A partir de esta historia, se teje todo el hilo que sostiene a “El Arco del Triunfo”. Tincho vuelve a casa después de haber partido al Viejo Continente luego de la crisis del 2001. Es esa vuelta en la que aparece la dicotomía de lo que “se dice que es” y “lo que es realmente”. Hacer afuera lo que no se hace adentro pero con la petulancia de quien dice lograr lo que no logra. El hijo que vuelve, los padres que siempre lo esperan, el amigo fiel que lo banca y la enamorada que lo espera. Exilios impuestos por la economía. Las mentiras piadosas, las expectativas y el amor de un hogar. En lo que es la puesta en si, la escenografía es básica, con dos pinturas que reflejan lo que está -bien ubicado- en el escenario. La buena iluminación permite crear las diversas atmósferas en las que se moverá Tincho.
Con una buena dosis de cierto costumbrismo “moderno” en los personajes, dependerá en buen grado de los actores brindarle el matiz a cada uno de ellos. Por ende, la sapiencia de Ana María Castel y sobre todo, Miguel Jordán, dan cuenta de los padres con una solvencia a toda prueba. Nacho Gadano es un Tincho correcto, que va y viene entre sus propias dudas referidas a su presente y futuro. Por su parte, Victoria Onetto queda reducida a ser esa novia insinuante que espera y muestra lo sexy que es cuando, quizás, debería haber recorrido otro camino. La sorpresa del elenco es Ariel Perez de María, dotando de agilidad y simpatía a su personaje y a toda la obra. Perez de María, que había tenido una destacada actuación en “Lisboa” de Mariela Asensio.
Una obra estupenda, tan humana y real como la vida misma.
Muy recomendable.Y las actuaciones, brillantes, a excepción de Victoria Onetto.