las relaciones familiares y lo que implica ser “respetuoso” al tiempo que realiza guiños con los otrora felices y reconocidos Benvenutto o a la necesidad de mantener las formas para después hacerlas volar por los aires en un santiamén.
“Amamá” cumple diez años (Apacheta también –Felicidades!!!-) con un regalo de alta calidad como es restrenar su primera puesta y dando cuenta que, una vuelta de tuerca acertada, revitaliza a un texto ya de por si, excelente.