El hambre de los artistas (Teatro)

Vorágine teatral 

Dramaturgia y dirección: Alberto Ajaka. Con Leonel Elizondo, Sol Fernández López, Karina Frau, Rodrigo González Garillo, Georgina Hirsch, Luciano Kaczer, Gabriel Lima, Julia Martinez Rubio, Luciana Mastromauro, Andrés Rossi, Alberto Suárez y María Villar. Vestuario: Betiana Temkin. Escenografía: Rodrigo González Garillo. Iluminación: Adrian Grimozzi. Diseño sonoro y música: Jose Omar Ajaka. Asistencia general: Hernán Ghioni.


Teatro Sarmiento. Av. Sarmiento 2715. Jueves a sábado, 21 hs; domingo, 20 hs.


Que Alberto Ajaka es una persona inquieta, no queda ninguna duda. Más aún cuando trabaja con el Colectivo Escalada, su refugio teatral para experimentar nuevas ideas. En este caso, se embarca en un viaje donde el pasado, el presente y el futuro se mezclan como cartas sin marcar. Esta travesía será encarada por una compañía de varieté por demás particular que viaja a través del tiempo mientras mira por la televisión como uno de sus integrantes obtiene el tan mentado éxito.


La vorágine que lleva adelante la puesta se condice con esa escenografía tan enorme en un comienzo como minimalista en el devenir de los hechos. El texto requiere una atención constante en tanto y en cuanto juega con el lenguaje a través del humor y la ironía. Lo escatológico como una de las tantas formas de concebir un mensaje, pero con un fín bien determinado, lejos de buscar esa risa tonta del otrora “reconocido” programa “Café fashion”. Porque, al tiempo que tira ideas como “El que sabe, sabe y el que no, da clases”, plantea preguntas que van más allá de la cuestión meramente filosófica. “El hambre, si no se satisface, ¿Qué ocurre?”.


Ahí es donde la idea va más allá del interrogante en si, abriendo la reflexión hacia otros confines. Dinámico y juguetón, la utilización del lenguaje ilustrativa y seria, alejándose de la pacatería con olor a naftalina que los conocidos y nunca bien ponderados “viejos vinagre” –extensible a un público (críticos, actores y dramaturgos incluidos) que lucha contra las agujas del reloj- gritarán a viva voz por la utilización de lo que sería “soez” y “chabacano”. ¿Dónde estaría lo “asqueroso” en el juego simbólico de un combustible hecho de mierda? ¿Será esa mierda la que ilumina al hombre y se transforma en la combustión para movilizarlo a través del tiempo? Hay que estar con la neurona atenta y las orejas abiertas para ir más allá de una “mala palabra”.


El viaje hacia una nueva sociedad, punto de intersección entre los tiempos, planteará el deseo por la creación, el ser vanguardista de primera mano. Siempre con un alto rango de calidad. “La cosa” que está por venir. Lo nuevo y lo viejo, su validez y su legitimidad. Teatro “viejo” y “nuevo” y las formas en que se expresan. Distintos lenguajes con lealtades hacia ideas y conceptos que rozan una cuestión talibán. Pero siempre desde una óptica delirante y corrosiva. El tema del tiempo como condición de producción del discurso.


Con quince personajes dando vueltas en la puesta, serán ellos quienes encarnarán las vicisitudes de estos actores que enfrentan sus problemas teatrales -¿y existenciales?- de la mejor manera que pueden. Los guiños van hacia todos lados. El periodista Cosmopolito Constante y Sonante (ese guiño al periodismo en la frase “lo que no aparece, no existe”, jugando con la visibilidad/invisibilidad de los hechos), Francisco y el enano Miguelito se suman a los doce actores que se encuentran arriba del escenario. La escenografía es grande y versátil junto con la iluminación que crea ambientes y climas, televisor mediante, de intimidad y melancolía.  


Con una puesta que dividirá aguas, la inquietante y corrosiva “El hambre de los artistas” abre el juego al debate. Convoca al intercambio de ideas pero desde diversos lugares. Dependerá de cada uno entrar en un código que rompa con sus propios prejuicios tras una vorágine de ideas, donde conviven el humor y la reflexión.

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