“Der Kleine Führer” (Teatro)

El mal latente.

Dramaturgia y Dirección: Eugenio Soto. Con Pedro León Alonso (Franz), Vladimir Klink (Fritz), Lucas Delgado (Hans, el mayordomo), Jazmín Diz (Fraulein Hanna), Julia Pérez Ortego (Niño Adolf), Darío Pianelli (Rudolf Bayer) y Karen Hawryliszy (Esther). Diseño lumínico: Aquiles Gotelli. Peluquería Teatral: Soraya Ceccherelli. Diseño de vestuario: Silvia Luzuriaga. Diseño espacio escénico y realización escenográfica y de objetos: Félix Padrón. Entrenamiento vocal: Mara Ferrarri. Diseño sonoro: Pedro León Alonso. Diseño gráfico y audiovisual: Julia Perez Ortego y Pedro León Alonso. Fotografía: Selene Scarpiello y Gabriel Francisco Riesco. Producción general: Deir Kleine Führer. Asistencia de dirección: Micaela Alonso y Mora Grinblat Seldes. Duración: 90 minutos.

Teatro Sala de Máquinas. Lavalle 1145. Domingos 18 hs.

El cumpleaños de un niño siempre es motivo de alegría, de jolgorio. El problema es aquello que hay alrededor de la reunión; más aún, sobre el homenajeado. A partir de esta premisa, Eugenio Soto (creador de la reciente y elogiada “La noche oscura” y esa gema eterna de “Bufarra”) pergeñó una fábula tan corrosiva como inquietante.

La historia se irá contando de a poco, desde la misma entrada del edificio de Lavalle 1145, en que el mayordomo Hans recibe tanto a los payasos Fritz y Franz como a los espectadores/invitados y los conduce a ese sótano donde se llevarán a cabo la tan mentada fiesta. Los presentes nos iremos enterando de todo lo que ocurre al mismo tiempo que los artistas encargados de entretener al niño Adolf -tal como se lo conoce- previo a salir a la luz de la vida social, tras haber sido “creado” por el laboratorio Bayer. De más está decir que los guiños y alusiones al nazismo son más que obvias, teniendo en cuenta la relación de esta empresa con el nefasto régimen durante su ascenso y caída en la Segunda Guerra Mundial.

Así las cosas, en un escenario con mesas que parece escapado de un cabaret berlinés, desfilan varios personajes. Tal como la despiadada Fraulein Hanna, ese burócrata/líder Rudolf Bayer/Albornoz y Esther, la madre de la criatura. Cada uno, con un rol establecido y un discurso bien claro, lo cual puede ser positivo o negativo según la forma en que se lo tome. La violencia se percibe en el aire y se manifiesta de diversas maneras. Va más allá de lo físico para instalarse en ese ambiente de incomodidad latente, a punto de estallar, que se corta por lo más delgado. Tal como ha sucedido en la historia. Victimarios y victimas ubicados en sendas opuestas como si fuesen necesarias estas denominaciones y roles.

El texto está bien entrelazado entre el presente y el pasado, retomando ideas varias que llaman al debate en tanto el racismo y la discriminación, propias del nazismo y la forma en que reaparecen en la actualidad, desde liberotarios hasta Marine Le Pen. De ahí que resuenen familiares varias de las ideas que aparecen sobre tablas. Lo que ayer era condenable, ahora se mira con otro cristal. Ahí es cuando la puesta toma por asalto al público presente y los inquiere respecto a su propia relación con la coyuntura. “Ahora, ¿qué se supone que vas a hacer?”, al mejor estilo Malone con Elliot Ness en “Los intocables”. Más aún cuando el niño da rienda suelta a su verba y sus proyectos a futuro. Sus deseos y su visión, con la lupa puesta en el mundo “adulto” que no tiene nada de qué enorgullecerse. .

Todo esto, en un contexto de fuerte presencia del sector empresarial de grandes capitales y mayor lobby político que hace y deshace de acuerdo a sus caprichos y egoísmos varios. Siempre con el aval de la ciencia autopercibida como neutral (je!), que busca -eso dice-nuevas formas para contribuir al desarrollo y superación de la humanidad. Igualmente, en la tierra de los iguales, hay algunos que lo son más que otros.

La escenografía y la iluminación brindan el marco ominoso y lúgubre acorde a los hechos que se suceden. Las actuaciones son exactas a lo requerido. La dupla Alonso-Klink brinda el aire necesario frente a lo vivido al tiempo que da cuenta de esa sorpresa/horror en consonancia a varios de los presentes. Lucas Delgado y Darío Pianelli llevan adelante personificaciones adecuadas, en especial el primero como ese mayordomo de reprimidos deseos. La visceralidad de Jazmin Diz como Hanna es impactante al igual que la irrupción de Karen Hawryliszy como esa madre que no sabe qué hacer –¿o sí? – frente a su hijo. Párrafo aparte para Julia Pérez Ortego y ese niño visceral e incontrolable que tiene mucho por decir.

De cierta forma, la verborragia del infante termina siendo como el Lado B del reconocido discurso final de “El gran dictador”. Es el emergente de una sociedad que, parece, no haber aprendido nada de un pasado plagado de muerte. Ese pasado que ya ha dejado de ser comedia para convertirse en una tragedia que se repite demasiadas veces.

Tampoco se pasa por alto el hacer frente a este tipo de situaciones en tiempos de progrechetismo ombliguista y corrección política extrema, ciega frente a estos pensamientos que están más próximos de lo que se cree.

Mordaz y perturbadora, “Der Kleine Fuhrer” es una blitzkrieg teatral que no pasa desapercibida en sus planteos. Por el contrario, llama a la reflexión y al debate caliente, apenas terminada la función, café o cena de por medio.

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