“¡Ay Patria mía!” (Teatro)

Cuando se escapa la tortuga

Dramaturgia y dirección: Eugenio Soto. Con Bianca Vilouta Rando (Madre Patria), Pedro Alonso (Hipólito), Luciano Medina (Savino) y Javier Omezzoli (Miranda). Diseño de vestuario: Juana Carranza y María Silvia Luzuriaga. Diseño de escenografía: Félix Padrón. Realización de escenografía: Félix Padrón y Luciano Medina. Diseño de Iluminación: Aquiles Gotelli. Música original: Pedro Alonso. Realización de pinturas: Juan Reato. Fotos y registro audiovisual: Sofía Paris Pisoni. Producción: Eugenio Soto y Juana Carranza. Asistencia de dirección: Juana Carranza. Duración: 60 minutos cada obra. Total del espectáculo 120 minutos (con intervalo)

Centro Cultural Thames. Thames 1426. Domingos a las 17 hs.

El teatro, al igual que otras esferas del arte, como el cine y la música, tienen un linkeo importante con la realidad. Sea por “acción u omisión”, terminan constituyendo un signo de los tiempos, tal como diría un gran músico de Minneapolis.

A partir de una frase atribuida a Manuel Belgrano, Eugenio Soto vuelve a poner el dedo en la llaga con un díptico patrio que toma una figura nacional y un ámbito que se convierte en metáfora de las separaciones internas del país. Por ende, desde el mismo título, se juega con la creación de sentido ya sea desde el dolor y la tonalidad en la enunciación que podrá denotar añoranza, rabia o búsqueda de un futuro en concordancia con los laureles de antaño.

Los relatos podrán combinar ficción con realidad para lograr un impacto, en relación directa con la coyuntura. Por eso, choca la imagen de la Madre Patria como una mujer retirada de la escena pública. Añora otros tiempos, mientras habla desde el rincón lejano de una casa en ruinas (¿Argentina?). Chúcara y de armas tomar, no cae en la desesperanza; apuesta a un futuro que incluya la llegada de un hombre con el cual relacionarse.

Por otra parte, el segundo relato cambia la geografía. Un campo alberga a dos hombres perdidos ante la huida de los caballos que les servían de medio de transporte. 

Cada narración, más allá de una escritura rica e imaginativa, juega con la Historia de este bendito país, con el talento y la irreverencia de la zurda más emblemática que dio esta tierra. No en vano la Madre Patria es la mujer que está sola y espera la llegada de algún “macho argentino”. Los significantes vacíos se llenan cuando el que aparece es un hombre de nombre Hipólito. Ni hablar cuando la Madre recuerda a uno de sus hijos diléctos. Uno que “a los poderosos reta. Y ataca a los más villanos, sin más armas en la mano, que un diez en la camiseta”

Pero también es civilización y barbarie. Es ese campo en el que “la palabra es la arena de la lucha de clases” entre un baqueano y un bufón. Ambos, con los indios y el ejército de por medio.

Una puesta que son dos caras de la misma moneda. Un país que vive el amor y la devoción que despierta el dios hecho hombre más imperfecto y talentoso del Olimpo de los Eternos. Es la dicotomía de modelos de vida política y social que sostienen un Estado-Nación único y falible, pleno de errores no forzados entre tanto talento. Como si fuera una fábula de final incierto, lo que importa es lo que se hace en un “mientras tanto” continuo. Allí es donde esos dos hombres dan rienda suelta a lo permitido y a lo prohibido. El romper las reglas está autorizado por la lejanía del ojo público y reflejo de lo verdaderamente real. Esa realidad que cotiza en bolsa para la Madre Patria deseosa de dar a luz a alguien que realmente valga la pena. Es la misma Historia en el escenario.

Un breve intervalo permite el cambio del diseño del espacio en que se desarrollan los acontecimientos. Ominoso y recargado uno, amplio y árido el otro. La escenografía es precisa en cada caso. Logra una sincronía absoluta con una dirección que se apoya en un desarrollo dramático que va desde lo potente y lo procaz a la sutileza de lo esbozado, sin esquivar la ironía de la situación.

Pedro Alonso y, especialmente, Bianca Vilouta Rando, se lucen como esa pareja que no termina de congeniar por la inseguridad de uno y la pasión de la otra. Ambos, de probadísima sapiencia trabajando con Soto (en las excelentes «Der Kleine Führer» y «La noche oscura» respectivamente), potencian un texto que apunta a la emoción y al recuerdo de quien no está en la tierra de los vivos pero si, en el corazón del colectivo denominado “pueblo”. En cambio, Luciano Medina y Javier Omezzoli brillan desde un lugar más austero y cercano a un contexto histórico determinado, una dupla que apunta más al guiño constante de una ironía cómplice. Otro registro pero de similar calidad

Como si fuera un simple con dos “lados A” en tanto valor artístico, “Ay, Patria mia” es una puesta doble, con gran cantidad de virtudes. A través del impacto en cada espectador, logra su máximo esplendor después del caluroso aplauso brindado, una vez terminada la función. Recomendarla, es obligatorio; volver a verla, un disfrute teatral completo.

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