Aquí los personajes no buscan la redención ni ser héroes de tantas batallas.
Las consecuencias de un exilio y de haber vuelto con los valores trastocados dan cuenta de un trabajo maquiavélicamente eficaz que tuvo en una población sumisa, su más valiosa colaboradora. Ambas caras son magistralmente interpretadas por Marta Lubos y Silvia Baylé como Angélica y La López respectivamente. Angélica tiene a Nina, una hija discapacitada (excelente María Inés Sancerni, con el rostro y el cuerpo puestos al servicio de la potencia interpretativa) por la que se preocupa por su futuro. Pero las sutilezas que va destilando la puesta, como creadora de sentido apuntan a varios frentes. La López es tan abarcativa y reconocible que encuentra su extensión en su apellido, tan común y vasto que puede abarcar a casi toda una sociedad. Tal como el silencio y el mirar para otro lado.
El aislamiento, la soledad y la desconfianza se palpan en cada momento pero nunca buscando idealizaciones martirizantes o moralejas almibaradas. La escenografía, sencilla y fría, da cuenta de un ambiente ominoso en el que la más mínima luz ilumina una oscuridad que excede a los personajes. El grotesco de los personajes en su composición y la rica pluma política no panfletaria de Diego Manso, junto con la exacta dirección de Luciano Suardi permiten que la puesta obtenga un nivel de compromiso tanto en lo actoral como en su contenido.