La bendita convivencia
Dramaturgia y actuación: Belén Amadio, Julieta Molina, Joaquín Scotta, Agustina Quaglia, Micaela Vargas, Renato Pinto, Clara Suarez. Dirección General Ruben Viani. Dirección Coreográfica: Vanesa García Millán. Composición Musical: Juan Pablo Schapira, Joaquin Scotta. Dirección musical: Juan Pablo Schapira. Orquestación Especial: Pablo Flores Torres. Covers y coros de cabina: Dolores Basualdo, Florencia Diez, Federico Solla. Diseño de vestuario: Laura Staffolani. Diseño De Iluminación: Ariel Ponce. Pelucas y peinados: Mbsalon, Miguel Ángel González. Caracterización: Mbsalon, Miguel Ángel González. Supervisión dramatúrgica: Juan Francisco Dasso. Supervisión de escenografía: Micaela Sleigh. Asistencia de dirección: Tomás Barrionuevo. Producción ejecutiva: Sol Muñoz, Estanislao Molteni, Marianela Dollera Albarracin. Coordinación de producción: Santiago Algan.
El Galpón de Guevara. Guevara 326. Lunes, 20.30 h

Suele decirse que un edificio es una radiografía a baja escala de lo que es un país. Hay ideas y creencias para todos los gustos. Ni hablar de aquellas “leyes no escritas” que se sostienen en intangibles como “la edad” –y la consabida “experiencia de vida”-y las “buenas costumbres”. La organización es vertical, aunque se diga “democrática”. Tal como en cualquier estado moderno.
Una mujer domina (perdón, preside) el consorcio con mano de firme, siempre pidiendo que los habitantes del inmueble participen de su autocracia. Ni hablar cuando la inquilina Verónica se separa de Marcos, el “golden boy” del edificio, al que echa de su departamento. El problema surge cuando esto no es bien visto por los propios prejuicios de quienes detentan el poder en el edificio.
Así las cosas, las reuniones de consorcio parecen ser sesiones de la Cámara baja, aunque en la tierra de los iguales, “algunos son más iguales que otros”. Los/as distintos habitantes del inmueble tienen un rol así como sus “derechos y obligaciones”. El gran inconveniente es cuando se mete el amor en un colectivo que ve como sus cimientos se ponen en tela de juicio. “Nadie puede y nadie debe vivir sin amor” cantaba un gran músico rosarino aunque el “No se puede comer al amor, las deudas no se pueden pagar con amor” entonado por el cantante con apellido de molusco, está presente constantemente.
Las situaciones son disparatadas, con mucha comedia bien dosificada, cortesía de una dirección aceitada y actuaciones acordes. Más allá del “trazo grueso” de los personajes, la dinámica de la puesta es atrapante en tanto tiene todo en su lugar. Canciones con melodías agradables, de esas que se terminan adoptando al instante. Están todos/as aquellos/as criaturas que habitan la fauna de un edificio, con sus propios vidas e imaginarios que se sustentan en… creaciones varias y personales que rozan, en algunos casos, el prejuicio. Está el encargado, el joven de vida “disipada”, la mujer que pone “todo” en el edificio al que maneja de acuerdo a sus caprichos, etc. De ahí que la identificación sea instantánea. Siempre a caballo del humor y una ironía “blanca”, que apela a la carcajada.
Por tal motivo, es un musical que termina captando a todos y todas, aún aquellos que no tienen a dicho género entre sus favoritos. De hecho, cuando salimos del Galpón de Guevara, escuchamos varios “no me gustan los musicales pero este me gustó”.
“Atte. los vecinos” divierte con una puesta que es un rompecabezas indestructible, que atrapa a propios y extraños con vivencias bien reconocibles, para bien y para mal.