Hamlet está muerto. Sin fuerza de gravedad (Teatro)


Implosión de almas

Dramaturgia: Ewald Palmetshofer. Traducción: Pola Iriarte Rivas. Con Sofia Brito, Claudio Da Passano, Paco Gorriz, Claudio Mattos, Vanina Montes y Andrea Strenitz. Diseño de luces: Matías Sendón. Diseño de espacio y objetos, puesta en escena y dirección: Lisandro Rodriguez.
Elefante Club De Teatro. Guardia Vieja 4257. Miércoles, 21 hs.

Hay obras que son una experiencia en todo sentido. Más aún cuando el nombre del príncipe más famoso de la historia del teatro forma parte del título de una puesta en la que todo se construye y deconstruye con naturalidad y sapiencia.

Desde el mismo arribo al teatro se aprecia que vamos a salir de ciertos cánones preestablecidos al ingresar por la puerta lateral tras divisar una corona de flores. La sorpresa es palpable con la agradable incomodidad de estar pisando un terreno desconocido. Más aún cuando nos acomodamos los espectadores en una sala de video para recién después entrar al espacio teatral propiamente dicho. La idea de poner al espectador en movimiento es bienvenida para crear ese desconocimiento ante lo que se avecina. Ni que hablar si después se ubica en una platea que no es tal, en tanto, una fila de cinco asientos sobresale por el resto de las butacas.

Cinco personas vestidas de negro hacen su entrada. Hablan y a veces, dialogan. La situación se plantea distante asi como esquiva y requerirá un esfuerzo más para aprehenderla. Nada de dar todo masticado y digerido para su fácil consumo. Al parecer, un cumpleaños y un velorio atraviesan el momento. La celebración de la vida y la tristeza de la muerte conviven en el mismo tiempo. ¿Será de esta manera? La percepción podrá ser tan amplia que permitirá expandir el horizonte de expectativas desde el mismo momento en que empiece la puesta. Ni hablar cuando las historias se relaten con el consabido cruce que implica una dramaturgia que va más allá de la literalidad para ser asida de manera pura y absolutamente personal. Mundos privados y cotidianos, reconocibles y criticables, que permitirán un reconocimiento –hasta ahí- para después realizar un nuevo regate para constituir su propio universo. Serán Carlos, Caro, Dani, Manuel, Bere y Oliver, quienes vivirán los cruces propios que implica la vida, pero saltaran de sus existencias para asaltar a los presentes en una silenciosa sorpresa. Un «yo soy él, vos sos él, vos sos yo y estamos todos juntos», al decir de una Morsa hace cuarenta y nueve años.  

El trabajo con respecto al espacio es fuerte desde la contundencia de su minimalismo. Los actores comparten con el propio público un lugar al tiempo que borra esa frontera de “artista-que-trae-un-mensaje”, para un todo inclusivo de exposición de miserias –mal que nos pese- comunes a todos. Inclusive, ese afuera que es el mundo real podrá llegar a ser parte de la puesta de manera inconsciente con alguna mirada curiosa, más allá de la ventana de calle. ¿Acaso uno no mira a través de las ventanas cuando va caminando y se encuentra con una situación que salga de cierta cotidianidad?

Lisandro Rodriguez toma el texto de Ewald Palmetshofer para ubicarlo en Almagro dotándolo de su propia esencia pero sin quitar la del reconocido dramaturgo austríaco. Hete aquí uno de los grandes aciertos de la puesta. El trabajo y la proximidad de una coyuntura propia de una sociedad “moderna” en la que pueden existir puntos en común más allá de las particularidades de cada idiosincrasia. La soledad, la angustia y el paso del tiempo se toman como parte de una vida tan vertiginosa que impide ver lo que somos como individuos. La trascendencia del ser, su recuerdo como individuo en donde las paradojas de la longevidad no se condicen con una vida con tiempo para vivirla en vez de dejarla pasar. John Lennon había dicho, con la mordacidad que lo caracterizaba, que estaba «sentado haciendo tiempo mientras miraba las ruedas rodar». El escepticismo y las dudas se plantean a partir de valores tan marcados en la sociedad que hacen que la vieja cita de The Who -«prefiero morirme a volverme viejo»- reformulada por el punk con su «vivir rápido, morir joven», podría ser una considerada un último atisbo de dignidad frente a la frialdad de un mundo tan estructurado en valores y pensamientos.
La idea de un tiempo cercano que no es mejor sino una continuación de un estado de anomia espiritual constante que avanza sin prisa pero sin pausa. Estos cinco individuos que, desde sus atuendos hablan respecto de sus existencias -sutilmente elocuente el vestuario- regodeandose en su propia incapacidad para salir adelante (¿comodidad? ¿resignación?) aunque se haga terapia cuatro veces por semana.
Las alusiones y guiños cubren de mordacidad un discurso tan irónico como seco. Un “in your face” de sarcasmo donde se deja de lado lo “políticamente correcto” para nadar en las profundidades de infortunios varios que van más allá de la muerte. Inclusive el sexo y alguna situación poco clara al respecto será rozada por una verba que formará parte del paisaje, independientemente de su importancia.
Con actuaciones de precisión quirurgica en tanto lo requerido por la puesta, la palabra toma el centro de la escena para dotarla de un sentido y una sensibilidad por demás especial, acorde a la decodificación que haga cada espectador. 
“Hamlet está muerto. Sin fuerza de gravedad” es ponzoñosamente querible al tiempo que te deja con esa molestia propia de una puesta excelente que te embocó en tu propio ser más de una vez. Si va recordando momentos o frases después de haber dejado la sala, no se asuste. Al contrario, repita la experiencia porque es de esas puestas a las cuales siempre habrá algo nuevo -y enriquecedor- para encontrarle.

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