Asi de sencillo y efectivo, es el planteo de “El Guía”, puesta en la que el humor sirve para describir hechos y situaciones que se suscitan en el marco de una terapia grupal. No obstante, el humor plasmado sobre contextos oscuros no deja de lado una reflexión al respecto. Por el contrario, ese elemento bizarro y exagerado sirve para ilustrar momentos determinados y personajes que son la punta de un iceberg de desequilibrios varios.
Estos personajes, con características –y patologías- determinadas, son reconocibles en cualquier lugar social que uno transite. La escenografía se corresponde con el vacío existencial de aquellos. El ritmo frenético de la pieza junto con actuaciones físicas, de exacta dosis de visceralidad y movimiento, dotan a la puesta de un contexto por demás real, en todo de locura interna. El contacto con las propias emociones y fantasmas, sistema que fue utilizado tanto en la “terapia del grito” de Janov o en seminarios de coaching de arriesgada realización, entumece y paraliza por el reconocimiento que esto implica.
Quien vea “El Guía” se sentirá interrogado en algún punto de su ser, en tanto perteneciente a una sociedad cuyos conflictos ocultos explicarían el porqué de situaciones tan obvias y visibles.