En busca de la seguridad
Dramaturgia: Harold Pinter. Traducción: Federico Tombetti. Con José Maria López, Santiago Caamaño y Federico Tombetti. Diseño de vestuario: Agustín Alezzo y Andrea Lambertini. Diseño de escenografía: Marcelo Salvioli. Diseño de luces: Felix Monti. Fotografía y Diseño gráfico: Ramiro Gomez. Asistencia de dirección: Germán Gayol. Dirección: Agustín Alezzo
Camarín de las Musas. Mario Bravo 960. Sábado 20 y 22 hs; domingos, 18 hs.
Harold Pinter vuelve a tener un texto suyo en una sala de renombre en la ciudad de Buenos Aires. Sus obras son un mundo en sí mismo y en numerosas ocasiones, muy difíciles de llevar adelante con la sapiencia que requieren sus textos.
En el caso de “El cuidador”, un universo de tres personajes se extiende desde el escenario con todas las elucubraciones que esto amerita. Ese desconocido que está allí, latente y agazapado. Ese “otro” que no es uno, por lo cual las diferencias que se plantean desde un primer momento, tienden a ser inabordables. No vamos a descubrir lo que ha sido Harold Pinter en lo que a estos temas se refiere. “El cuidador” cuenta con esos climas ominosos y oscuros, con personajes que bordean la locura y la irracionalidad.
En este caso, Davies cuenta con la posibilidad de convertirse en el cuidador de un inmueble, propiedad de dos hermanos. Cada uno tendrá su propia particularidad. Será el diálogo entre los protagonistas el meollo de una puesta que va desde ese pequeño universo que es la pieza en la que se desarrollan los acontecimientos hasta historias de lo más universales. Mientras que los hermanos Mick y Aston proponen un diálogo puertas adentro, en relación con las propias vicisitudes del individuo, Davies propondrá la relación con ese “otro” hostil, diferente. Allí se hará manifiesta esa diferencia entre “ellos” y “nosotros”, con toques de racismo y discriminación, a pesar que quien las dice se encuentra en un lugar peor al cual acusa de ser horrible.
La puesta se enrola en el “teatro del absurdo” donde el lenguaje y el diálogo se entrelazan con el humor, la violencia así como preguntas respecto al sinsentido de la vida. La utilización de un clima ominoso y el silencio tiene su lugar de preponderancia. Los hechos pueden volver al pasado en un instante asi como abrir nuevos interrogantes extensibles al día de la fecha. Será justamente Davies el que encarne a ese hombre encerrado sobre su propio ser, lleno de miedos internos pero que mira y ataca a un exterior que lo aterroriza.
El texto tiene sus propios tiempos. Mantiene una estructura determinada en la que los mencionados diálogos, parecen monólogos sucesivos dando la pauta de la forma en que se comunican los seres, exponiendo sus visiones (y carencias), centrándose únicamente en su propio relato, haciendo caso omiso a todo aquello que lo ponga en algún lugar diferente –ni mejor ni peor- al que ya está acostumbrado, o cree merecer.
El clima kafkiano de la puesta tiene su punto fuerte y destacado en una escenografía recargada y exacta. La saturación de elementos, muchos de ellos inútiles, se condice incluso con los personajes y las propias construcciones de sus mundos personales. La iluminación enmarca lo sórdido del ambiente con precisión quirúrgica. La extensión de la puesta conspira un poco contra el disfrute de la misma, más aún si el espectador no se encuentra familiarizado con el teatro del absurdo, que cuenta con particularidades como las repeticiones y diálogos que, a simple vista, no parecen tener sentido.
Las actuaciones están acordes a lo requerido, destacándose el siempre exacto José María “Pepe” López, al que siempre da gusto verlo arriba del escenario, creando personajes complejos y de carácter.
“El cuidador” abre un mundo de sordidez y reflexión, no apto para cualquiera pero que bien vale la pena sumergirse en un universo tan rico, ponzoñoso y con el que se puede establecer nexos con la actualidad, como el del gran Harold Pinter.