Y siempre es ella, Una, que es Lila Monti, en el centro de la escena, a la cual llena de manera brillante. Completísima en todas las expresiones que aborda, -canta, baila y actúa con naturalidad y calidad-, Monti toma un tema serio como la desaparición de un país (Povnia) y ella, Una, sobreviviente del mismo, desde un lado en que nos permite la sonrisa asi como una reflexión al respecto. Más aún, teniendo en cuenta lo ocurrido, hace poquito, en Fukushima, con lo cual se vuelve a establecer un marco aún más rico de resignificación, disparando la obra a diversos confines.
La interrelación entre el humor y el drama es armónica, sin caer en golpes bajos ni efectivistas, con escenas profundas y sentidas. La puesta es ágil y dinámica en su desarrollo. No decae nunca y varía en la creación de climas y universos a los que llevará a los presentes de la mano. La interacción con el público es exacta y lo incluye en dentro de la obra, ya sea para compartir su necesidad de comunicación, su catarsis o comer pan. Porque Una abarca todas las expresiones y sentimientos del ser humano, con esa vuelta de tuerca que solo un clown le puede dar. Cuando parece que termina, vuelve con nuevas situaciones y con mejor desarrollo. Todo en el marco de la utilización de pocos (y exactos) elementos que van conformando el particular mundo de una payasa que hizo emocionar, reir y pensar en un lapso de tiempo rico e imaginativo. La iluminación guía con sapiencia los devenires de una puesta disfrutable del principio hasta el fín.
Lila Monti creó «Povnia», un espectáculo para disfrutarlo más de una vez y redescubrir cada vez más a través del paso del tiempo.