Mente, vínculos y corazón.
Dramaturgia y dirección: Alan Robinson. Con Leticia Torres, Maxi Sarramone y Martin Dodera. Músicos: Pablo Dinardo y Pablo Martin. Asistencia de dirección: Leni Auletta. Producción ejecutiva: Eric Robinson.
Teatro El Crisol. Scalabrini Ortiz 657. Viernes, 20.30 hs.
En una de sus primeras canciones con Seru Giran, Pedro Aznar se preguntaba “¿qué es lo que hay que hacer para evitar enloquecer?”. En “Daría mi memoria por volver a verla”, será León quien abre el juego, moviendo los brazos como aspas y vociferando una nueva idea que lo sacaría –junto a Mariana, su pareja- del lugar en el que están. Pero esto es sola una de las capas que traerá la actual versión de la obra escrita por Alan Robinson que se encuentra en su libro “Actuar como loco”.
La curiosidad constante de Robinson en su búsqueda artística hará que se sumerja en aguas turbulentas que tendrán un guiño en su propia experiencia relatada en el libro mencionado. Pero ojo, trascenderá el mismo para abrir el juego hacia otros confines y plantear interrogantes diversos sobre el individuo y sus deseos en el marco de una sociedad experta en cortar alas. Irá más allá de la literalidad que expresa León cuando quiere dejar de animar fiestas infantiles y volcarse a las calles con una obra de teatro revolucionaria de mentes y corazones. Es ahí donde comienza un viaje a los confines de la mente. Deseos y anhelos en relación directa con una circunstancia poco amigable para aquellos.
El abordaje será amplio en sus propuesta y según cada espectador, podrá ser o no una virtud. El devenir de las acciones tendrá un ritmo cambiante el cual podrá descolocar a quien no haya captado el planteo inicial de la obra, perdiéndose en esa vorágine que propone un comienzo frenético para decantar en momentos de mayor reflexión. Sobre todo, a partir de la sutil aparición de un psiquiatra amigo de León, que ganará presencia y visibilidad, con el desarrollo de los acontecimientos. En el diálogo entre León y el terapeuta, se produce uno de los momentos más ricos de la puesta, como si el delirio y la realidad fuesen esos imanes que se atraen para repelerse al instante.
El texto planteará un espacio donde la locura convivirá con el amor, la amistad y una sociedad que se percibe como ese otro latente (¿y hostil?) que mira y actúa a través de las actitudes del “deber ser” que inculca a los individuos. Este combo, sumado a una sensibilidad extrema -no confundir con sensiblería- puede ser un coctel explosivo en una persona en su relación con su contexto.
En un reportaje de reciente publicación en la revista Elixir, Robinson aseveró que “En esta obra los actores tienen libertades respecto al texto. No lo saben al pie de la letra pero ya entrenaron desde hace más de un año para tomarse licencias con respecto al humor y demás. Ahora el texto es de todos pero no es una construcción colectiva ya que ésta trabaja sobre una instancia dramatúrgica”.
La forma en que el texto abordó el tratamiento de la locura es poéticamente contundente. Le permite llevar un mundo por demás desconocido -y puesto fuera de foco por los «bien pensantes» de la sociedad- a un público que se sorprenderá con lo visto sobre tablas. Retomando la canción de Seru Giran, una de las ideas que atraviesa la puesta es “No pensar que se es, o que se ha sido y no volverlo a pensar jamás” por la relación entre León y el mundo que lo rodea y lo perturba.
La puesta tiene tres espacios en los que conviven los personajes con sus respectivos ámbitos. La casa del conurbano bonaerense que habitan Mariana y León, un espacio donde se aprecian diversos objetos y un tercer espacio donde dialogan León y el psiquiatra. Quizás, sea ese segundo –y onírico- lugar el que termina un tanto desdibujado por el dinamismo que se ha planteado.
Al respecto, es menester afirmar que Robinson adoptó el axioma “el todo más que la suma de las partes” en el que la idea/sistema es lo más importante de plasmar cueste lo que cueste, en un linkeo a la forma dde Marcelo Bielsa. En este sentido, las actuaciones cumplen su cometido en pos del objetivo general del texto y la puesta. Maxi Sarramone es un León que sale a escena con una energía desbordante que se va a aplacando a medida que transcurre la obra al tiempo que la figura de Martín Dodera, como psiquiatra, ocupa el centro de la escena, con fuerte presencia. Leticia Torres es una Mariana exacta en la composición de una joven que tiene clara una realidad que no es de su gusto pero que debe paliar desde su empleo de cajera en un supermercado.
“Daría mi memoria por volver a verla” abre interrogantes y plantea otros tantos en relación con un texto rico y una puesta arriesgada en tanto podrá dividir aguas en cuanto a su desarrollo. No obstante, todo aquello que salga de la corrección exasperante que atraviesa a cierto teatro porteño es bienvenido. Con su nueva producción, Alan Robinson reafirma su camino como creador que busca nuevos horizontes para su arte, haciendo camino al andar.