“El grito y el silencio” (Teatro)

Lo que hay que callar.

Dramaturgia: Selva Palomino. Con Gabriela Villalonga y Luciana Procaccini. Vestuario: Jorge Hirschfeld – Sombrerera: María Auzmendi. Diseño gráfico, fotografía y asistencia: Iván Lifschitz. Edición de sonido: Ariel Piccinali. Duración: 60 mins. Dirección, puesta en escena y producción: Fabi Maneiro.

Teatro Andamio 90. Paraná 662. Viernes, 20.30 h

El tiempo suele macerar no solo el vino sino también las situaciones que atraviesan las sociedades. Podrá manifestarse de distinta forma, pero siempre lo hará. Ni hablar si hay una vida de por medio, siendo ésta invisibilizada, ignorada y/o despreciada. Esto ocurre tanto en las clases bajas y anónimas para el gran ojo como en las altas esferas que tienen a personalidades de diversa índole.

Dos mujeres hablan de su drama en dos distintos años de sus respectivas vidas. En 1868 y 1914, cada una de ellas (Ignacia y Carmen Robles, respectivamente) dan cuenta de un vínculo que tienen con el –ahora reivindicado por el contexto liberotario- general Julio Argentino Roca. El gran inconveniente es como se lleva a cabo esa relación con el militar que llevó a cabo la “Campaña al desierto”.

Uno de los puntos fuertes es la dramaturgia con un relato crudo y elocuente del nexo que Roca con ambas. Es la forma en que la espada imponía su voluntad, con todas las características que implica el verbo “imponer”, con los matices que pueden apreciarse. Palomino plasma con maestría los sentires y pesares de ambas mujeres, así como el trato recibido por “el General”. La forma en que se vinculaba (o no) con ellas, con los parámetros que atravesaban esos años. De más está decir que el machismo y el patriarcado eran la norma a seguir. Lo que realmente impacta es como, al día de hoy, año 2025, algunas de esas conductas siguen siendo “perdonadas” tanto por la crianza de hombres y también hay que decirlo, por mujeres.

La dirección de Fabi Maneiro es muy acertada. Su privilegio del “menos es más” le brinda una mayor contundencia a la puesta en general. El escenario es amplio y está separado en dos reductos con el centro ocupado por una silla/trono en que el generalísimo ocupa el centro de la escena. Justamente, la forma en que se corporiza a Roca es más que relevante en tanto creación de sentido.

Con sensatez y sentimiento, Gabriela Villalonga y Luciana Procaccini dan vida a esas dos mujeres en distintas etapas de una vida con un militar que era casi un Dios en tanto su comportamiento y la devoción que le brindaban el resto de los mortales. Ellas son hijas de un tiempo en que sus planteos iban a contramano del “statu quo”. La pregunta salta a la vista. ¿Cuánto ha cambiado ahora?

Hace algunos años, Litto Nebbia cantaba que “Si la historia la escriben los que ganan/eso quiere decir que hay otra historia/la verdadera historia”. Esa “verdadera historia” es la que siempre se busca ocultar. El “¿por qué será?” es más que obvio y lo inquiere a una platea (sociedad) que, ante el “quien quiere oir, que oiga”, se hace la opa y mira para el costado. Es ese “saben lo que hacen y aún lo hacen” llevado a la vida cotidiana como un axioma inquebrantable.

“El grito y el silencio” se mete de lleno en una cruzada por correr el velo de lo oculto de nuestra historia. Lo hace a través de una puesta atrapante, de alta calidad, que amerita romper lo aprendido y lo aprehendido. Un riesgo que vale la pena correr. Más aún con el arte de por medio.

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